Cataluña

Viaje a Amer, el pueblo de Puigdemont, convertido en «santuario independentista»

Su madre lo tiene claro: «Si viene le van a meter en prisión, y luego a quién harán president». La Pastisseria Puigdemont, de la familia del expresident, ha aumentado su facturación en los últimos meses

Plaça de la Vila de Amer, pueblo de Carles Puigdemont, presidida por un abeto decorado sólo con lazos amarillos.
Plaça de la Vila de Amer, pueblo de Carles Puigdemont, presidida por un abeto decorado sólo con lazos amarillos.larazon

Junto a la pastelería familiar del ex presidente, en la Plaça de la Vila, presidida por un abeto que solo luce lazos amarillos, unas 50 personas cantan villancicos con frases dedicadas a los políticos presos

Once de la mañana. En Amer (Gerona), los vecinos pasean por la calle ultimando las compras de última hora para pasar la Nochebuena junto a sus familias, aunque como comprobamos un rato más tarde, ni en un de los pueblos más independentistas de Cataluña, donde nació Carles Puigdemont, consiguen reunirse todos en Navidad por culpa de las diferencias políticas.

En este pequeño pueblo de poco más de 2.200 habitantes, hay pocos elementos de atracción turística: la ermita de Santa Brígida y un surtidor de agua picante, constituyen algunos de los pocos reclamos qué tiene este municipio de la comarca de la Selva, al límite con la Garrotxa. Tampoco tiene muchas tiendas: un par de panaderías, un pequeño supermercado, una mercería, tres bares, un pub cerrado a esta hora de la mañana y una pastelería, situada en el número 6 de la calle Sant Miquel, una de las que dan a la Plaça de la Vila, y donde más vecinos y turistas entran a comprar.

En esta dulcería no venden gofres ni chocolate belga, pero los «caprichos de Amer», su especialidad, se agotan tan fácilmente qué a media mañana ya no les quedaban. El volumen de negocio en este establecimiento, a diferencia del de las otras tiendas del pueblo, ha aumentado en los últimos 24 meses. Situada en los bajos de una casa, en cuyos balcones lucen esteladas, lazos amarillos y pancartas de campaña con el eslogan «Puigdemont, el nostre president», en la fachada del local un cartel luminoso indica que la tienda esta autorizada por el estado para vender cajetines de tabaco. En su interior, tres dependientes y un obrero despachan con rapidez a los muchos vecinos a quienes ya conocen por su nombre y a tantos otros curiosos que, guiados por el Google Maps por el pueblo, se dirigen hasta esta tienda de ultramarinos de toda la vida, ahora «Pastisseria Puigdemont», que en las últimas semanas se ha convertido en punto de peregrinaje del independentismo.

Tras el mostrador, dos de las dependientas lucen lazos amarillos en sus batas blancas. La otra, una de las hermanas del ex presidente catalán, habla entre risas con una vecina sobre el peinado de ambas. Un joven se mira las portadas de todos los diarios, y le pregunta a la hermana: «què fa en Carles?”. Como casi siempre, en casa de Puigdemont, pocos hablan de él. Solo su madre, Núria Casamajó, que cada día baja las escaleras de su casa hasta la tienda, contesta aún a las preguntas sobre su hijo. Aunque reconoce que hace meses que no habla con él, que su hijo no le llama, es la más autorizada para hablar de sus sentimientos. Por aquello de qué las madres saben lo que piensan sus hijos, sin tan si quiera preguntarles. Serán las primeras navidades qué no le visita en Amer, pero tampoco le genera una gran inquietud. Le informan que su hijo se encuentra bien, y eso le reconforta. El viernes, el mismo día que se cumplen dos meses desde que el ex presidente se marchara a Bélgica, se cumplirán también 55 años desde que Núria, diera a luz a su segundo hijo.

A pocos metros de la pastelería familiar del ex presidente de la Generalitat, en la Plaça de la Vila presidida por un abeto gigante que solo luce lazos amarillos, unas cincuenta personas se concentran frente al ayuntamiento para cantar villancicos con frases dedicadas a los políticos presos. Todos lucen alguna pieza de ropa amarilla. Conchita, una mujer de Barcelona qué ha recorrido junto con sus dos hijas los más de cien kilómetros de distancia hasta el pueblo para hacer turismo, se emociona con la canción. Mientras se seca las lágrimas, reconoce a LA RAZÓN que siente «impotencia». Su hija Laura cree que «de estar en el lugar de Puigdemont, yo volvería de Bélgica» pero pronto le corrige su madre: «Si vuelve le van a meter en prisión, y luego ¿a quién harán presidente?», se pregunta.

Jordi, hermano de un excompañero de clase de Puigdemont, asegura que «no dude de que si vuelve, le apoyaremos, es su decisión». La pianista de los villancicos, que luce un lazo amarillo, afirma que «de política no sé nada, pero confío ciegamente en él». En cambio Elena, que explica que estas navidades la familia no se reunirá por qué su hermano y su cuñado son unos de los 126 ciudadanos que votaron a Ciudadanos en este pueblo el 21-D, le pide que «sea prudente y deje pasar las fiestas». Esta vecina, amiga de la familia, asegura que «la política tiene que hacer política, y si tenemos que volver a las urnas, volvemos».