Cine

Larga vida a Brian

Hace ahora cuarenta años que se estrenó «La vida de Brian», obra maestra de los Monty Python que, más allá de ser una descacharrante comedia, es un antídoto imperecedero contra el fanatismo de toda índole: el religioso por encima de todos, desde luego, pero también el político, el nacionalista y el mal humor en general. Varios cines andaluces –entre ellos, esa joya demodé que es el Avenida de Sevilla– celebran esta semana la efeméride con sesiones extraordinarias en versión original, de modo que un batallón de fans llevamos meses con la entrada comprada y el pulso acelerado a la espera del clímax de la risa que se desatará cuando el nada marcial Poncio Pilatos reclame ante sí al centurión Biggus Dickus. La vida merece la pena por momentos así: por la carcajada estentórea y por la sonrisa reflexiva cuando, en la grada del anfiteatro, un travestido se inventa de una tacada el lenguaje inclusivo y la identidad de género: «Quiero que se me reconozca el derecho a llamarme Loretta porque quiero ser madre». «No tienes matriz, Stan, ¿vas a gestar al feto en un baúl?». «Me estás oprimiendo». Lo increíble de este brillante diálogo es comprobar cómo las mentes más preclaras y sensibles llevan cuatro decenios cachondeándose de estas pavadas que el sentido común aconseja confinar en el amplio inventario de las extravagancias humana pero que hoy, birlibirloque, ocupan el centro del debate político. Y si el estreno de «La vida de Brian» en 1979 fue saboteado por el catolicismo ultramontano, hoy escandalizará al feminismo cenizo, que es el nuevo disfraz que visten los Torquemadas de la eterna inquisición (in) moral. Un productor rechazó en su momento financiar la película: «No me burlaré del jodido Jesucristo», argumentó tras leer el guion. Tampoco ahora querría soliviantar «a las putas tías».