Barcelona
Tras los pasos de Montserrat Roig
El Born acoge en una muestra el año mágico de la escritora y periodista, el ya lejano 1977.
El Born acoge en una muestra el año mágico de la escritora y periodista, el ya lejano 1977.
Cuando Aurora Sanabria leyó por primera vez «El temps de les ciceres», de Montserrat Roig, sintió deseos de cambiarse el nombre por Natàlia Miralpeix, la portagonista del libro. Aquella novela la trastornó por completo. Tantas eran las similitudes entre las dos, que parecía mentira que la escritora no la conociera de antemano. Como Natàlia, ella también tenía treinta y muchos años y había vuelto a Barcelona a mediados de los años 70, después de haber vivido doce años en París y Londres. Además, su familia representaba ese mismo tipo de burguesía barcelonesa tan acomodada como anestesiada, incapaz de levantar un dedo para vencer su pasividad ante lo que sucedía a su alrededor.
Lo primero que hizo cuando volvió a Barcelona fue preguntar a su madre si conocía a Montserrat Roig. Ella aseguró que sí, cómo no iba a conocerla, «sale por la tele». Aurora insistió si la conocía personalmente, si le había hablado de ella. «Cariño, ¿te encuentras bien?», preguntó su madre como única respuesta.
Aquella misma noche reunió a los amigos que había dejado en la ciudad y los invitó a una cena. Volvió a preguntar a cada uno si conocían a Montserrat Roig y si alguno le había hablado de ella. Ninguno contestó lo que esperaba, pero no, no podía ser, una persona no puede encerrar en una novela a otra por casualidad.
Al llegar a casa, con alguna que otra copa de más, volvio a releer la novela, y no, no había duda, esa Natàlia Miralpeix era ella, no la iban a engañar. No sabía como, pero tenía que hablar con la escritora y que le dijese la verdad. Contrató a un detective y le pidió que la encontrase, la siguiese y le describiese todas sus rutinas, para encontrar el mejor momento para abordarla.
Dos días después, estaba en las puertas de los estudios de Televisión Española en Cataluña, donde Roig iba a grabar las entrevistas de su programa «Personatges». «Dios, el único personaje soy yo, soy Natàlia Miralpeix», pensaba ella a la puerta de los estudios.
Cuando por fin vio a Montserrat Roig salir por la puerta y dirigirse a su coche, Aurora no dudó un instante y saltó la verja de entrada en busca de su deseado encuentro. El guarda de la puerta salió tras ella, pero Aurora consiguió alcanzar a Roig cuando estaba a punto de llegar a su coche y se lanzó sobre ella. «¡Soy Natàlia Miralpeix, soy Natàlia Miralpeix!», exclamaba. Roig la miró seria, sonrió con indiferencia y dijo: «vaya, creía que eras más alta».
Con el guarda ya arrastrándola fuera de allí, a Aurora no le dio tiempo de decir nada más,. Sin embargo, pensativa, empezó a relajarse y sonrió. Claro, ahora lo comprendía todo. Al día siguiente fue al registro y se cambió el nombre, previo pago de 45 pesetas. «Por supuesto que no soy Natàlia Miralpeix», se dijo mientras esperaba su turno en la cola, «soy mucho más alta, soy Montserrat Roig», gritó.
El Born Centre de Cultura i Memòria acoge ahora la exposición «Montserrat Roig 1977. Memòria i Utopia» un recuento de la celebrada escritora y periodista en el año en que su nombre se convirtió en sinónimo de compromiso, inteligencia, talento y seducción. La muestra, comisariada por manuel Guerrero, nos traslada así a ese mágico 1977, el año en que la escritora asombró al mundo con el libro «Els catalans als camps nazis» y su mejor novela, «El temps de les cireres», con la que obtuvo el Premio Sant Jordi.
Quien quiera sumergirse de nuevo en las palabras de Roig, pero sobre todo en su época, tiene que visitar una exposición que cuenta con la colaboración de la fotógrafa Pilar Aymerich, amiga de Roig hasta su fallecimiento en 1991, y del artista Francesc Abad, que presenta dos instalaciones inspiradas en Mauthausen y la recuperación de la memoria. La exposición muestra, además, documentos inéditos como los contratos que firmó con la editorial Grup 62 para la publicación de las dos obras o los contactos de los negativos fotográficos que Francesc Boix realizó en Mauthausen.
Además, la muestra también acoge fragmentos de las entrevistas que llevó a cabo para el programa «Personatges» durante os años 1977/78. «Nos hemos centrado en los momentos concretos de 1977 en los que trabajó en sus libros más importantes, en su programa de televisión, lo que supuso su aparición fulgurante, con solo 31 años, y que se convirtiera en un personaje público reconocido», asegura Guerrero.
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