Cultura
¿Tiene futuro el trabajo de actor?
Cultura Commodore reúne a cuatro intérpretes para debatir sobre los retos de su profesión
Hace unos cinco años, un estudio de la Fundación AISGE señalaba que solo un 8% de los actores y actrices españoles es capaz de vivir de su profesión. Un dato sombrío que revelaba una precariedad sin igual en lo que respecta a otros trabajos. Cultura Commodore reunió esta semana en uno de sus “Desayunos” a los intérpretes Lisi Linder, Rosalía Castro, Alicia Montesquiu y Germán Torres, que debatieron en torno a los retos a los que se enfrentan los intérpretes españoles, como el del reconocimiento de su “coautoría” en su representación dramática.
El responsable de Cultura Commodore, David Felipe Arranz, abrió un debate con un par de ideas sobre los actores como mediadores entre el mundo de la gran literatura y del canon y el público actual, un hecho que calificó de “milagroso”, además de su importancia en el sistema cultural: “Ellos forman parte por derecho propio del mundo cultural y educativo, porque son responsables de la encarnadura aquí y ahora de los clásicos y los modernos de la gran literatura”, aseguró Arranz.
Rosalía Castro se considera optimista sobre el futuro de la profesión, ya que “siempre la situación de los actores ha estado difícil y hay muchos espacios”; por otra parte, hizo notar la necesidad de ayudar a los nuevos creadores y de ir sacando a la luz los proyectos que germinaron durante la pandemia: “Todo lo que hemos retenido durante el confinamiento, está ahora estrenándose, toda esa creatividad retenida”. También hizo una invitación a la reflexión: “Para mí el teatro es lanzar todo lo que tenemos desde dentro, un espejo de emociones”.
La coautoría del actor: una asignatura pendiente
Lisi Linder señaló que es un buen momento para los actores porque “hemos estado encerrados y siento que mi lenguaje, mi forma de expresión artística ha cambiado, porque me he atrevido a escribir. A nivel de creación, a muchos la pandemia nos ha llevado a expresarnos de muchas maneras”. Con respecto a la relación del actor con la creación dramática, hizo notar que “la de escribir no es una moda, sino una necesidad, porque ha habido un embudo en la pandemia, y ahora sale todo a la luz: ahora bien, hay que distinguir, porque no todo vale, ni un teatro público frente a otro privado o más pequeño marca la diferencia de calidad”, recordó
En ese sentido, el Tratado de Beijing sobre Interpretaciones y Ejecuciones Audiovisuales (2012) le parece fundamental, porque lucha por el reconocimiento de la “coautoría” del actor sobre el hecho dramático y sobre la representación teatral, sus derechos de propiedad intelectual como intérpretes o ejecutantes sobre las interpretaciones o ejecuciones audiovisuales. Así, ha hecho hincapié en que “hay directores escénicos que incluso te permiten cocrear la obra” e incluso públicos que se dejan “sanar” por el teatro: “los públicos más humildes y marginales son los más sinceros que he visto y con el corazón más abierto”, ha señalado Linder.
Por su parte, Alicia Montesquiu, no solo actriz, sino dramaturga, que acaba de estrenar Las hermanas de Manolete, considera que “el teatro es un reflejo, un espejo de la sociedad en la que el público se mira, el único lugar en el que reflexiona a oscuras sobre sí mismo”. Rememoró el tiempo de los grandes –Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez o los Gutiérrez Caba–, cuando existía el meritoriaje, el amor a la profesión, “siempre tan perentoria y difícil”, de cuando solo llegaban los que realmente valían. Para Montesquiu el panorama de la profesión ha cambiado: “ahora cualquiera puede ser actor y ves cómo alguien que no es actor ni actriz entra a trabajar en una obra de teatro”. Con respecto a la situación profesional, la escritora, cantante y actriz barcelonesa cree que “hemos puesto toda la carne en el asador y ya no podemos esperar a que nos llamen”. Y, con respecto al método de trabajo, comentó que se trata de poner las emociones de cada uno al servicio de la obra, y gestionar después dichas emociones de forma eficaz y práctica.
Por último, Germán Torres recordó que con la crisis de 2008 se puso en marcha el proyecto de José Martret La Casa de la Portera, en el barrio madrileño de La Latina, que fue la cocina de muchos creadores actuales: Llas crisis sirven para que emerjan el talento y las vocaciones porque a los actores nos ponen contra las cuerdas y sobrevive esa estirpe que viene de los antiguos griegos, manteniendo esa llama del teatro viva”. Para Torres, lo malo del teatro es el olvido, ya que “no queda un registro, solo en el alma de los espectadores” y por eso el actor es “un transmisor del texto, de la idea que tiene o tuvo el autor”.
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