Crónica

Los testigos de la explosión en Madrid: «Lo he sentido en el pecho, como un golpe»

Los testimonios de lo ocurrido hablan de un estallido parecido al de «una bomba»

Madrid contaba con un miércoles gris. Las previsiones meteorológicas hablaban de copiosas lluvias llegadas de la mano de un tal «Gaetan» que mantendría el cielo encapotado durante toda la jornada. En efecto, el día en la capital estuvo marcado por un espeso color gris en el ambiente, pero, por desgracia, a raíz de un suceso mucho más trágico que el peor de los nublados. Porque este 20 de enero de 2021, en Madrid llovió, tal y como se esperaba, y, sin embargo, nadie en la calle mostraba la más mínima preocupación por el tiempo, como nadie se acoraba ya de «Filomena»: «¡Una explosión, ha habido una explosión!», se escuchaba en los corrillos de gente arremolinada en las inmediaciones de la calle Toledo en un tono que pasaba de la incredulidad a la angustia a medida que el sonido de las sirenas se intensificaba y el olor a plástico quemado se hacía camino por el centro de la ciudad. El reloj apenas marcaba las 15:00 horas de la tarde.

«Estaba en casa cuando, de pronto, oí el estallido; al momento me asomé por la ventana y vi la enorme nube de humo», narra sobre lo ocurrido Liliana, una de las madres del Colegio La Salle, colindante al número 98 de la calle Toledo. «Puesto que nadie parecía saber nada acerca de lo sucedido y que la Policía no me atendía por teléfono, decidí acercarme yo misma; he tardado cuatro minutos en llegar», continúa su relato aún impactada. Su instinto la condujo a ella y a otras decenas de personas hasta el lugar de los hechos para confirmar el mal presentimiento: cuatro plantas del edificio de la Parroquia de la Virgen de la Paloma habían volado por los aires tras la detonación de una caldera en revisión.

«¡Sonó como si fuera una bomba, de verdad, temblaron todas las ventanas!», asegura con grandes aspavientos una de las niñas; «¡A uno de mis compañeros le ha caído un trozo de cristal encima!», sigue otra. Las dos comparten su experiencia notablemente excitadas y bajo la mirada atónita de los adultos tras el desalojo ordenado del centro en el que, por suerte y como ha ocurrido también en la Residencia Los Nogales, no hay que lamentar más pérdidas que las de algunos desperfectos materiales. «No me puedo creer que en su primer día de clase después del parón por la nieve y tras las Navidades haya pasado esto; llevamos un año imposible», hacía balance Almudena, otra de las madres que tendrá que asumir la continuación de las clases de sus hijas esta semana de forma virtual, mientras se evalúan los posibles daños estructurales para dar garantía de seguridad.

Muy cerca de allí, al lado de la Puerta de Toledo, la comidilla del bar no era otra: «Os juro que lo he sentido en el pecho, como un golpe seco», asegura una de las clientas de la Cafetería Zocodover. «Yo pensé que había sido un accidente de tráfico, una colisión de un camión o algo así», responde uno de los dueños; «A mí lo que me vino a la cabeza fue que se había caído algo del tejado después del temporal», añade su mujer mientras responde al aluvión de mensajes y llamadas de amigos y familiares que quieren asegurarse de que los dos están sanos y salvos.

Más desesperadas estaban las personas que viven en los bloques cercanos al dañado, propiedad del Arzobispado de Madrid: «No me voy a mover de aquí hasta que no me dejen entrar en mi casa y coger al gato, ¡estoy que no vivo!», dice al aire Saioa, una de las vecinas desalojadas que, tomando el paraguas que le acerca una conocida para sobrellevar la espera de la mejor manera posible, prosigue nerviosa: «Por suerte, tengo una vivienda vacacional, así que ya he descartado dormir aquí esta noche, pero no puedo dejar al animal ahí, ¡que me acompañe un policía o un bombero, lo que sea, pero necesito entrar y recogerle!». Porque al caer la noche y al tiempo que las llamas se avivaban en la oscuridad, la preocupación de muchos en la calle Toledo era la misma: «¿y si pasa algo más?, ¿y si todo se derrumba?».