Valencia
Sibaritas del corazón, anónimos inolvidables
El final de la comida se convierte en una sobremesa importadora de sentimientos que mantiene unilateralmente el recuerdo pendular de idas y venidas.
El final de la comida se convierte en una sobremesa importadora de sentimientos que mantiene unilateralmente el recuerdo pendular de idas y venidas.
Curtidos en mil quebradas gastronómicas sobrevolaban las cumbres culinarias con autoridad hostelera, clientes intrépidos en busca de avituallamientos caseros. Han debido pasar varios meses desde su marcha para que el recuerdo nos devuelva todo esto a la memoria.
El final de la comida se convierte en una sobremesa importadora de sentimientos que mantiene unilateralmente el recuerdo pendular de idas y venidas. La conversación del café custodia el fuego sagrado de lo que alguna vez fueron experiencias irrepetibles. José Ruiz «El President» buscaba la autenticidad de la comida sin abrazar el excesivo detallismo gourmet. Pero por encima de todo aderezaba su vida cotidiana con el mejor condimento: su entrañable amistad con hosteleros y vecinos, lo que facilitaba el triunfo pleno de la sobremesa.
Con el órdago vinícola en movimiento, sin frivolidad somellier, nos decantamos por el buen vino de La Mancha en su memoria. Un rápido repaso sitúa a la cuchara como su amiga preferente, La «cullera» como constante fuente de inspiración se asentaba en sus gustos particulares. Bendito puchero.
Mientras José Manuel Fuente escalaba con su particular visera los Lagos de Covadonga, a escasos kilómetros, una parte de mi niñez gastrónoma apresurada y los primeros chorizos los mastiqué bajo la tutela de Ramón Rojo «Monchi» a mediados de los setenta. Los huevos fritos de gallina pinta asturiana también sonreían en aquellas jornadas, como un punto de inflexión en mi acné gustativo. Una auténtica cocina casera de primeros auxilios
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