Lucas Haurie
Y no era el meteorito
Desde algunos de los municipios de la Sierra Norte sevillana, y también en zonas limítrofes de la provincia de Córdoba, se avistó la antepasada noche una bola de fuego que surcaba el cielo a enorme velocidad. Las autoridades ofrecieron enseguida al suceso una explicación científica, que suele ser siempre la explicación más decepcionante, y unos cuantos astrofísicos –profesionales o de lance– se lanzaron a contar que se trataba de roca incandescente procedente de un asteroide que había viajado por la atmósfera a 85.000 metros sobre la vertical de San Nicolás del Puerto, Alanís y Guadalcanal. «En ningún momento hubo alguna situación de riesgo», apostillaba el comunicado de los servicios de emergencias. Pues vaya chasco. Mientras los más imaginativos especulaban sobre los bombardeos preparatorios de una invasión alienígena, «La guerra de los mundos» mezclada con unas gotas del desembarco de Normandía, el contribuyente atribulado se ilusionaba con el recuerdo de aquel activista que, en los inicios de Internet, mucho antes de que a cualquiera que colgase un vídeo lo llamasen «youtuber» ni nadie soñase con lucrarse con la cosa, comentaba el presupuesto de un chiringuito de la Junta para, desesperado ante el dispendio en gilipolleces, terminar clamando: «¡Que caiga ya el meteorito!». Durante unos instantes, pensamos que nuestras oraciones habían sido escuchadas un decenio y un cambio de gobierno después. Algo tarde pero igualmente saludable, ya que la acción purificadora del fuego sobre quienes hozan en el erario nunca será inoportuna. «Transversalización e institucionalización de la equidad de género en la municipalidad de Ayutuxtepeque (El Salvador)», leía el genio antes de detallar las decenas de miles de euros que se distraían para esto. Pues ahora, lo mismo con otra chuminada.
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