
Violencia ultra
La gran mentira ultra

Insultos racistas, peleas, muertes... los ultras radicales del fútbol han dejado de ser un grupo de inadaptados que no ven más allá de la redondez de un balón para convertirse en grupos de presión con gran poder en los clubes. Organizaciones piramidales integradas por fanáticos que responden a las consignas de uno o varios líderes. Peligrosos muñecos dirigidos por tres o cuatro personas que los controlan buscando poder y dinero. La financiación, en general, corre a cargo de los clubes; entradas y viajes subvencionados en manos de esos cabecillas, que revenden a sus ovejas. Algunos equipos les ceden hasta locales en los propios estadios, en ellos guardan esas banderas y atuendos que les identifican. La contrapartida es sencilla: el apoyo incondicional a la directiva y los radicales tienen el poder de la violencia y el berreo cada domingo en el estadio.
Se organizan por ideologías, ultraizquierda y ultraderecha, de esta forma se cosifica a estos fanáticos: ya son «algo». Ser «alguien» es más difícil, conlleva esa virtud de adquirir tu propia identidad, gran desconocida. Lo de esta semana en Vallecas un ejemplo de lo antedicho: un grupo de ultraizquierda impide con su presión el fichaje del futbolista Zozulya, supuesto neonazi. Un rico de pantalones cortos acusado de pertenencia a la ultraderecha europea es perseguido por violentos de ultraizquierda, dirigidos por tres líderes que «trabajan» para ricos ejecutivos... Curioso esto del fútbol, deporte rey, practicado por caballeros, ja ja.
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