Andalucía
Sanlúcar y la ley de la naturaleza
La política andaluza es un inagotable folletín de campañas electorales. A menos de un mes son las elecciones generales y, a menos de un par de meses, todas las demás. Tal profusión de disputas, la pesca del voto, sucede además poco después de un prolongado periodo electoral que precedió a las elecciones en Andalucía. Desde hace casi un año, por tanto, la crónica política se ha convertido en la rendición de un reiterativo tributo al voto, en un salmo a la brocha gorda, en la cantiga reincidente de una cigarra. Juan, según dice, se identifica con la hormiga. Este sanluqueño de 72 años no para nunca. Explica que es más de trabajar que de rezongar y que, a este paso, nunca va a jubilarse. A media tarde, con el sol ya en declive, el viento se enreda en disquisiciones. No hace frío a esta altura del año. Tampoco hace calor. Frente a esta parte de la playa de Sanlúcar, Bajo de Guía, está desembocando siempre el Guadalquivir. «Mira que trae agua desde Cazorla», apunta Juan medio sonriendo. Está mascando un tronco de verdura, no se distingue si mastica o ríe.
Juan, según viene a contar, pertenece a ese género de personas que necesita moverse para sentirse vivo. Pasea a lo largo de la ristra de restaurantes que culminan en Casa Bigote. Desde la duna y la foresta ribereña y marina, desde la punta de esta singular avenida, se llega al otro extremo de la calle, donde se da constancia del paraíso del langostino, el antiguo langostín, un animal que hasta el siglo XVIII fue más insecto que crustáceo, una especie de cigarra veraniega. Juan insiste: «Soy más de hormiga que de cigarra, pero sobre todo del langostino; algo tendrá cuando los condenados a muerte le dan preferencia», remata.
Del Gobierno andaluz del malagueño Juan Manuel Moreno y del sanluqueño Juan Marín, sin haber cumplido siquiera los cien días, aún no se sabe si son hormigas o cigarras, langostas o langostinos, inocentes o condenados. Nada de lo anterior se conoce. Algo ya ha trascendido: el martes le rindieron pleitesía al restorán por antonomasia de Sanlúcar, patria chica del vicepresidente, a Casa Bigote, cuna de la golosina del mar. El langostino, semidiós entre los crustáceos, el ídolo de juventud de Pantagruel, la fantasía fálica del poderoso y, al cabo, la aspiración del mediano.
«Para comerse un buen arroz con langostino, antes hay que lavarse el alma», despunta Roberto en la misma calle Pórtico Bajo Guía, frente al coto de Doñana, en un enclave de mitología para los visitantes. Y para los oriundos, claro. Roberto dice que una vez se comió un langostino «de una cuarta de largo», que ya es longitud. Que no es exageración, insiste mientras se encamina a la papelería. Tiene que comprar grapas. Roberto es camarero de uno de la veintena de bares que recorre la calle. Dice acordarse siempre de José Rodríguez de la Borbolla. «Se decía que era capaz de pelar una gamba con cada mano, ¿no?», agrega.
Pepote es presidente histórico de los socialistas y Juanma ha tocado pelo por primera vez con el PP. Pero del langostino y de su connotación de poder y derroche no hay quien se salve en Andalucía. Ahora es el PSOE de Susana Díaz el que afea al Consejo de Gobierno de PP y Ciudadanos que apriete los molares con el marisco por excelencia. «La pereza es sin duda un vicio mucho más caro que los langostinos, sin contar que es también más suntuoso», explica Juan desde su «particular», enfatiza, punto de vista.
Hasta el mismísimo Miguel Ángel Vázquez, sevillano y socialista, candidato número cinco por la provincia de Cádiz para un escaño que no sumó, ha publicado durante la semana en sus redes sociales el típico mensaje de pancarta elevando el almuerzo de los consejeros del Gobierno a una sarta de tarjetas para prostíbulos de la Faffe. La izquierda, sin la levadura de las orillas, no permite ni el pan ni la sal. Lo llaman aburrimiento. Al socialismo andaluz se le nota que lleva en campaña electoral desde hace un año. Hay quienes consideran que comerse un langostino sienta como morder los corazones. La figura del marisco encierra el símbolo de la clase tenedora y pudiente. Dentro de Casa Bigote, frente a la playa, no se ve un grano de arena. Ni una mota de polvo. La única naturaleza aquí es la humana, el enorme frutero de mar, alguna hormiga y no pocos cigarrones. La ley de la naturaleza.
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