Literatura

España

«Los hombres fueron víctimas, les educaban para dominar»

La escritora Paloma Sánchez-Garnica presenta su obra “La sospecha de Sofía”

Paloma Sánchez-Garnica, en la Plaza Nueva de Sevilla /Foto: Manuel Olmedo
Paloma Sánchez-Garnica, en la Plaza Nueva de Sevilla /Foto: Manuel Olmedolarazon

La escritora Paloma Sánchez-Garnica presenta su obra “La sospecha de Sofía”

No empezó a escribir hasta el año 2004. ¿Cómo sucedió aquel primer episodio de sentarse a contar?

Jamás me lo había planteado hasta ese momento. Me casé muy joven, con 19 años, y siempre tuve la inquietud de hacer algo solo mío. Hice dos carreras y una oposición al registro. En verano de 2003 me vi con toda esa trayectoria vital de acción-fracaso hasta una conversación entre amigos que habíamos cumplido los cuarenta. Fue la primera vez que me planteé escribir una novela.

«La sospecha de Sofía» se sitúa entre París, Madrid y el Berlín de la Guerra Fría.

Un Berlín con esa anomalía de un muro que rodea parte de la ciudad. La parte capitalista está encastrada en la dictadura soviética como un escaparate demasiado tentador para el otro lado. Los del Este estaban encerrados en su propio país.

Y aislados del mundo.

Yo lo conocí un mes y medio antes de la caída del muro. De una ciudad libre y colorida pasé a otra detenida en el tiempo, fría, sin apenas gente por la calle, gris.

Para una historia de espías, no hay mejor ciudad, ¿se ha documentado mucho?

Aparte de esa vivencia que tuve, he leído mucho sobre su reunificación. La base de mi documentación han sido novelas y ensayos y he pisado los escenarios, he hablado con gente que vivió ese sistema, gente convencida y otros no tanto. Y un ex presidiario cubano de la Stasi que me contó su experiencia. Quise buscar a alguien que hubiera pertenecido a la Stasi y me dijeron que no encontraría a nadie que lo admitiera. Reconocerlo es una vergüenza, es como el nazismo.

Con el franquismo no ocurre igual.

Pero ahora, en los años 80 no. Ahora empiezan también en Alemania con los nazis, lo que pasa que allí negar el Holocausto es un delito. No aprendemos. Pero en el caso de la Stasi eran 90.000 funcionarios en el año 89. Es un país que todavía se está curando esa herida.

Retrata la búsqueda de la identidad que nos arrastra, el ser humano se desdice de todo lo que ha sido por su origen hasta entonces desconocido. ¿Por qué?

Porque nos condicionan el ambiente o el país en el que nos ha tocado vivir y las decisiones vitales. También los hombres fueron víctimas en España de una sociedad castradora que les educaba para ocupar una posición dominante. Daniel, el protagonista, ama a su esposa pero teme que si ella brilla a él le apague. Ese es el grave error del machismo. Ella también es muy cobarde porque tiene un poso de libertad y de inquietud y no es capaz de romper por sí sola. Era una sociedad en la que la renuncia a la identidad propia era muy habitual. En la novela se les da la oportunidad de reinventarse.

Permite a sus personajes vivir un paréntesis largo y luego retomar su vida. ¿Eso es lo más ficcionado?

No. En mi literatura quiero reflejar la realidad y en la vida también hay casualidades. Soy lectora de autores realistas, como Pérez Galdós, y me gusta mostrar la realidad y a partir de ahí ficcionarla.

Dice que escribir le sirve para comprender el mundo, ¿qué le ha aportado esta novela?

Esa época la viví de joven y escribir no solo sobre mi país, sino sobre otras sociedades con dictaduras de signo contrario, me ayuda a introducirme en la intrahistoria. No solo me interesan las consecuencias políticas, económicas y sociales de la caída del muro de Berlín, me interesa el trasfondo social: cómo personas como yo se ven atrapadas a partir de ese 13 de agosto de 1961, cuando de repente no pueden pasar de una acera a otra porque se lo impiden durante 28 años, viviendo permanentemente vigilados por una Stasi que todo lo controlaba...

Los muros en España eran invisibles.

Los muros siempre traen complicaciones porque habrá alguien que quiera saltarlos.

¿Cómo han cambiado los miedos de la sociedad?

Acabó la Guerra Fría y estamos otra vez a punto, no sé si de otra, es una cosa muy extraña. Estamos muy vigilados con internet, cada vez es más difícil desconectarnos. Con el móvil nos tienen totalmente controlados, creo que no somos conscientes.

En la Stasi hubieran sido muy felices con estos medios.

Se hacía de forma más rudimentaria, pero se hacía. En las novelas se dice que el KGB era brutal, pero la Stasi era perfecta, con un sistema para controlar y conocer el pensamiento de sus ciudadanos. Es alucinante.