Medellín

Idea malparida

La Razón
La RazónLa Razón

Una de las cautelas que más deben influir en la creación es la banalización del mal, un concepto ético acuñado por Hanna Arendt para definir la ausencia total de principios de Adolf Eichmann y que la posmodernidad ha trasladado del funcionariado a las artes visuales. Desde «El Padrino» en adelante, no digamos con teleseries como «Los Soprano», se ha desatado una corriente de simpatía hacia el crimen organizado. Conozco a un pariente del propietario de la cadena de restaurantes «La Mafia se sienta a la mesa» y es incapaz de entender lo ofensiva que resulta para un italiano –atentados a punta pala, decenios de guerra contra el Estado­– la exhibición de imágenes de Lucky Luciano o Al Capone como si fueran estrellas del rock. ¿Cenarías cómodo en «El fogón de la ETA» entre fotos de Josu Ternera y Santi Potros? Me mira como si estuviera loco. Seguro que Pascual Díaz, concejal de Turismo de Carboneras, no quería zaherir a los miles de deudos dejados por «Popeye», el sicario más sanguinario del cártel de Medellín, al que encargó un vídeo promocional de su pueblo. Y lo verdaderamente grave del asunto es precisamente la inconsciencia de un responsable político que gobierna a golpe de ocurrencia viral, sin pensar ni medio segundo en las consecuencias de sus actos ni la menor intención de dimitir cuando perpetra una mamarrachada de este calibre. A tres millares de cristianos ha mandado al cementerio el tal John Jairo Velásquez, mira tú qué cosa más graciosa. Es que los tiquismiquis de la oposición se enfadan por una fruslería, oye. Un gigante intelectual, un titán de la ética al que su partido respalda como una piña. Hasta el abono a Netflix le paga el contribuyente... Una idea malparida, palabra que han puesto de moda los distintos biopics de Pablo Escobar, viene a ser una parida. Pues eso.