Maltrato animal
El infierno animal existe, está en la Cañada Real
La historia de Yimbo, rescatado y al que su familia buscaba desde hacía dos años, recuerda la situación de abandono que viven los animales en este asentamiento a sólo 16 kilómetros de la almendra central.
La historia de Yimbo, rescatado y al que su familia buscaba desde hacía dos años, recuerda la situación de abandono que viven los animales en este asentamiento a sólo 16 kilómetros de la almendra central.
Oreo, Lola, Trufa, Violeta, Diva, Lolo, India, Wendy, Choco, Zeus... Y así podríamos seguir enumerando un sinfín de nombres de perros que han sido rescatados en la Cañada Real de Madrid por diferentes asociaciones y protectoras que se desplazan a sólo 16 kilómetros de la almendra central para intentar rescatar a los cientos de animales que malviven allí. Y no sólo perros o gatos, cabras como Camarón, un chivo al que la Asociación Salvando Ángeles Sin Alas (SASA) también rescató hace unos meses.
Laura, una de sus voluntarias, no es capaz de explicar la dureza de la situación: «Es un océano de animales. Ni te lo imaginas». Es tal la magnitud del problema que trabajan coordinados con otras entidades como Equipo Rescate Animal o Proyecto Cañada. Y, aún así, no dan a basto, aunque cuentan con el apoyo de la Policía Municipal. Les ayudan en muchos de sus rescates.
La asociación nació en este mismo asentamiento y, varios años después, han vivido una de las situaciones que más satisfacción les ha dado: lograr el reencuentro de una familia. «Vamos cada semana y ponemos puntos de comida para que los animales, que por temor huyen de nosotros, se alimenten», explica Itziar, la fundadora. Fue así como se toparon con Yimbo, un mestizo pero con rasgos de american stanford. Decidieron salvarle y, a lo largo de tres semanas, hicieron todo lo posible para introducirle en la jaula y sacarle de la inmundicia en la que vivía. No escatimaron esfuerzos y le rastreaban hasta por la noche, «intentábamos crear una rutina para poder montar la jaula y rescatarle». Hace sólo unos días, cuando volvieron a buscarle, lo encontraron acurrucado sobre unos cartones. «Ya no tenía fuerzas y se había dejado morir», explica Laura. La leishmaniasis le estaba dejando ciego. Ahí fue cuando consiguieron sacarle de ese infierno. «El día que le rescatamos estaba tirado en la que hasta ahora había sido su cama: un colchón viejo, roto y lleno de bichos, tirado en una escombrera donde escondía la cabeza, deseando que ésos fueran sus últimos momentos de vida», recuerda su salvadora. Ganaron su confianza y consiguieron ponerle una cuerda.
Le llevaron inmediatamente al veterinario donde descubrieron, gracias a su chip, que tenía una familia que llevaba dos años buscándole. Pilar, su dueña, aún recuerda entre lágrimas cómo se lo arrebataron de su finca de Extremadura: «Aprovecharon que no estábamos en casa para llevárselo de la parcela. Fue mi hijo el que al regresar y querer darle de comer, se dio cuenta de que no estaba», explica a LA RAZÓN. No tardaron en poner una denuncia ante la Guardia Civil y en movilizarse por redes sociales por si alguien hubiera visto al animal. No hubo suerte. «A mi hijo le llamaban de diferentes puntos de Madrid, avisando de que habían visto a Yimbo. Él no lo dudaba y se iba con unos amigos a los barrios más conflictivos de la capital para ver si lo encontraban». Tardaron un año y medio en deshacerse de todas sus cosas. Nunca perdían la esperanza y, por eso, nunca se desprendieron de la documentación.
La llamada que recibió Pilar hace unas semanas les devolvió la ilusión. «Estaba poniendo la mesa para cenar cuando cogí el teléfono». Habían encontrado a Yimbo, pero en muy malas condiciones. «Estuvimos dos días alterados», recuerda.
El reencuentro fue emocionante tanto para la familia del mestizo, como para sus rescatadores. «En cuanto les olió, empezó a mover la cola. Les había reconocido», recuerda Laura. Pilar y su hijo temían que la vuelta a casa fuera dura, que se pusiera violento. Todo lo contrario. A pesar de su falta de visión, rápidamente se dio cuenta de que le esperaba su madre Kira, otro de los perros que tienen en casa. «Y no dejó de darle lametazos», recuerda Pilar. «Ha sido como un sueño», insiste. Ella tiene claro que «le ha salvado ser tan sumiso». En su lomo quedan las marcas de «los palazos que le debieron dar».
Sin embargo, la historia de Yimbo no es la habitual en la Cañada. «Se lo llevarían para criar, ya que pensarían que era de raza», afirma Itziar. Los galgos son los que más se ven en el asentamiento, «los cazadores, cuando no sirven, los abandonan allí». También encuentran muchos PPP (Perros Potencialmente Peligrosos) que «utilizan para peleas». ¿Se puede poner una cifra a la cantidad de animales que viven allí? Itziar suspira: «Es imposible. No existe ningún dato. Lo que está claro es que hay más del doble o del triple de los animales censados». Y explica: «Existe un porcentaje mínimo de personas que viven con su perro, otros que los mantienen de vez en cuando y, el más alto, el de los abandonados. Que nadie quiere».
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