Asuntos sociales
La Fundación Cauce da techo y levanta la vida de personas sin hogar y recursos en León
«Sueño con trabajar y ganar mil euros, para vivir y dormir bien por la noche», asegura a LA RAZÓN Luis Fernández, beneficiario de un piso de acogida.
«Sueño con trabajar y ganar mil euros, para vivir y dormir bien por la noche», asegura a LA RAZÓN Luis Fernández, beneficiario de un piso de acogida.
Desde hace seis años, la Fundación Cauce cuenta en León con un piso de acogida para gente sin recursos y sin un hogar en el que cobijarse. Ubicado en un cuarto piso de un edificio de la calle Arcipreste de Hita, junto a El Corte Inglés, tiene espacio para cinco personas, cuenta con una amplia cocina con terraza, un baño y una despensa, y, en él, tratan de ayudar a los que se han quedado sin nada a que puedan encontrar un trabajo y empezar de nuevo a labrarse un futuro y un bienestar.
Actualmente viven cuatro hombres en el piso. Uno de ellos es Luis Fernández Gómez, madrileño que acaba de cumplir 53 años el pasado 7 de octubre, y uno de tantos españoles afectados por la crisis de la Construcción. Apenas lleva tres semanas en la casa y cuenta, orgulloso y satisfecho, que ya ha podido trabajar nueve días como peón de albañil en una obra. Si algo tiene claro es que quiere salir adelante. «Yo solo quiero trabajar de lo que sea y que no me den limosnas», dice a LA RAZÓN.
Se está preparando para realizar un curso de encargado de obra y ha puesto un anuncio en un periódico local ofertando su experiencia en la Construcción. Divorciado y con una hija de 27 años de la que no sabe nada desde hace varios años, Luis no pierde la ilusión ni la esperanza de rehacer su vida, y sueña con «ganar mil euros, vivir tranquilo y poder dormir bien cada noche». «No pido más», dice este hombre, que tiene como hobby leer novelas de pistoleros, que se ve algo presumido, y a quien le gusta ir bien vestido cuando sale a la calle.
Vivir con poco
No ocurre igual con el valenciano Enrique Trenzano, otro de los usuarios del piso, que ve su futuro con más sombras que luces. A sus 58 años, y tras toda una vida trabajando por España en el campo, especialmente en campañas de recogida de fruta o vendiendo leña, ve complicado encontrar un empleo. «No hay nada de trabajo», apunta. Y aunque reconoce que le siguen llamando de algunos lugares en los que ha estado como La Rioja o Zaragoza, lamenta que no cuenta con recursos para poder desplazarse y quedarse allí. Soltero, y con varios hermanos con los que apenas tiene trato, se quedó sólo al fallecer sus padres. Sueña con ser presidente de un club de fútbol, pero se conforma con ver partidos del equipo de la ciudad o de chavales en León. Le gustaría trabajar en un taller de reparación de muebles y vender leña, pero lo ve difícil y, algo abatido, asegura que para vivir no necesita mucho, pero parecería que ese poco no está a su alcance.
En la Fundación les enseñan a elaborar un curriculum, les facilitan el acceso a la bolsa de empleo y les ayudan a solucionar trámites administrativos y a poner al día su documentación. Y es que uno de los requisitos para estar en el piso es que estén empadronados en León, y muchos de los que pasan por él son de otras partes de España e incluso extranjeros. Por norma general, están seis meses en esta casa como máximo, que es el plazo fijado para que puedan empezar a ganarse la vida, ya sea porque han encontrado un empleo o porque comienzan a cobrar una prestación. Si bien, han tenido algún caso excepcional que ha estado incluso un año. «El piso no está tutelado sino supervisado. Tienen cubiertas todas sus necesidades básicas y cuentan con unas normas que tienen que cumplir a rajatabla», señala a este periódico Carmen Carnero, orientadora en inserción laboral y encargada de este proyecto de la Fundación Cauce en León. Y aunque no es lo habitual, recuerda que entre las 52 personas que han pasado por el piso desde 2010 ha habido alguna expulsión por no cumplirlas.
Convivir y compartir
Les dejan fumar tabaco, pero no mendigar ni beber alcohol. Y deben esforzarse por convivir sin crear problemas con los compañeros .
De hecho, una vez a la semana se reúnen en asamblea donde exponen sus contratiempos si les hubiera, y comparten experiencias. La mayoría son parados de larga duración y llegan con un grave deterioro físico y psicológico. Muchos han perdido contacto con sus familiares, ya sea por problemas con ellos, vergüenza o miedo.
En este piso sólo han vivido hombres, aunque, según advierte la orientadora, en el último año han detectado un aumento de mujeres sin recursos que viven en la calle, que son atendidas en otras organizaciones de la ciudad como Cáritas o San Vicente de Paúl.
Cuenta Carmen que en estos seis años que han coincidido con los peores de la crisis económica han notado una evolución de las personas que han pasado por el piso de acogida. Al principio eran sobre todo extranjeros y ahora son españoles. Pero lo más importante de todo es que al menos dos de cada diez han logrado reinsertarse en la sociedad.
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