Barcelona
Clásicos infantiles para el Día de Sant Jordi
La fantasía alocada de los libros para niños domina este año las librerías
Los niños siempre han sido los reyes del absurdo. Lo son sin querer, es cierto, pero lo son. Intentan imitar a los adultos y hacen tal y cual, pero siempre les sale tan mal que es ridículamente divertido. Ese espíritu de caos involuntario es la clave de la mejor literatura infantil, y en una época tan absurda como la actual, los clásicos de la narrativa juvenil deberían ser lectura obligada para todo el mundo. Porque uno crece y todo empieza a tener terribles repercusiones, pero antes, antes hacías algo al revés y lo único que pasaba es que hacías reír a la abuela, y era genial hacer reír a la abuela, no se reía así en años.
Sant Jordi es un buen momento para regalar un libro a un niño y leerlo para uno mismo. Éste sería el caso con «Però jo sóc un ós!» (Viena Edicions), de Frank Tashlin. El que fuera una de las pocas personas que se enfrentó a Walt Disney y le dijo de todo porque le había robado la idea de «Mickey y las judías mágicas», creó en 1946 esta pequeña obra maestra. Un oso va a hivernar y cuando despierta, el bosque ha desaparecido y sólo hay una fábrica. El capataz le ve y le dice que vuelva al trabajo. Él asegura que es un oso, pero el hombre le dice que sólo es un tipo sucio y peludo con un abrigo de pieles, así que le lleva al jefe de personal para que le dé una reprimenda. Así llegará al presidente de la fábrica y quedará claro que no es un oso, que es inútil que insista. Una historia desternillante, tan simple como genial.
Contra el peaje
Otro de esos clásicos ineludibles de la literatura infantil es «El peatge màgic» (Bambú editorial), de Norton Juster. Esta pequeña joya de los 60 nos presenta el regalo más extraño jamás dado a un niño, una cabina de peaje y una bolsa de monedas para poder pasar por ella. Eso hará el niño de este relato, ilustrado por Jules Feiffer, y a partir de entonces entrará en un mundo raro, raro, raro, con hombres pequeños que prohiben pensar; perros que se llaman Toc Toc porque tienen un enorme reloj en el estómago, pero hace «tic tic»; y ciudades como Diccionópolis donde las palabras crecen en los árboles y la gente repite lo mismo cinco veces con diferentes sinónimos. Juster consiguió hacer lo más parecido a «Alicia en el país de las maravillas» que se ha hecho nunca.
La editorial Kalandraka ha recuperado una de las muchas obras maestras de Arnold Lobel, el autor de las aventuras de «Sapo y Sepo», genial traducción del inglés a lo que era «Frog y toad» (rana y sapo). En esta ocasión publica «Sopa de ratolí», la historia de un gato que se va a comer a un ratón, pero éste le engatusará contándole cuatro historias, a la manera de «Las 1001 noches» y se librará de la manera más ridícula y divertida posible.
De Australia llega otro de los clásicos de la literatura universal, «El pudding mágico», de Norman Lindsay. Aquí la historia ya es una locura absoluta, con un pudding que se llama Albert y que no importa cuantos trozos de de pudding, siempre tiene más. Se tropezará con un koala llamado Bunyp Bluegum y un montón de estrafalarios personajes más hasta conseguir ese caos involuntario tan divertido como regenerador.
Por último, es necesario rescatar la obra maestra de Don Marquis, ilustrada por el genial George Herriman, que es «Archy & Mehitable», las historias de un poeta que se ha reencarnado en una cucaracha y una gata que dice haber sido Cleopatra. Genial
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