Política

Economía

Los arrebatacapas de «El mejor verano de mi vida»

La Razón
La RazónLa Razón

Pocos días antes del décimo aniversario de la quiebra del banco Lehman Brothers y sin saber aún exactamente cómo quedará la fiscalidad sobre el consumo de gasoil, fui a ver la película con la que titulo este artículo.¿Cómo puede ir bien una empresa que presta dinero a quien no tiene absolutamente nada con qué devolverlo? Ese fue el razonamiento. Tan sencillo como aplastante. A continuación le mostró la pantalla de su móvil exhibiendo la noticia de que la empresa financiera sobre la que le había preguntado una posible inversora acababa de quebrar y ella de evitar la pérdida de un millón de euros. Claro que el tipo tenía información privilegiada. Él mismo –en la más absoluta ruina– había recibido varios préstamos de esa empresa; los últimos para refinanciar su propia deuda haciéndola cada vez más y más abultada.

A la misma conclusión había llegado años antes Steve Eisman trabajando para FrontPoint y asociados cuando se puso a investigar qué tipo de hipotecas servían de respaldo a los bonos hipotecarios calificados con una triple A de máxima solvencia. Hurgando entre blogs inmobiliarios descubrió, por ejemplo, que un recolector de fresas de Bakersfield (California) con unos ingresos de 14.000 dólares, había conseguido un préstamo por 724.000 dólares para financiar íntegramente la compra de una nueva casa. La niñera de sus hijas le contó un día que junto con su hermana tenían seis casas pareadas en Queens gracias a que cada vez que subía el valor de una de ellas, los gestores de préstamos hipotecarios «subprime» le ofrecían rehipotecarla concediéndoles un préstamo aún mayor que le permitía mantener la vivienda y comprar otra nueva. Todo marchaba bien mientras que el precio de las viviendas siguiese subiendo en el mercado.

Así ocurrió hasta el verano de 2006. Poco después cayeron a plomo. Steve Eisman, después de concluir que las hipotecas basura acabarían provocando impagos masivos, decidió apostar contra el mercado de hipotecas «subprime» con la misma lógica que se respondía a la pregunta de ¿cómo puede ir bien una empresa que presta dinero a quien no tiene absolutamente nada con qué devolverlo? Esa lógica no se usó en el gigante Lehman Brothers ni en muchos otros bancos de todo el mundo. Eisman tuvo que esperar varios años hasta ver transformada su apuesta en decenas de millones de dólares de ganancia, en cambio, quien respondió a la pregunta de inicio, tuvo que esperar apenas veinticuatro horas para deslumbrar a la persona que le pidió asesoramiento en la inversión.

Naturalmente la historia de Steve Eisman es real pero la segunda corresponde al personaje coprotagonista de «El mejor verano de mi vida», un padre arrebatacapas de superhéroes pero con más acero que Iron Man.

La película tiene otro argumento económico casi tan aplastante como el anterior. El padre arrebatacapas, obligado a regalar a su hijo unas vacaciones inolvidables pese a estar más tieso que una vara de avellano, roba gasolina para llenar el depósito de un viejísimo y prestado Citröen tiburón explicando que lo hace basándose en un impecable acto de justicia redistributiva. Así, robando la gasolina de vehículos de alta gama, explica a un hijo entregado pero nada ingenuo, se compensa con la Agencia Tributaria de lo que considera una carga fiscal injusta, esto es, que él –sin blanca en el bolsillo– tenga que soportar el mismo Impuesto sobre Hidrocarburos que el tipo que conduce el vehículo de lujo de cuyo depósito roba la gasolina.

Los guionistas Daniel Castro, Marta Suárez y Olatz Arroyo hacen, en cambio, un tratamiento menos creíble de otra trama económica que sirve de bastidor a la película; la lucha de la madre
–casi decidida a divorciarse del fantasioso y arruinado esposo– por evitar el rodillo de la «deslocalización» empresarial de su lugar de trabajo. Pese a todo, la salida que los guionistas dan a este otro asunto entra dentro de lo posible, tanto como que a usted o a mí nos toque el bote de la Lotería Primitiva o del Euromillón.

El rigor de las tesis de algún presidente

Con frecuencia, el cine aborda las cuestiones económicas que sirven de coartada a las historias con el mismo rigor con el que algunos presidentes de Gobierno escriben una tesis doctoral. Ésta quizá sea una excepción sin dejar de ser una comedia de entretenimiento. Una comedia de padre y madre arrebatacapas en una sociedad que renunció a tener más héroes que los que suministran los estudios de Walt Disney-Pixar. Pero ese abrazo sociológico de la mediocridad, esa renuncia institucional al esfuerzo como criterio de prosperidad, se contradice con la cotidianidad de hijos que arriman el hombro para superar conflictos familiares, estudiantes que reaccionan en sus calificaciones a promesas exuberantes y padres arrebatacapas que se ponen las dificultades por montera. Las plantas de oncología infantil rebosan superhéroes. Por cierto que, con un registro diferente –una comedia y otra no– el papel que se le otorga al Citröen tiburón evoca la memorable «Carreteras secundarias», dirigida por Antonio Martínez-Lázaro y protagonizada por Antonio Resines, quien también trampea con la pobreza con su hijo (Fernando Ramallo) en el asiento de copiloto del mismo coche. El coche con frecuencia retrata a sus usuarios, lo hace el tiburón con Leo Harlem (Curro en la película) y lo hace el Citröen dos caballos con el que el abogado y escritor sevillano José Manuel Sánchez del Águila, otro padre arrebatacapas, salió a celebrar su última y sonada victoria legal contra una duquesa tramposa. Conducía el descapotable con la misma sonrisa que el joven actor Alejandro Serrano protagonizó el mejor verano de su vida.