Conciertos
Un enorme Kiss con lengua
La banda cruza el Atlántico sólo para visitar la Península en una declaración de amor
Con media hora de retraso pero en perfecto estado de revisión de sus plataformas, Kiss irrumpieron en el escenario del antiguo Palacio de los Deportes con la batería suspendida cinco metros sobre el suelo. Gene Simmons gritó anunciando «Deuce» y entonces un inmenso telón negro descendió aunque a trompicones. Kiss volvían a la ciudad, quizá por última vez, con sus tachuelas, sus maquillajes, su cuero impecable y... esa lengua.
«Shout it Out Loud» fue coreada por un pabellón casi lleno y obsequiado con pirotecnia abundantemente. «¡Madrid! Anoche tocamos en Barcelona... y ellos dijeron que son los número uno. ¿Qué pensáis?», preguntó Paul Stanley. Y el público rugió desaprobando. «Bueno, no hablo español muy bien pero comprendo vuestros sentimientos», dijo en castellano y arrancó «War Machine». Pero tenía otra pregunta: «¿Estáis preparados para rockear? Nosotros somos chicos de la vieja escuela», y fue el turno de «Old School Kids».
El sonido no fue perfecto, pero es como suele suceder cuando se ejecuta en directo. Demasiadas sospechas estamos oyendo últimamente de espectáculos enlatados que se cobran a precio de solomillo. Pero es que anoche, además de buenos guitarrazos, hubo de todo: espadas ardiendo, escupidores de fuego, hombres volando, competiciones de vítores, guitarras que disparan fuegos artificiales. Kiss son los reyes del arte de la escena y es casi imposible que te caigan mal. Tras «Shock Me», el público masificó el karaoke con «Say yea».
Simmons, de 68 años, permaneció la primera mitad del concierto en un segundo plano, como buen bajista. Eso sí, se hace instalar ventiladores delante de su micrófono, cual Beyoncé del heavy, aunque no se sabe si es para que su melena ondee o para que el maquillaje no sufra, pero es coquetería en cualquier caso.
Los Kiss son los actores kabuki de una función de rock trasnochada, pero que la mascarada de su apuesta no oculte que tienen muy buenas canciones. Les sobra parafernalía y, sin embargo, renunciar a ella sería perder su esencia. «Flaming Youth», «Lick It Up» precedieron a una humareda digna del Krakatoa. Gene Simmons percutía su bajo y escupía sangre copiosa, roja como lava, por esa lengua que tiene larga como un filete. Y entonces el salto mortal. Unos arneses le levantan 15 metros sobre el suelo del pabellón para «God Of Thunder», pero cuando todo el mundo fue completamente feliz sonaba la inolvidable «I Was Born For Lovin You» y llegó el exceso.
No tenía mucho sentido que durante la canción más esperada del concierto se disparasen salvas de fuegos artificiales ensordecedoras, pero así son Kiss. Había más: una tirolina transportó a Stanley a una plataforma en medio de la pista en «Love Gun» y le devolvió al escenario para «Black Diamond».
Más que un concierto fue un salto mortal, y le dedicaron «Detroit Rock City» a un lugar igual que Madrid. Roto, seguramente. Porque lo de anoche, aunque sobraron petardos sin ninguna duda, fue un acto de amor, un largo beso con lengua.
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