Tetuán
De la familia de la corrala a la torre de babel del turismo
Los habitantes de estos típicos edificios madrileños recuerdan los años en los que la vida transcurría entre las galerías y el patio. Ahora, con los pasillos rehabilitados para evitar sucesos como el de Chamberí, vecinos «hispter» y turistas conviven con los inquilinos de renta antigua.
Los habitantes de estos típicos edificios madrileños recuerdan los años en los que la vida transcurría entre las galerías y el patio. Ahora, con los pasillos rehabilitados para evitar sucesos como el de Chamberí, vecinos «hispter» y turistas conviven con los inquilinos de renta antigua.
En el corazón de Lavapiés hay una corrala discreta, imperceptible para el viandante que pasa despistado, con prisa, entre la multitud de gente que sube y baja por la calle Embajadores. En el número 46, hay un edificio de tres pisos con balcones decorados al gusto. Algo muy acorde con el panorama del barrio. Fernanda responde al telefonillo y abre las puertas de su corrala. Un patio amplio y rectangular aparece tras el sombrío portal. Sin embargo, está desierto, y, al fondo, reina una estructura metálica amarilla; unas escaleras poco discretas y con un estilo arquitectónico que rompe completamente con el resto, pero que se convierte en un rasgo característico del inmueble.
Fernanda ha recorrido ya distintas vecindades de este tipo. Nació en una corrala en la calle Palma, de donde salió en un realojo al barrio de Usera. Finalmente acabó en Embajadores, donde lleva 22 años viviendo junto a su marido. Según cuenta, siempre le ha gustado vivir en edificios de este tipo porque le gusta el calor del gentío y vivir en comunidad. Embajadores, 46 pertenece a la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo (EMVS), sin embargo, salvo los modernos ascensores instalados en el patio, que vienen a arreglar con rapidez cada vez que se estropean, la empresa no dedica demasiado tiempo a mantener el resto de la estructura. «Toda la parte de allí lo han pintado y arreglado, pero a nuestro lateral, ni una mano de pintura en 22 años», se queja Fernanda, señalando al lado opuesto de su puerta.
Cuando el martes pasado se cayeron las galerías de la corrala de Santísima Trinidad, Fernanda pensó enseguida en su vivienda. «Tendrían que venir a revisar la estructura antes de que ocurra una desgracia», advierte. El suelo de las galerías está inclinado y las vigas, roídas y en mal estado. Con aires reivindicativos, señala punto por punto todas las mejoras que deberían llevarse a cabo para que su casa «tuviera otra cara, y pareciese limpia también por fuera». Aclara que quiere que sus derechos como vecina sean respetados: «Nosotros pagamos el alquiler todos los meses, sólo pedimos que se respeten los mínimos».
Además, se queja del poco mantenimiento, «ni siquiera nos limpian las alcantarillas», reivindica con un acento castizo cerrado. De hecho, estas noches de verano, como en cualquier punto de la capital, el calor se hace dificil de soportar y Fernanda, en un intento de conciliar el sueño, abre la ventana para que entre algo de aire en su habitación, pero el olor no le permite disfrutar de la poca brisa que pueda haber.
En pie desde 1900
En la cercana calle Ventorrillo, se alza en el número 7 una de las más antiguas corralas que sobreviven en Madrid. Desde 1900 lleva en pie el inmueble donde viven Juana y Juliana. No ha sido nada fácil defender sus viviendas, que han intentado arrebatárselas en alguna ocasión. «No van a poder conmigo», sentencia Juliana. «Tenemos un contrato legal, por mucho que quieran, ya nos dieron la razón los juzgados hace unos años», añade. Cuando hace 10 años, el edificio fue comprado por una inmobiliaria privada, intentaron desalojarlo para reformarlo integralmente, y de paso quitarse de encima los alquileres de renta antigua como los suyos. «Por eso entonces sólo quedamos los cinco o seis vecinos más antiguos», explica Juana.
Pero, con el paso del tiempo, ya sólo quedan ellas. Llevan en su corrala 48 y 54 años respectivamente. Juliana llegó al número 7 de la calle Ventorrilo cuando se casó. La familia de su marido vivía allí desde 1915. Tuvieron sus cuatro hijos en un piso de 50 metros cuadrados y, en ocasiones, también daban cobijo a su madre, o a su suegra «y a quien hiciese falta, aquí cabíamos todos». Ambas recuerdan las fiestas de San Cayetano, el olor a sardinas asadas en la calle, la limonada que compartían los vecinos en el patio y los concursos de baile. «Esta corrala era muy conocida en el barrio», explica Juana.
