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Muchas gracias, Nick Cave

El viernes arrancó con John Maus y Oumou Sangaré con el gran Nick Cave todavía en el recuerdo

Nick Cave, en una acutación en el Primavera Sound
Nick Cave, en una acutación en el Primavera Soundlarazon

The National eran los grandes cabezas de cartel de ayer, y vaya si se tiraron de cabeza al cartel, se lo comieron enterito, en uno de los grandes momentos del día.

The National eran los grandes cabezas de cartel de ayer, y vaya si se tiraron de cabeza al cartel, se lo comieron enterito, en uno de los grandes momentos del día. Los estadounidenses volvieron a demostrar que son los reyes del alarido tras la calma, con canciones tan redondas como «Bloodbuzz Ohio» o «Born to beg». Su rock de tintes dramáticos ha alcanzado nuevas cotas en su último álbum, como demostraron desde el principio con la nocturna y espectral «Nobody else Will be there». Con «The system Only dreams in total darkness», la voz de Matt Berniger sonó a un mismo tiempo cavernosa y lírica, una de esas voces que mejoran todo lo que digan, y así continuó durante poco más de una hora. Demasiado corto.

La tarde del viernes comenzó con un peso, una melancolía que el indie rock de Waxaharchee le sentaba de fábula. Estas chicas en realidad reducen el power pop a un suspiro y el efecto reconforta. Muy cerquita, Marion Harper se volvía melodramática, como esas actrices que se ponen la mano en la frente y sollozan, «por favor, me matas». Su pop afectado no consiguió mucho público, aunque éste todavía estaba un poco perezoso y despistado.

Y todo por culpa de una intensa madrugada del jueves que comenzó en las alturas con Nick Cave and the Bad Seeds, concierto que acabó con público en el escenario y una expiación de la culpa colectiva. Su rock tormentoso de espíritu bluesero arrancó con tanta furia que el público sufrió un auténtico sobresalto después de las atmósferas templadas de Björk. Canciones como «Do You love me» o «The weeping song» congelaban la sangre con un Warren Ellis haciendo auténticas diabluras con su violín eléctrico.

Una guitarra para él

«Que alguien le de una guitarra, que se le ha olvidado», decían desde el público por el estruendo que sacaba de un instrumento tan pequeño. Hasta Slayer podría tocar con ukeleles si tuviesen a Ellis en sus filas. Mientras tanto, Cave se sacudía los demonios de encima con convulsiones que parecían multiplicarle por dos. Inolvidable.

La noche no podía ir cuesta abajo a partir de allí, pero aún hubo tiempo de disfrutar el pop electrónico para estadios que nos preparó a lo asistentes Chvrches, siempre efectivos o del hip hop más mesmerizante de Vince Staples, cuyas rimas son como movimientos de ajedrez que siempre te dejan contra las cuerdas, en jaque mate, y sólo te queda rendirte y aplaudir.

La tarde del viernes continuó con un poquito de world music, con la malinés Oumou Sangaré, cuyo ritmo de bajo te hacía creerte un león en la estepa con ganas de sangre. Sus coristas bailarinas eran todo un espectáculo, con el sol quemándote las orejas y el groove haciéndote creer el brujo más molón a este lado de la diagonal. Una chica con gafas de sol rojas y peluca turquesa no estaba de acuerdo y se marchó. La peluca se la comió entera y volvió en seguida a bailar sola. «Auiauiauiaui», chillaba Sangaré y tenía toda la razón del mundo. No hay que preocuparse, al parecer el viento había tirado la peluca, la chica volvió a aparecer detrás suyo, pero estos de Malí te hacen creer cualquier cosa.

Desde Italia llegó Cesare Basile con una propuesta post rock excéntrica y muy personal que hacía de los susurros de las cantantes acompañantes auténticas invocaciones a la tarantela y a dejarte de tonterías y sonreír. El público sonrió, ya lo creo.

La aparición de The Breeders fue un divertido «remember when» de los 90, con unas hermanas Deal que se lo pasan de fábula suplantando el violín con la voz. En «No aloha» o «The divine hammer» el público se volvió joven de nuevo, ya que la media de edad del público era de 73 años, aunque puede que me equivoque, a partir de cierta edad todos parecen muy viejos. Da igual, Kim Deal sigue siendo un dios. Al mismo tiempo, John Maus sonaba más moderno y avant guard, con una limitación como frontman evidente, pero quedaba de fábula cuando se golpeaba la cabeza con el puño, en plan troglodita steampunk.

Entonces tocaba el tiempo del azar y con Yellow Days, unos chicos muy rubios enamorados de los 80, con un pop ralentizado y espeso, salió rana. Con Rhye y su renovación del soul con tintes experimentales, salió hasta el monstruo del pantano a aplaudirles. Adictivos y emocionales, pusieron tiernos a todo el mundo.

A esa hora el gran foco estaba en Father John Misty, que es jugar sobre seguro. Su rock americano de lírica tenebrosa quedaba de fábula y más a medida que se iba haciendo de noche.

Buenas noches, vamos.