Gastronomía
Un mar de buñuelos, cuando el dulce se agita
Los buñuelos, con los que tenemos una relación intermitente, llegan siempre sincronizados con Las Fallas, pura simbiosis, de manera casi perpetua, para deslumbrar a miles de paladares
La movilización popular a favor de los buñuelos se consolida un año más. Todo el mundo responde a la llamada del General Matute, nuestro gastrónomo de cabecera. El pelotón inicial para tamaña aventura está formado por once personas: Aventureros gastrónomos, curiosos, conversos golosos, especialistas de la dulce intriga y una valiente celiaca. Ya estamos todos.
Lazos golosos unen, inicialmente, al grupo. La duda es saber hasta cuándo. Una ruta llena de interrogantes se encargará de dictar sentencia gustativa. La foto más inverosímil, hasta ayer mismo, puede producirse, tras el recorrido propuesto con seis avituallamientos diferentes.
En las calles se observa la significación y emotividad especial del momento. Sobran razones. Los buñuelos, con nombre propio, con los que tenemos una relación intermitente, llegan siempre sincronizados con Las Fallas, pura simbiosis, de manera casi perpetua, para deslumbrar el envoltorio de miles de paladares. Nos rendimos a la evidencia. El viaje por el centro de la ciudad va dirigido a acompasar los impulsos acunados de los buñuelos caseros. Pocas son los que pueden presentar las credenciales de superar el paso del tiempo. Buñolería El Contraste (San Valero, 12). Todo gira en torno a los buñuelos que sobreviven al pasado. No serán todos los que son pero son todos los que están. Horchatería Fabián (Ciscar, 5)
Los dos expertos, tras acercarse al quinto kiosco, advierten del ingente riesgo, ya que todas las experiencias anteriores desaconsejan afrontar otro encuentro directo con los buñuelos aceitosos. Los mismos analistas inciden en la extremada habilidad que muestran en otra churrería, a escasos ochenta metros. Parecemos ya acorralados tras los cuatro primeros ensayos. La gesticulación del buñolero, los exabruptos cualitativos y la desafección ocular creciente de un amplio sector del grupo hace que hagamos un decidido esfuerzo para promover la distensión gustativa. «Venga una docena en cada puesto».
La ruta se convierte en el master gastronómico más barato que hemos pagado en nuestra vida. Tras la calma, se viaja al pasado y se vive el presente. En la sencillez está la virtud y todavía hoy recordamos aquella maravillosa docena de buñuelos como muestra inequívoca de un amor adolescente a la calabaza. Del pasado solemos ocuparnos de los buñuelos que marcaron una madrugada de fallas. Y el olvido perdura de aquellos otros que pasaron de puntillas durante la noche.
Los churros y los buñuelos, dos enemigos acérrimos, dos antagonistas con personalidades impredecibles y explosivas, con separación de bienes gustativos, y con permiso de la balsa de aceite caliente que comparten, están dispuestos a protagonizar miles de encuentros durante la semana fallera con un presente mas que cualitativo, salvo excepciones.
El viaje a través de las churrerías y chocolaterías supone vivir una delirante alquimia de encuentros. En algún punto del camino se fusionan. Si hay una misión imposible es intentar encajonar la pasión por los buñuelos en un mismo kiosco. La convivencia de diferentes estilos no desestabiliza el registro de una costumbre (i)rrepetible.
Solo un consejo, moderen la ingesta fría del producto para evitar sabores con efectos retroactivos y el desahucio gustativo de fallas pretéritas. Intenten redimir viejas historias. No se vayan aún hay más... Difícil, muy difícil, encontrar un buñuelo tan hondamente conseguido, pero siempre recién salidos.
Por último, transcribo una reflexión conjunta, que no un comunicado, si el giro en el comportamiento del chocolate degustado podría clasificarse de extraordinario no lo es menos la transmutación de los fantásticos buñuelos y churros consumidos.
Los buñuelos tienen un efecto amnésico que resplandece cuando la jornada fallera llega a su fin. El reencuentro abandera la madrugada. Hay dudas que se mantienen con el tiempo. Esto no puede ser más que una ruta golosa o una declaración de amor al buñuelo.
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