Ahora se respira otro ambiente en su vecindad. Juliana echa de menos la convivencia entre vecinos; «yo me dejaba a los niños con la vecina, y al revés», relata. La relación era muy familiar, algo que para ella, ya es muy difícil de encontrar. «La gente ya va a sus cosas, sin prestar atención». Los tiempos cambian y ella lo entiende, pero le da pena que ya no haya contacto entre la gente, como lo había antes. Cuentan que su corrala es querida por el barrio, y que muchos nostálgicos le visitan de vez en cuando. Juliana relata que «el otro día pasó un hombre que ni siquiera había vivido aquí, pero su padre sí, y le había contado tantas cosas que siempre que pasaba se quedaba mirándola por fuera». Es por ello que ella le abrió la puerta para que la conociera también por dentro.
Viviendas de moda
Pero no todas las corralas están en peligro de derrumbe o extinción. Es más, desde hace más de una década cada vez más promotoras, particulares e incluso a iniciativa del Ayuntamiento de Madrid, se han propuesto recuperar las viviendas clásicas madrileñas con balcones al patio. Y es que no hay más que mirar alrededor para encontrar una corrala, aunque a veces pasen desapercibidas. Detrás de las fachadas más insospechadas existen colonias de casas bajas y patios de vecinos llenos de flores en distritos tan dispares como Tetuán, Salamanca, Vallecas y, especialmente, Centro. En ellas conviven desde «gatos» de pura cepa a inmigrantes de todas las costas y jóvenes «hipster» que vuelven a conquistar los inmuebles antiguos. Y no tan antiguos ya que muchos de ellos se han modernizado e, incluso, existen nuevas promociones que levantan corralas modernas por toda la ciudad.
Un ejemplo es el edificio del número 14 de la calle Provisiones que tras su fachada moderna esconde una corrala rehabilitada por la Empresa de Vivienda y Suelo del Ayuntamiento de Madrid (EMVS) en 2005, cuya reforma recibió un año después el 2º Premio Iberoamericano en Patrimonio Edificado, otorgado en Buenos Aires por el Centro Internacional de Conservación del Patrimonio y la Sociedad de Arquitectos. Antonia Sánchez, vecina del inmueble cuenta que, pese a toda la revolución arquitectónica a su alrededor, los vecinos siguen haciendo su vida de siempre con su carro de la compra y los geranios asomando al patio.
Procedente de una corrala antigua en la calle del Bayo, donde vivió con su marido y sus hijos durante 40 años, se trasladó a Provisiones 14 cuando derribaron la anterior porque las galerías se hundían y las vigas de madera no soportaron bien el paso del tiempo. «Nos cambiaron la plata por el oro, no tengo nada de lo que quejarme», comenta. A sus 86 años el cambio fue toda una ventaja: «tenemos ascensor, rampa accesible y vienen cada seis meses a ver que todo sigue bien», apunta y añade que «ahora tengo mi ducha y mi baño en casa, no tengo que salir en medio de la noche, así que estoy la mar de contenta». Eso sí, la vida en las galerías y en el patio no es como antes donde todo sucedía. «Es una pena pero, por otra parte, estoy muy tranquila», confiesa, y reconoce que parte de esa sensación de soledad obedece a la ausencia de su marido, que falleció hace poco. «Mi hijo suele venir a visitarme y a él también le encanta la corrala nueva», explica.
La EMVS ha recuperado varias corralas centenarias como la situada en la calle Olmo, 21 o la de Amparo, 62; pero también la iniciativa privada ha creado nuevas viviendas con la configuración de corrala, como ocurre en Tetuán en la calle Marqués de Viana. Asimismo, los particulares se han ocupado de dar nueva vida a este tipo de viviendas y convertirlas en alojamientos turísticos, como es el caso de Las Corralas de Servet, en la calle Espino, 21. Es por ello que es habitual ver a turistas, despistados y con la boca abierta cuando pasan del portal en corralas castizas como la de San Cayetano, 8, en busca de su apartamento.
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