Jacobinismo sí, pero según

El periplo preelectoral de Pablo Casado ha convertido a Andalucía en la plataforma desde la que el presidente del PP lanza las propuestas, o dejémoslo en intenciones porque ya ha chocado con la renuencia de algunos de sus más conspicuos barones, más llamativas de su recién estrenado liderazgo. Apuntó el otro día en Granada y confirmó ayer en Cádiz la feliz intención de recuperar para el Estado las competencias que jamás debió transferir a las comunidades autónomas. Es frecuente que el (siempre sano) furor jacobino embale a muchos ciudadanos en la enumeración y se añada inopinadamente la coletilla «sanidad» en cuanto se menciona la obligatoria educación, como si fueran los hemistiquios de un verso o los nombres de un apellido compuesto en el que Ramón carece de sentido sin Cajal y Ortega no suena completo si le falta Gasset. Resulta evidente que sólo quienes manejan los oscuros hilos del «apartheid» viven tranquilos con estas diecisiete taifas escolares en muchos de los cuales los alumnos no sólo son discriminados por cuestiones lingüísticas, sino que reciben, éste el caso de los andaluces, más doctrina que instrucción. Un sistema sanitario único podría beneficiarse, en efecto, de las economías de escala, aunque tampoco deberían renunciar a ellas las autonomías con un mínimo esfuerzo de coordinación de sus políticas. La sanidad descentralizada, sin embargo, permite que los habitantes de las comarcas menos pobladas (y con menos renta) reciban una mejor atención, pues su acceso al centro de decisiones regionales es más sencillo. ¿Cómo se atiende desde Madrid las necesidades de un dispensario en Las Alpujarras? Otra cosa es que el SAS funcione mal, cuestión que debería tenerse en cuenta a la hora de elegir la papeletita el domingo: ahí no tiene nada que ver el modelo territorial.