Literatura
¿Tienen todos los millenials 1000 años?
La historia de la literatura demuestra que sólo existe UNA juventud, se ponga el nombre que se ponga, de «A este lado del paraíso» a «Crezco»
La historia de la literatura demuestra que sólo existe UNA juventud, se ponga el nombre que se ponga, de «A este lado del paraíso» a «Crezco».
Cuando Ingegerd de Conteville estaba a punto de cumplir 21 años, lloraba cada noche con desahogo porque veía escapar entre los dedos su hermosa juventud. Los lloros comenzaban al atardecer y podían claudicar al alba. Su madre, desesperada por los gritos de la niña, decidió llevarla a Grounidas el mago, para ver si podía mitigar su angustia. La noche del dos de mayo del año 1001 entraron en la gruta donde vivía el misterioso mago y exigieron su presencia. De pronto, lo que era un negro amenazador se convirtió en una cegadora luz, de la que surgió la silueta del mago. «Sé por qué estáis aquí», dijo y cogió las manos de la joven Ingegerd. «¿Seguro que quieres conservar tu juventud?», le preguntó sin mediar palabra, sólo aprendiendo su alma a través de los ojos. «Sí, sí, sí», lloró la niña, convencida que su máximo ruego se iba a convertir en realidad.
Después de los agudos y felices chillidos de la niña, volvió a hacerse oscuro, sin rastro del mago. Aún así, Ingegerd no dudaba del milagro y ansiaba que llegase su cumpleaños y celebrar por todo lo alto su nueva vida. No tardó en llegar, pero cuando su madre fue a despertarla el día señalado, vio aterrada que su hija llacía sin vida sobre la cama, con un tétrico rictus de felicidad en el gesto. Su madre maldijo al mago y lo buscó por todo el territorio, pero nunca llegó a encontrarlo. Su hija había conservado su juventud, pero a un alto precio.
Sin embargo, sin saber cómo, Ingegerd despertó 21 años después en la misma cama, con el rostro rejuvenecido y el cuerpo inocente de una niña de 16 años. Su madre había fallecido y no pudo ver el milagro, pero su padre, asustado, la prohibió salir del castillo. A Ingegerd tanto le daba. Algunas noches se escapaba de noche y dejaba vía libre a su radiante juventud. Todo era felicidad y maravilla, hasta que se volvió a acercar su 21 cumpleaños. La noche previa no quiso dormir, pues recordaba lo que le había ocurrido 25 años antes. Sin embargo, cuando surgieron los primeros rayos de sol del alba, dio un suspiro y cayó sin vida en el frío suelo.
21 años después, Ingegerd volvía a despertar en la misma cama, con las facciones de una niña de 16 años. Su padre había muerto y ahora reinaba su hermano pequeño, que la había llorado dos veces y que ahora, en su vejez, adoptó a la criatura con gran amor y sin miedo, con la esperanza de no volver a perderla nunca. Volvió a buscar a Grounidas, pero sin éxito, y cinco años después, en su 21 cumpleaños, volvió a morir.
Cuando despertó dos décadas después, nadie quedaba de su familia, sólo su sobrino, el nuevo rey, que por orden de su padre había hecho sellar la habitación de Ingegard para que nada estorbase su regreso a los vivos. Cuando oyeron los gritos de la joven, abrieron la puerta y celebraron la buena nueva. En ese momento, Ingegerd había interiorizado su suerte y no le importó vivir su nueva juventud, la cuarta, con ganas de ver cómo había cambiado el mundo y qué tenía que ofrecer para los jóvenes, guapos y felices. En realidad, nada había cambiado, y eso le alegró. Mil años después, el 6 de mayo de 2018, lloraba desconsolada por ese mismo motivo, porque nada había cambiado, salvo que ahora la llamaban millenial, como si fuera un insulto. Ya no quería más juventud, quería desarrollar una historia más amplia. Grounidas hacía mil años que había muerto de un ataque de risa.
Desde el siglo XX, la historia de la literatura ha encontrado en la juventud, y sus particularidades un gran tema que explotar. Siempre ha parecido, en un principio, que las diferentes generaciones tenían particularidades únicas que convertían a su juventud en algo especial y diferente a la de sus padres. Sin embargo, si pones al protagonista de «Crezco», de Ben Brooks, novela de iniciación de 2011, y lo pones en «Las tribulaciones del estudiante Törlem», de Robert Musil, de 1903, no habría muchas diferencias en sus reacciones a los mismos problemas.
La juventud empieza a ser un tema en sí mismo a partir de 1910 y podríamos citar a «El gran Meaulnes», única novela de Alain Fournier de 1913, como su protoinicio. El escritor francés, que murió en la Primera Guerra Mundial a los 27 años, nos presentó a Agustine Meaulnes, un chaval terco, impulsivo, convencido de que su misión en el mundo es redescubrirlo por completo y recuperar un amor perdido, se ponga quien se ponga en su camino. La rebeldía empieza a ser marca de fábrica de una juventud que empieza a ser consciente de la maravilla que es ser joven en contraposición con un mundo viejo y sin pasión.
