El desafío independentista
La última batalla, las plebiscitarias
Faltan 21 días para el 9 de noviembre. El presidente catalán, Artur Mas, los está aprovechando. Sigue, impertérrito, con su hoja de ruta, con su propia campaña electoral. Cuando todos los veían contra las cuerdas por la desunión nacionalista ha resurgido de sus cenizas, cual Ave Fénix. Los republicanos de Junqueras pensaban que le habían dado jaque mate en la reunión del Palau de Pedralbes. También desde el Gobierno central se felicitaban por la derrota del presidente de la Generalitat. Mas sorprendió, a unos y a otros, sacándose de la manga una pseudo consulta para saltarse la Ley. El 9 de noviembre es una mera excusa. El reto importante, la cita definitiva, es la convocatoria de unas elecciones adelantadas. Serán plebiscitarias porque así lo marcarán los partidos. El Govern, su presidente, se limitará a convocar unas elecciones autonómicas para sortear la Ley. La incógnita es saber si Mas amasará una candidatura unitaria con la que ganar los comicios, por mayoría absoluta. ERC pugna con él por conseguir el liderazgo del nacionalismo. Las encuestas apuntan a un sorpasso republicano y a la derrota de las huestes de la todopoderosa federación nacionalista. En el Palau de Pedralbes, en la última reunión de los partidos soberanistas, se las prometían muy felices. Oriol Junqueras, cada día con un tono más mesiánico, rechazaba la nueva consulta de Mas y se aprestaba a tildarlo de traidor, de renunciar a los anhelos y las reivindicaciones de la «mayoría del pueblo». Y lo más importante, decía no a la candidatura unitaria del soberanismo. Junqueras quería ser el triunfador frente al derrotado Mas. Su estrategia apenas sobrevivió hasta el jueves. En ese escaso periodo de tiempo, recibió todo tipo de presiones. La Asamblea Nacional Catalana, dirigida por Carme Forcadell, y Òmnium Cultural, por Muriel Casals, daban cobertura al presidente catalán. Querían una candidatura única bajo un programa común. Las dos musas de Mas, bien cuidadas por el conseller de Presidencia, Francesc Homs, lanzaban una advertencia: si los partidos son incapaces de alcanzar un acuerdo unitario, las organizaciones civiles liderarán este objetivo con personalidades de la sociedad civil. El cabeza de lista: Artur Mas.
Así, ERC se ve obligada a negociar con una exigencia básica: en caso de tener la mayoría absoluta el Parlament declarará la independencia de forma unilateral. Su objetivo de derrotar a Mas en las urnas se disipaba. De momento, las cosas están en el aire pero Mas se está haciendo con las riendas de la situación. Sabe que perderá a Duran Lleida y lo que éste consiga liderar de Unió Democrática, un partido cada vez más absorbido por la órbita de Convergencia. «CiU se romperá pero Unió se desangrará», afirma un dirigente del partido de Duran. En este contexto, no es sorprendente que Duran explore las posibilidades de una nueva mayoría que evite las plebiscitarias y que dé cobertura al Gobierno hasta el 2016. Estos movimientos tienen la complicidad del principal protagonista de esta tercera vía: Miquel Iceta, el primer secretario de los socialistas catalanes. Estaría dispuesto a dar cobertura al Gobierno de Mas hasta el final de la legislatura si el Govern rompe con Esquerra, iniciea conversaciones con Rajoy para lograr una pregunta pactada en torno a una reforma constitucional, y se garantizan unos presupuestos sociales. Iceta es de los que piensan que tras las elecciones generales de 2015, el escenario político en España cambiará y, entonces, será el momento de avanzar en una reforma constitucional. Pero Mas sigue empecinado en su hoja de ruta.
En los próximos días, arreciará la campaña nacionalista. La Asamblea Nacional y Òmnium Cultural harán público su posicionamiento a favor de la candidatura única y darán apoyo incondicional a la macro-encuesta del día 9. Su nuevo acto electoral será un éxito. Rajoy ha mantenido la prudencia. No quiere equivocarse. Su oferta de diálogo no la pondrá sobre la mesa hasta después del 9-N. Mas, consciente de esta jugada, pone toda la carne en el asador para que la consulta salga bien. Sólo se avendrá a negociar si es un fracaso. Pero no lo será. Se haga como se haga, el nacionalismo la venderá como un éxito. No hay censo, no existirán las garantías democráticas pero el líder de CiU usará sus resultados para impulsar su candidatura unitaria. Si ERC se queda fuera podrá ser señalada como «traidora». La ANC y Òmnium le garantizan esta unidad al igual que los sectores soberanistas del socialismo catalán, que acudirán a esta lista como moscas a un panal de miel.
Por eso, ERC, que estaba remisa a dar su apoyo, se volcará el 9 para no quedarse fuera de juego. Sabe que Mas cuenta con el apoyo del movimiento asociativo –alimentado durante 35 años desde la Generalitat– y de las CUP. Junqueras no quería dar un apoyo al nuevo 9-N pero se ve obligado si no quiere perder protagonismo en el proceso. Sólo Iniciativa se siente traicionada. Ha servido de muleta durante este tiempo y ahora ha visto el engaño. El derecho a decidir no es más que una excusa, una meta volante antes de la victoria final: la independencia. Los partidos contrarios a la secesión, PP, Ciudadanos y Socialistas también preparan sus estrategias. El 9-N está descafeinado pero será la excusa para una convocatoria de elecciones anticipadas en las que el soberanismo pondrá la guinda a su órdago. Les quedan sólo unos meses para recuperar posiciones recuperando el voto de esa mayoría silenciosa que asiste estupefacta a un acto electoral permanente del soberanismo que se siente fuerte y que se enfrenta a la hora de la verdad. En esta épica, puede estar Mas o no. No es lo importante. Si Mas cae, el pulso soberanista seguirá adelante. En el complicado tablero de la política catalana, Mas tiene todavía una vida, las plebiscitarias, y está dispuesto a jugársela. Que se la juegue Cataluña le importa poco.
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