Madrid Arena

Viñals sobre la enfermería: «Es como una tienda en mitad del campo»

El doctor justifica su actuación y asegura que no les «faltaba de nada: teníamos suero y agua», como en un hospital de campaña

Simón Viñals, fumando un pitillo ayer, durante un receso de la primera sesión del juicio
Simón Viñals, fumando un pitillo ayer, durante un receso de la primera sesión del juiciolarazon

El doctor justifica su actuación y asegura que no les «faltaba de nada: teníamos suero y agua», como en un hospital de campaña

Judicialmente, ayer no era día para hacer declaraciones y mucho menos comentarios desafortunados que pudieran añadir más dolor al que ya deben de estar sintiendo las familias de las cinco fallecidas en el Madrid Arena. La sesión de ayer, la primera de una vista oral que se alargará hasta el mes de junio, se dedicó sólo a resolver las «cuestiones previas» del juicio. Los 15 imputados por la tragedia de hace tres años, que ayer se sentaron por primera vez en el banquillo de los acusados, llevaban bien aprendida la lección y rehusaron contestar a preguntas de los periodistas a la entrada de la Audiencia Provincial de Madrid, ya que es hoy precisamente cuando comienzan las declraciones en sede judicial. Todos fueron prudentes menos uno, y precisamente alguien para quien no pintan muy bien las cosas.

Se trata del doctor Simón Viñals, de 74 años. Mientras la secretaria judicial leía el escrito de la Fiscalía, al llegar la parte en la que explicaban su imputación, bajó la cabeza y negó moviéndola de un lado a otro, dando a entener su disconformidad con el relato de los hechos.

Poco después su abogado solicitó al tribunal si, dado el estado de salud de su defendido, podría asuentarse de las sesiones y acudir exclusivamente el día de su declaración, una petición que le fue concedida a expensas de que se presentaran informes médicos que así lo avalaran.

Minutos más tarde de esa petición alegando problemas de salud, se hizo el primer receso y Viñals fue justo el único imputado que salió al exterior a fumarse un cigarrillo, momento en que fue abordado por la Prensa. Aunque durante un par de minutos se mantuvo en su postura de «no declarar absolutamente nada», acabó contestando a preguntas que dejaron en entredicho su empatía con las víctimas y sus familias. «Por supuesto que hice todo lo que pude y todo lo que sabía según el protocolo de actuación ante una emergencia de estas características», espetó a un periodista. El doctor está acusado de diagnosticar erróneamente a dos de las víctimas (Rocío Oña y Cristina Arce), a quienes dio por fallecidas en la enfermería del pabellón municipal cuando aún se encontraban en situación de parada cardiorrespiratoria. Los sanitarios del Samur declararon en fase de instrucción que cuando llegaron estaba parado, como bloqueado, sin hacer nada. En el escrito de la Fiscalía se refiere su actuación y la de su hijo como «faltando a las normas más elementales de la asistencia médica que tenían la obligación de conocer» ya que «comenzaron a realizarles presiones torácicas sin que conste el número y profundidad de las mismas, así como de dar ventilación con un ambú». «Intenté reanimarlas», sentenció ayer.

«Había agua y suero»

Fue, rebatiendo las acusaciones de carencias en la enfermería cuando, el doctor se mostró más impertinente. «No le faltaba de nada. Teníamos agua embotellada y teníamos suero. Cuando hay un accidente en mitad del campo y el Samur monta una tienda en mitad del campo. En un hospital de campaña, tampoco hay agua corriente», espetó, visiblemente alterado. El propio juez instructor, Eduardo López-Palop, expresó en su auto de apertura de juicio oral que su primera impresión cuando entró en el habitáculo «generosa e inexactamente llamado enfermería fue que se trataba de un cuarto trastero, sin ventilación ni luz suficiente y aspecto realmente sorprendente en un país civilizado en pleno siglo XXI, sin agua corriente».

Por su parte, uno de los facultativos del Samur que acudieron aquella madrugada al Madrid Arena declaró en sede judicial que «si él hubiera sido el médico ocntratado no podría asumir el evento». Es más, aseguró que cuando él llegó el doctor Simón Viñals estaba fuera de la enfermería en la puerta y le hizo el comentario: «Toda la noche atendiendo borrachos y ahora me traen esto», y que el desfibrilador no se puede usar con ropa puesta y que las pacientes estaban con ropa puesta».

El doctor Viñals cobró por este servicio 1.920 euros.