En los años 20 llega la Generación Perdida con dos novelas por excelencia, «A este lado del paraíso», de Francis Scott Fitzgerald y «Fiesta», de Ernest Hemingway. La primera presenta al mundo a un jovencísimo escritor de 23 años que ejemplifica como nadie la era del jazz, el desenfreno y el alcohol. La segunda, más sui géneris, nos presenta a una joven pareja de norteamericanos en sus fiestas por París y España, y los conflictos que se crean entre ellos a partir de las que ellos crean en los demás. A finales de la década, en 1928, Evelyn Waugh añadió una joya al canon de la juventud siempre es la misma con «Decadencia y caída», sátira de esos señoritos ingleses que se creen, por serlo, dueños del mundo y sus circunstancias.
En los años 30 hay dos grandes ejemplos de esa juventud descarada con su propio pasado y convencida que el mundo les debe la vida. En «Pregúntale al polvo», John Fante nos presenta a Arturo Bandini, aspirante a escritor que todo aspirante a escritor debería conocer. Además, la escritora Vera Brittain alzó el género a altas cotas con «Testimonio de juventud», publicado en 1933 y cuyo éxito le llevó a escribir tres continuaciones, no tan brillantes porque la juventud ya no era la protagonista.
En los años 40, en plena explosión de la II Guerra Mundial, la juventud pasó a un segundo plano, pero hay ejemplos como «Hangover Square», de Patrick Hamilton, donde volvemos a ver el lado pérfido de la juventud a partir del alcohol y la disociación psicológica. Memos árida y más brillante, por la luz que deja, fue «Un árbol crece en Brooklyn», de Betty Smith, la primera novela de una escritora que consiguió vender 300.000 copias en una semana y que al final de año ya había vendido millones. La historia sigue el paso del alter ego de Smith y su crecimiento en una familia de inmigrantes y llega a los 20 con su deseo de convertirse en escritora más vivo que nunca.
En los 50, la primera década en que la juventud ya fue considerada segmento de la sociedad líder de consumo, se vivió el boom de este tipo de historias. Aquí nos encontramos con obras maestras como «En la carretera», de Jack Kerouac, que presentó al mundo a la beat generation y «El guardián entre el centeno», la primera descripción fiel y arrolladora de lo que es ser un adolescente. ¿Puede un adolescente de los años 40 o 50 hablar a los adolescentes de hoy? Sí, porque ha quedado clarísimo que nada cambia.
La década prodigiosa
Después de los beat llegaron los «swinging sixties», los hippies, el flower power y demás intrascendencias. Dentro de este contexto llegaron obras la magistral «Hundido hasta el cielo», de Richard Fariña, o la historia de otro joven que se cree más listo que este mundo y el relato de Robert Thorn «The day it all happened, baby», que el propio Thorne trasladó en el guión de la película de culto «Wild in the streets», absoluta locura que consigue capturar a la perfección el enfrentamiento de la juventud contra todo lo podrido que veía a su alrededor.
Otra prueba de que la juventud siempre es la misma fue el éxito de «El grupo», de Mary McCarthy, que en 1963 describía la irrupción en la vida real de unas jóvenes de18, 19 años, pero ambientada en los años 30, y que nadie notó la diferencia. Otras cumbres del género de los 60 fueron «La campana de cristal», también de 1963, de Sylvia Plath o aquella maravilla para todas las edades que es «Rebeldes», de la adolescente S. E. Hinton, que en los 80 convertiría en historia universal Francis Ford Coppola en una película que presentó al mundo a toda una generación de jóvenes actores, el Brat Pack. Los 70 nos dejó una joya indiscutible, «Postales de invierno», de Ann Beattie, pero fue en los 80 cuando la juventud volvió al primer término con Brett Easton Ellis y sus «Menos que cero» y «American Psycho» o Jay McInerney y la divertida y desasosegante «Luces de neon», auténtico culmen del género por su simplicidad y la capacidad de escribir en segunda persona con éxito.
Los 90 trajeron a los españoles Ray Loriga y su increíble «Héroes» y José Ángel Mañas y «Historias del Kronen». «Generación x», de Douglas Coupland, «las vírgenes suicidadas», de Jeffrey Eugenides o las novelas de Stephen Chbosky como «Las ventajas de ser un marginado» son buenos ejemplos, para llegar ya a los 2000 con gente como Peter Cameron y su formidable «Algún día este dolor te será útil» o la absorbente «Submarine» de Joe Dunthorne. La pregunta está en si los millenials necesitan una novela generacional o esto ya ha pasado a mejor vida. Total, llevamos 100 años contando la misma historia, mejor hacer un video de youtube.
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