Política

Castilla y León

Juan Vicente Herrera: un señor en el trato y en la vida, con la pasión de servir

Se va el «socialdemócrata» que antepuso las personas y el progreso de esta tierra a cualquier cosa

Juan Vicente Herrera abandona la presidencia de la Junta, tras 18 años entregado a consolidar el bienestar de los castellanos y leoneses
Juan Vicente Herrera abandona la presidencia de la Junta, tras 18 años entregado a consolidar el bienestar de los castellanos y leoneseslarazon

Lo suyo fue, desde el primer día -aquel lunes, 19 de marzo de 2001-, un pulso contra todo y contra todos. De cuantos han pasado por la vida pública de España en las últimas décadas, Juan Vicente Herrera ocupa la cumbre, junto a unos pocos. No soy quien para juzgar a nadie, pero se va un político de indiscutible sagacidad y un hombre bueno. Alguien capaz de ser útil, que buscó e hizo realidad el bien común, por encima de cualquier otra cosa.

Herrera no ha escatimado esfuerzos para acertar en la encrucijada, ni apartó a nadie sin una buena razón. Se va quien supo preservar el buen nombre de los demás, y no arruinó con la maledicencia o la mentira la honra de nadie. Visto ahora, desde la distancia, produce asombro lo mucho que tuvo que pelear dentro de casa. No lo entendieron, ni lo respaldaron debidamente. Tampoco él quiso armar barullo, dada su inclinación -a veces excesiva- a la sobriedad y la discreción. Dejo atrás la tarea de analizar, seguramente con alguna exageración, sus logros en el diálogo social, o sus aciertos o desaciertos en la macroeconomía como presidente de la Junta de Castilla y León, durante casi veinte años, que se dice pronto. Diré tan sólo que supo ir a lo que realmente importa, más allá de la trama partidista y la retórica política, y que no es otra cosa que las personas. A esto sí que no le gana nadie.

Pero no quiero apartarme del hombre, con su grandeza y su fragilidad, que es el objeto de este artículo. Se acaba el gobierno Herrera, pero queda detrás una escuela de buen hacer. Su lealtad, su humanismo, serán referencia obligada a partir de ahora en Castilla y León y en la España autonómica.

Se va un señor en el trato y en la vida. Alguien que deja un vacío difícil de llenar. Mucho más valioso y decisivo para la gobernabilidad de España de lo que se le ha reconocido en Madrid. Tal vez por su rebeldía y probada ideología socialdemócrata. Algo que a él tampoco le importó nunca mucho. Más bien nada. Como sucede tantas veces con las personas, el tiempo lo pondrá en su sitio. Pocos presidentes autonómicos han evitado con tanta tenacidad los oropeles y la pompa del poder. Juan Vicente Herrera ha sobrellevado como ha podido, con una mezcla de fortaleza y debilidad -para no hacer sangre- la errática tarea de pastorear a la nomenclatura popular. Una tropa difícil de pastorear.

Se va de la primera línea política quien evitó cualquier destemplanza y trató de no herir a nadie. Un político hecho a si mismo. Con un estilo inconfundible, marcado por lo social. En realidad -lo repito-, Herrera es un socialdemócrata. Está en el PP porque en algún sitio tenía que estar.

Pero dada su condición de creyente y convencimiento cultural cristiano, la verdad es que no tenía mucho más donde elegir.

Si en algún momento Juan Vicente Herrera fue conservador, lo ha sido a la manera de aquello que me dijo Miguel Delibes en una de sus últimas entrevistas: «lo más progresista es conservar». No ha gobernado nunca como hombre de derechas, también para mal, en opinión de algunos, en aspectos relacionados con la educación, por ejemplo.

Se ha de ver, amable lector, cómo en estos días de abrazos y despedidas, el reconocimiento más sentido le llega de sindicatos y adversarios. Se va alguien que supo hacer de la sobriedad y el sereno hacer —sin alardes— de las gentes de la tierra adentro, su santo y seña. Echaremos de menos esa conciencia humana que reconcilia a la sociedad con los políticos, cuando estos son capaces de ejercerla contra viento y marea.

Se nos va, en fin, quien supo gobernar de forma inteligente desde un actuar equilibrado y fecundo para la mayoría. Juan Vicente Herrera entendió muy bien el ser de España. Detestó el ruido superfluo, tan clamoroso en esos entornos en los que él se mueve.

No se trata de elogiar al que se va porque toca. Hoy corresponde reconocer abiertamente la ejemplaridad, el sentido humano de un servidor público. Los castellanos y leoneses, España, debe mucho a la laboriosidad y soberana paciencia de Herrera; a su entrega sacrificada. A su pasión por servir y ser útil.