Andalucía
La muerte lenta de los pueblos pequeños
Las malas comunicaciones y la estacionalidad de la agricultura, principal medio de vida, lastran su desarrollo
Las malas comunicaciones y la estacionalidad de la agricultura, principal medio de vida, lastran su desarrollo
Santa Cruz de Marchena es un pequeño municipio de la provincia de Almería, a solo 30 kilómetros de la capital. Ese trayecto de apenas treinta minutos en coche no está evitando que el pueblo se quede vacío. Una de sus vecinas, Elena lo admite: «Yo podría quedarme aquí, pero me vuelvo todos los días a Almería porque esto es muy aburrido». Es administrativo del Ayuntamiento y sus padres residen allí desde siempre. Ella misma creció en esa orilla del río Nacimiento. Santa Cruz es uno de los seis pueblos de esa margen y enfrente hay otros seis, que recorre el autobús antes de poner rumbo a Almería dos veces al día, en un trayecto que se alarga algo más de una hora.
Desde la década de los 80 del siglo pasado su población se mantiene estable en torno a doscientos habitantes. Principio del siglo pasdo fue su época de esplendor, cuando casi alcanzaron los 900. Ahora, por sus calles apenas se escuchan niños, solo hay ocho, según el censo, que asisten a clase en el colegio del pueblo más cercano, situado a tres kilómetros. Hace ya muchos años que en Santa Cruz no suena la campana para el recreo. «No hay nada, tenemos un bar y con los ojos malos –cuenta Elena–. No ha habido colegio desde la época de mi madre, que tiene setenta años. Tampoco hay posibilidad de encontrar trabajo y la gente se acaba yendo. Si tuviera buenas comunicaciones, no habría problema». Tiendas tampoco hay. Si necesitan cualquier producto de primera necesidad, toca desplazarse. La compra de la semana se solventa con la venta ambulante, que tiene días establecidos. Los lunes y jueves, fruta y verdura; la carne, los viernes; el pescado se surte tres veces por semana y el pan lo sirven a diario. Los vecinos se organizan y aprovechan las visitas de la familia los fines de semana para abastecerse. «La población que queda es mayor. A mi madre, por ejemplo, le encanta estar aquí, pero el invierno es muy triste porque a las cinco y media es de noche y hay poco que hacer», relata con resignación.
A 110 kilómetros de allí, Gobernador, un municipio de la provincia de Granada, afronta un problema similar. Tiene 237 habitantes y hace tres años cerraron el colegio por falta de niños. Ese es el primer síntoma de alarma porque significa que no hay familias jóvenes para garantizar el futuro. «El camino que llevamos es que en 20 años el pueblo se quede como un cortijo», lamenta Rafael Vílchez, alcalde en funciones. «Los concejales casi somos decorativos. El panorama es desolador porque cuando venimos al Pleno puedes ver cinco o seis personas». Desde este pueblo de la comarca de Guadix hasta Granada solo hay 35 minutos en coche, pero las dificultades son bastante más amplias que esos 60 kilómetros. «Para la juventud es complicadísimo establecerse definitivamente y encontrar trabajo más allá de las campañas agrícolas», que significan únicamente cuatro meses de empleo al año. Rafael es consciente de las limitaciones: «Todos los pueblos de alrededor estamos en la misma situación: hemos perdido entre el 50 y el 30% de nuestra población. Sé que siempre nos quejamos de que las administraciones no ponen medios, pero solo tenemos la agricultura». El futuro pasa por reinventarse y aprovechar los recursos propios. Vílchez cita el ejemplo de Bogarre, un municipio cercano, donde la instalación de una planta de reconversión del alpechín –el residuo de las aceitunas– ha permitido crear una decena de puestos de trabajo y el establecimientos de otras tantas familias. Para él, manifestaciones como la que se vivió en marzo en Madrid para protestar contra esa «España vaciada» son fundamentales. «La gente que vive en centros urbamos no tiene conciencia de esa problemática. Va a suponer el abandono de muchas viviendas y un retroceso en los ingresos que se pueden generar», advierte el concejal.
Sevilla es la provincia con menos municipios de menos de mil habitantes. San Nicolás del Puerto es uno de esos pueblos, el segundo menos poblado, por delante de El Madroño. Su particularidad es que posee dos monumentos naturales: la cascada del Hueznar y el Cerro del Hierro, además de una playa fluvial. Eso les permite aferrarse al turismo, especialmente en los meses de verano. «La población es muy mayor y el 90% de los jóvenes con estudios se va fuera», admite su alcalde, José Carlos Navarro. No se resignan, sin embargo, a la agricultura y a sus recursos naturales. Es un pueblo culturalmente activo: el festival de cortos reúne en enero a 2.000 personas en pleno enero y la noche del terror a otras 10.000 en verano. San Nicolás, con 600 habitantes, sí dispone de servicios básicos como médico y colegio, donde estudian unos setenta niños. El alcalde compagina su empleo de administrativo en una empresa agrícola con sus obligaciones políticas, dedicando un día a la semana en exclusiva, para extraer compromisos en esa «guerra continúa» en la que viven los pueblos pequeños. «Con menos de mil habitantes no podemos optar prácticamente a ninguna subvención que necesite de una aportación municipal, ni siquiera si son mil euros», lamenta Navarro. Ambos dirigentes coinciden en que su supervivencia está supeditada a los planes de empleo que llegan cada año de la Junta o el Gobierno central, pan para hoy, hambre para mañana.
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