Arte, Cultura y Espectáculos
Chillida-Zóbel: Una amistad escondida
La Galería Mayoral descubre la admiración mutua que sentían estos dos artistas universales
La Galería Mayoral descubre la admiración mutua que sentían estos dos artistas universales
Cuando Fernando Zóbel miraba la escultura de Eduardo Chillida veía un humo que se escapa del interior de la tierra, una traspiración de la historia en todos los poros de bosques y montañas, un fantasma capturado en piedra, en definitiva, un invisible que coge por primera vez cuerpo y corazón y nos habla de la poesía que somos, hemos sido y seremos.
Por su parte, cuando Eduardo Chillida veía las obras de Fernando Zóbel notaba el vibrato de los secretos arcanos, el cielo que se abre para descubrir el vaho de los hiperseres, los paisajes que se deshacen de las mentiras y muestran sólo la emoción. Es decir, Cuando Zóbel miraba a Chillida o Chillida miraba a Zóbel, lo que veían era el origen de su propia obra. Su amistad se fraguó a fuego lento desde principios de los 60, pero acabaría por ser fundamental para conocer bien sus obras. Su influencia mútua es tan evidente que parece mentira que hasta ahora esta amistad haya quedado como anécdota al pie de página.
La Galería Mayoral, dentro de los actos de su 30 aniversario, presenta ahora la exposición «Zóbel-Chillida. Camins creuats» la primera vez que se habla del diálogo hasta ahora inédito de estos dos grandes artistas surgidos de la posguerra. Alfonso de la Torre comisaría una exposición que enfrenta los cuadros de Zóbel con las esculturas de Chillida como si un ejercicio de sombras se tratara. «Los dos parten de cierto expresionismo restrictivo a partir de una abstracción monocromática en la que domina el blanco y el negro. Los dos daban mucha importancia al dibujo y tenían un gusto por la caligrafía de los signos. Los dos tenían una mirada permanente hacia la naturaleza, en una especie de evocación de lo visto más que de lo vivido. Y los dos sintieron siempre un interés por el arte primitivo, Zóbel por el oriental y Chillida por el etrusco. Las coincidencias eran tantas que cuando Zóbel conoce a Chillida no duda en afirmar que sentía haberlo conocido toda su vida», comenta de la Torre.
En total, se podrán ver una selección de trece óleos del pintor y una docena de piezas del escultor. Entre las piezas, destaca «Aquelarre», obra de Zóbal del 62 que pudo verse en la Bienal de Venecia, así como diferentes «Lurra» del artista vasco. La exposición coincide con la reapertura del museo Chillida Leku.
Artista frente al espejo
Los dos artistas nacieron en 1924 y empezaron a dejar constancia de su talento a partir de los años 50. Ambos abandonaron sus estudios universitarios de derecho y arquitectura para centrarse en el arte y se formaron, nunca mejor dicho, a golpes. A partir de 1955, tras ver una retrospectiva de Rothko, Zóbel abandona la figuraciónm y se vuelve más esencialista, interesándose por la obra de Chillida, ya enotnces un artista reconocido. A partir de aquí iniciarán unos primeros encuentros que desembocará en el primer cara a cara en Cuenca en mayo de 1964. Zóbel, también coleccionista, adquirirá obra de Chillida y se afianzará una amistad que los marcará para siempre.
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