Neptuno
Madrileños de Argentina, de Uruguay y de Vallecas: el domingo que los atléticos tomaron la capital
La historia de la rivalidad en la capital empezó a cambiar en 2011: más niños que nunca en los colegios se confiesan indios
Fue el de ayer un día liberador para los aficionados del Atleti. Un domingo para lucir los colores, recorrer en coche el centro de la capital y dar rienda suelta a la bocina. De Atocha a Plaza Castilla. Y Neptuno. También Cibeles y el esqueleto de andamios y grúas que es hoy el Santiago Bernabéu. Con las palabras de Simeone, el padre del invento, resonando aún en las cabezas de muchos: «Es el mejor año para que el Atlético saliera campeón». Porque la pandemia nos ha obligado a aplicar a la vida la máxima chamánica del partido a partido. Aquello de nunca dejar de creer. De insistir porque hay salida.
Se han hartado los colchoneros en las últimas semanas de escuchar a los habituales del púlpito y los sabelotodo de la nada decir que «si había algún equipo capaz de perder esta liga, ése era el Atlético», que si el minuto 93, que si no se qué de un pupas... Quizá olvidan que la historia de la rivalidad en la ciudad empezó a cambiar en 2011. Eso molesta. Y se nota: en las calles y en los colegios más niños que nunca se confiesan indios. La minoría ya no lo es tanto como en los ochenta y en los noventa.
El alcalde y la presidenta de Madrid fueron testigos en el Metropolitano de la entrega del merecido trofeo a los campeones. En su reciente campaña electoral, Ayuso vino a otorgar la condición de madrileño a todo aquel que llega a la región a cumplir sus sueños y a dar con un futuro mejor. Eso es también este Atleti.
El fruto del trabajo y la fe de un madrileño de traje negro nacido en Buenos Aires. De los reflejos de un madrileño que vino al mundo en la localidad eslovena de Škofja Loka. De los pulmones de un madrileño de Madrid que, pese a formarse en la cantera del eterno rival, descubrió que su lugar en el mundo estaba en la banda derecha del Wanda. Del colmillo y el gol de un madrileño de Salto, en Uruguay, que fue menospreciado y jubilado antes de tiempo. Del barrio y la cancha de un madrileño de Rosario, con un corazón que se empeñó en ser futbolista. Y de uno de Vallecas, que es el brazalete y el escudo de la buena gente que ayer llenó las calles de la ciudad, convencidos más que nunca de que sus vecinos no lo podrán entender.
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