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Carolina Solé renueva la novela negra con una pareja de detectives atípicos

La Razón
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Un libro puede ser el motor de muchas cosas. Cuando Carolina Solé cerró la última página de «Desgracia», de J. M. Coetzee, la sensación fue tan intensa que sólo pudo pensar en una cosa, quería hacer lo mismo. Siempre había sido una lectora voraz, pero a partir de ese instante el viejo anhelo de ser escritora se convirtió en una obsesión. Abandonó su empresa textil y sin importarle el riesgo, decidió centrarse en la escritura.

El resultado de ese esfuerzo es «Ojos de hielo» (Planeta en castellano y Columna en catalán), una novela negra que nos traslada a La Cerdanya, un universo cerrado, pero reconocible, en el que un asesinato sacará a la luz la degeneración de toda una familia. «He intentado hacer un "crossover"entre novela negra y las historias de sagas familiares, en un pueblo de atmosfera asfixiante», dice Solé.

Desde el Ateneu

El motor de la acción es la aparición del cadáver de Jaime Bernat, un terrateniente con muchos enemigos, incluso en su propia familia. Una abogada y un policía iniciarán la investigación, ante la dificultad que representa meterse dentro de una comunidad pequeña, cerrada, que ven a los que vienen de fuera con recelo. «No quería hacer una novela negra al uso, sino algo más mediterráneo, en la que la familia tuviese mucha importancia y en que los protagonistas principales fueran viscerales», afirma Solé.

La relación entre la abogada y el policía, dos seres antagónicos, pero incapaces de vencer una magnética atracción será uno de los ejes de la trama. «Su relación es como un choque de trenes que lo arrasa todo. Son mi parte favorita del libro. Mi interés principal siempre ha sido hacer personajes creíbles. Son los que hacen de una buena historia una gran novela», asegura la escritora.

La localización, los pequeños pueblos de La Cerdanya, es otro de los ejes de la narración. Solé ha veraneado en muchas ocasiones por la zona y siempre le atrae su extraña combinación entre magnificencia y lugar cerrado y pequeño. Quien haya pasado por la zona la reconocerá al instante. Por este carácter rural se le ha emparentado con otro de los últimos descubrimientos del género negro, Dolores Redondo. «Claro, ella habla de pueblos de Navarra, y sus historias están llenas de mitos y leyendas. Yo hablo del norte de Cataluña, donde todo es más racional y frío», señala Solé.

La novela, escrita en capítulos cortos que agilizan la lectura, lleva al lector a través de un laberinto de misterios y secretos que salen a la luz hasta una resolución final en el que el mal se descubre como una suma de fatales decisiones. «No me interesa el malo patológico, sino indagar en las razones de por qué un individuo normal puede acabar por hacer cosas deleznables», comenta la autora.

Solé es una de las alumnas de la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés. Durante cuatro años se ha dejado guiar por el profesorado y el resultado ha valido la pena. «No entiendo a los escritores que se avergüenzan de haber pasado por escuelas. Yo he aprendido muchísimo y estoy muy agradecida», asegura.

Ahora ya prepara su siguiente novela, que seguirá las aventuras de esta pareja inusual de investigadores. «Se me han quedado muchas cosas por decir y necesito sacarme esta ansiedad. Y no creo que con una segunda tenga suficiente», concluye Solé.