Ávila
El abulense Iván Hernández seduce a España con su novedosa «cocina de trampantojo» y su desparpajo
Puede que la afición o simplemente la obligación de quien se asoma a esta página sea la cocina. Por eso, si entre fogones anda usted habitualmente y le interesa el mundo de la gastronomía, así como todo ese manantial de programas que tienen la buena mesa y sus hacedores por protagonistas, haya reparado en la cara de este joven talento abulense, Iván Hernández, elegido entre más de 18.000 candidatos para participar en una de las sensaciones de la televisión en este otoño, «Top Chef», un concurso que busca potenciar la carrera de cocineros profesionales.
Iván es conocido por haber paseado fugazmente por la parrilla (televisiva), pero se ha hecho un hueco entre los grandes cocineros a las primeras de cambio. De hecho, con 22 años, puede presumir de haber ganado 27 de los 30 concursos en los que ha participado, dejando KO a muchos de sus rivales. Pero no sólo. Hace apenas quince días la revista «Apicius», un referente mundial en el ámbito ilustrado de la gastronomía, publicaba una receta suya, «Boquerón, tierra de salmorejo y pipirrana». En esa sección se han podido leer ideas de grandes de la cocina como Arzak, Berasategui o Roca, entre otros, cita. «Fue una sorpresa más que agradable», reconoce este abulense, que, tras haber pasado por «Top Chef», interviene en «El almacén», el coloquio posterior al espacio que cuenta con caras tan conocidas como el madrileño Alberto Chicote.
Su seña de identidad es el trampantojo. «Me gusta mucho jugar con la cocina, comer una cosa que parece otra. Ese es el estilo que pongo sobre la mesa», explica, porque su reto es que al comensal, aparte de parecerle sabroso el plato que tiene delante, también le resulte una experiencia divertida. Así, confiesa a este periódico que lo más curioso que ha preparado, en un concurso, fue un cuarto de baño de mandarina. Como lo oyen. Con esponja, pasta de dientes, cepillo, pastilla de jabón, pintalabios y hasta colonia.
Pero Iván es mucho más que una cara televisiva o un talento. Ese empeño que demuestra, lo mezcla a la perfección con ambición. «Me dicen que soy un diamante en bruto, pero soy muy consciente de que me quedan cosas por pulir», reconoce, no obstante este joven abulense -de la capital amurallada- que ha montado su propia empresa de asesoría gastronómica, que presta ya servicio a casi una decena de restaurantes de toda España.
Triunfador desde el principio
Desde hace cuatro años no ha cejado en su empeño de cumplir un sueño: hacerse un nombre en el mundo de los fogones. Y lo va logrando. «Desde pequeño me gustaba la cocina, pero no pensaba que fuese a ser mi profesión», explica. Tras concluir la Educación Obligatoria, inició sus estudios gastronómicos, y con 18 años se presentó al Primer Campeonato Nacional de Escuelas de Cocina representando a la de Ávila. «Quedé primero», recuerda.
Tras completar esa formación, empezó a trabajar, y, compaginando el capítulo laboral, acudía a concursos nacionales e internacionales. Tras lo que decidió estudiar el grado superior de Cocina en el Instituo Jorge de Santayana de Ávila, para abandonar la posibilidad de disponer de cualquier tipo de tiempo libre, apunta.
Ahora, estudia, trabaja y da clases, además de seguir presente en todos aquellos concursos que se ponen a tiro. «Al final hay que aprender de todos los modos posibles, ser como una esponja para llegar al máximo posible y absorber conocimientos de todos los lados que puedas coger».
«Éste es un trabajo al que hay que dedicar muchas horas y en el que, mientras la gente está de fiesta, tú estás muy ocupado. Pero no lo cambio por nada, es un oficio espectacular», sentencia, para agregar que «en la cocina hay que tener ilusión, ganas y saber estar. Con los años aprendes, más allá de lo que aparece en los libros, a partir de una cosa clave: la experiencia».
Profesor y asesor
Sus progresos no son flor de un día. De hecho, sus consejos en el restaurante El Rondón, de Cebreros -al que acude todos los fines de semana-, le han abierto horizontes, de la mano de su colaboración con el dueño de dicho establecimiento, con el que también colabora en una escuela privada de cocina que tiene en ese municipio de la zona sur de Ávila.
En esa academia, la gran mayoría de los alumnos -particulares, de cursos para empresas o de itinerarios de empleo- le dobla en edad o supera los 50 años, pero se muestra satisfecho con esta faceta vital, dado que también le permite conocer las inquietudes de muchas personas.
Como no podía ser de otra manera, Iván aplaude el éxito que ha experimentado en los últimos tiempos la cocina española y su difusión, y recuerda que cuando empezó a impartir esos cursos en Cebreros, apenas se cubrían plazas, cuando en la actualidad hay turnos para asistir a sus clases.
Pero, el gran sueño de Iván pasa por fundar un restaurante -«en Ávila o Madrid», confiesa- y seguir creciendo profesionalmente: «mi reto es conseguir lo máximo».
Eso no le impide dar la cara por los productos de la tierra. Al contrario. «Ávila es una ciudad que gastronómicamente está más oculta de lo que debe, porque aquí no es todo chuletón. Hay variedad de carnes, de quesos de calidad, de vino de primera», sentencia, para después incidir en que aprovecha toda oportunidad que tiene para difundir las bondades de lo natural. Así, apunta, «mi prioridad, siempre que puedo, es cocinar productos de la tierra».
Su debilidad, los pescados
Ahora bien, Iván Hernández confiesa que lo que más le llena es cocinar pescados, porque da una «mayor amplitud» al trabajo culinario, aunque insiste en que con una buena carne se pueden platear manjares.
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