Barcelona
Las farmacéuticas copan la investigación de nuevos medicamentos en hospitales públicos
«Es un negocio para las empresas, pero gracias a ellas se han desarrollado mejores tratamientos», admite un oncólogo
Del cáncer a las infecciones por hongos en las uñas, hepatitis, VIH o nuevos medicamentos contra la disfunción eréctil. El abanico de la investigación médica para mejorar los tratamientos abarca cualquier enfermedad. El Registro Español de Estudios Clínicos (REEC) recoge cerca de quinientos (487) para los que se buscan voluntarios. Algunos están abiertos desde 2013 por las dificultades para encontrar a personas que encajen con el perfil establecido. En total, Andalucía supera desde esa fecha los 1.300 ensayos, por detrás de Cataluña y Madrid. Participan varios hospitales del país, o incluso internacionales, a la vez. Sevilla y Málaga son punteras, especialmente la capital, con presencia en más de mil. El Virgen del Rocío y el Macarena, en ese orden, lideran una investigación cuyos fondos prácticamente en su totalidad proceden de manos privadas.
Si hablamos de los profesionales médicos, el fin último es curar minimizando los efectos secundarios. Para las farmaceúticas, que financian la mayor parte, es que sean rentables. Novartis, Roche, Bayer o Pfizer figuran entre las benefactoras, a las que la sanidad pública les facilita el acceso a pacientes y a sus profesionales. Si fructifica un nuevo fármaco, podrán obtener mayores beneficios que con otros que hayan perdido la patente. «Es un negocio para las empresas, no son ONG. Hay que llegar al equilibrio porque también gracias a ellas se han desarrollado medicamentos que no se podrían haber realizado con el apoyo de la Administración», opina el oncólogo Luis de la Cruz. La Junta ya soporta el nada liviano peso del día a día del sistema sanitario, nueve mil millones este año, la mitad en personal.
El doctor De la Cruz, jefe de Oncología del Macarena, se enorgullece de los avances en inmunoterapia aplicada a dos tipos de cáncer, el melanoma y el de riñón, multiplicando por tres la superviviencia. «Antes nos dirigíamos contra la célula, ahora se habilita a los linfocitos para que reconozcan a las células cancerígenas y sean capaces de destruirlas. Pueden generar memoria a largo plazo, similar al proceso de las vacunas». Traducción: el cuerpo reconoce la enfermedad y la combate si vuelve a aparecer. De la Cruz es optimista: «El cáncer se cura en fase precoz. Si está avanzado tratamos de que haya una buena calidad de vida. Con la inmunoterapia se puede empezar a hablar de cura».
Entre los «contras» de la nueva medicina está su precio. «Un solo ensayo puede costar varios millones –asegura–. Solo la fase dos, donde se verifica la seguridad del tratamiento, puede llegar a dos millones y no tiene retroactividad económica». Multiplicado por un millar de investigaciones, la cuenta se dispara a varios miles de millones que las farmaceúticas aportan. Y no solo hay que invertir dinero, también tiempo: entre ocho y diez años para desarrollar un medicamento, sabiendo que «la mayoría de los estudios previos fracasan».
El cáncer copa casi cuatrocientos ensayos. Cada año se diagnostican entre 25 y 30 mil nuevos casos. «Es un problema de salud pública de primera magnitud, pero usar tratamientos muy caros puede comprometer la sostenibilidad del sistema de salud. Si se invierte todo en esto, no habrá para operar caderas», reflexiona. Por eso, defiende, en ocasiones compensa mantener el medicamento antiguo y renunciar a los avances.
José Manuel, voluntario: “Te sientes un poco ratón de laboratorio”
«Cuando te dicen la palabra ''ensayo'' te sientes un poco ratón de laboratorio, pero sabes que el final es encontrar un nuevo medicamento que acabe con la enfermedad», confiesa José Manuel, desde hace un año participante en un estudio con personas a las que se les había detectado recientemente el VIH. Él tuvo sospechas de que podía estar infectado y los análisis lo confirmaron tres meses después. Fue su médico quien le informó de la posibilidad de probar un tratamiento alternativo, cuya eficacia está por demostrar. Vive en Barcelona, a donde se mudó por trabajo, pero acude periódicamente a sus revisiones en el hospital Reina Sofía de Córdoba. Toma dos pastillas diarias. La decisión, asegura, no fue fácil. «Me dieron un par de días para pensarlo. Yo sabía que el tratamiento que había funcionaba, pero éste podía ser mucho más eficaz. Al final me tiré a la piscina», confiesa. Ahora aguarda los primeros resultados, tras haberse cumplido el tiempo inicialmente previsto.
Antes de detectarle el VIH, José Manuel se preparaba para ser Policía Nacional. Tras el diagnóstico, lo abandonó –ser portador impide acceder a las fuerzas de seguridad del Estado–. Le ofrecieron continuar el tratamiento en Barcelona, pero prefiere viajar cada tres meses a Córdoba y seguir con su doctora. «Siempre fue muy sincera y me inspiró mucha confianza», dice sobre la labor fundamental de los profesionales que realizan los ensayos clínicos.
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