La historia final

Lo de los combustibles…, y que Dios nos pille confesados (hacia 1561). Parte I

Ha sido, es y será un asunto recurrente y probablemente irresoluble, por más esfuerzos municipales que se hagan

Paisaje bañado por un río con jinete y un torreón. Anónimo. Museo del Prado
Paisaje bañado por un río con jinete y un torreón. Anónimo. Museo del PradoMuseo del Prado

La leña de las dehesas de la Villa de Madrid era un «bien de propios». Por tanto, había que pagar para cogerla. Se usaba para cocinar, hacer fuego en hornos y calentarse, aunque también para hacer vallas y se empleaba como elemento arquitectónico de relleno.

El ayuntamiento dictaba las normas de la corta y el transporte a la Villa, acarreo que hacía cualquiera que quisiera ir a la dehesa de turno, pagar la carga o ir con el certificado (la «cédula» del pago) de haber abonado el canon y volver a Madrid.

Por lo tanto, la leña era una fuente de ingresos para las arcas municipales.

Teniendo en cuenta que se trataba de un recurso natural de primera necesidad, así como una fuente de ingresos, el ayuntamiento de Madrid era celoso guardián de este bien de propios.

Obviamente se trabajaba más y se daban más mandamientos sobre leña en otoño y primavera que en el resto del año. En otoño porque, estacionalmente, iba a empezar la campaña de corta y recogida. En primavera –o a finales de febrero– porque había que defender los pimpollos o brotes verdes.

Como bien de propios, tenía «guardas de la leña» individuos que, con vara de justicia, si cogían a alguien cortando leña donde estuviera vedado hacerlo, podían empezar por multarle y acabar por encarcelarlo. También había guardas de caza y de cuanto generara algún beneficio para el común de los madrileños. Los guardas de las dehesas eran nombrados por el ayuntamiento habitualmente a primeros de octubre de cada año. Había uno por dehesa. También había «guardas de los montes cudríos y sotos y dehesas»; siete en 1561. Los cudríos son los montes salvajes. Sin ningún cuidado.

Los guardas tenían un salario de 5.000 mrs. Anuales, que pronto se vio que eran pocos. Desde febrero de 1563 se nombró a seis de a caballo con 10.000 maravedís y 20 fanegas de cebada de salario cada año y la tercia parte de las denuncias que pusieren.

Las dehesas más usadas antes de 1561 fueron las de Valderomasa y la de Cantoblanco. No he encontrado la fecha exacta de creación de una nueva dehesa, la del Quejigar, en uno de los límites de El Pardo y vecina a la localidad de Pozuelo. Era «nueva» en 1561 y brotaban crías de encina, por lo que se vedaba el acceso al ganado cabruno. Otras dos dehesas de menos uso eran las de Valhenoso y Navalchica, esta también creada recientemente (en 1561). Desde 1561, se trastocó la cierta paz o las formas acostumbradas de explotar montes y leña. Otra consecuencia más de la llegada de la Corte.

Los vecinos de la Villa y Tierra de Madrid tenían derecho de acudir a las dehesas pregonadas a comprar la leña que fuera menester. La Villa y Tierra de Madrid era una superficie que vendría a ser como los actuales pueblos dormitorio de Madrid.

Esa leña habría sido preparada por empleados municipales, o su corta reglamentada desde el ayuntamiento. Mientras se cargaban los carros y acémilas, eran vigilados por guardas de las dehesas.

Como no todos podrían ir a recoger la leña, unos cuantos ponían sus carros y acémilas para hacer ese trabajo. Es la división social del trabajo. Los porteadores pagaban al ayuntamiento el precio tasado. Luego, la vendían al que quisieran en Madrid puertas adentro. Porque como vemos, el porte de la leña era abierto a quien quisiera. Pero se prohibía que se saliera a los caminos a comprar a los porteadores para evitar, según su mentalidad, que fueran a subir los precios de lo que llegara a la villa por haber intermediarios, o que incluso no llegara nada. Prohibiendo salir a los caminos se prohibía el acaparamiento de los productos y su almacenaje extramuros de la ciudad. Pero algún día tendrían que meterlos. ¿Cuándo hubiera escasez y por tanto subiéndoles los precios? Pues claro: la oferta y la demanda actúan hasta incluso en los mercados más regulados. El 31-X-1561 se acordó que se diera pregón anunciando que se daba leña a chirriones «pagando por cada carretada [de] una bestia sola, 5 reales» y que, además, «que todas las personas que quisieren ir con su asno por leña se les dará, pagando por cada carga un real». Ese era el precio tasado de las cargas. Luego, en la ciudad, que cada cual pusiera el precio que quisiera. El trabajo, poda o corta, se haría dejando sin tocar «las encinas más nuevas y más derechas y se quiten todos los chaparros».

Todo el que pudiere podía ir a recoger leña, eso sí, tras haber pagado el canon municipal de a tanto por carga. Evidentemente, la inmigración a Madrid (esos 2.500 inmigrantes al año más o menos), desestabilizaron todas las normativas y en el Ayuntamiento se dieron cuenta de la ingente cantidad de dinero que recogían, como maná caído del cielo. Ellos no lo sabían definir, pero estaban ante un fenómeno económico fascinante, cual es la alteración de la elasticidad de la oferta y la demanda. En el mes de agosto de 1561, aún sin ser muy conscientes de lo que se avecinaba, pensaron nuestros regidores que con lo que recaudaran por penas, por multas, de corta de leña podrían aderezar las fuentes de Madrid. A primeros de noviembre, por el contrario, el ayuntamiento ordenaba definitivamente que se empezaran a arreglar las fuentes y pilares de Madrid con cargo al producto de la venta de la leña, no de las multas. En pocas semanas había descubierto el cuerno de la fortuna contra los males económicos del ayuntamiento.

Es mediados de octubre de 1561. La Corte lleva en Madrid unos meses y se avecina el invierno. La leña es un bien finito. Por lo tanto, hay que controlar su explotación. Si fuera infinita, como el aire, no habría rentas, libros, ni registros. A mediados de octubre, como es necesario que la localidad en la que está la Corte provea de bastimentos a los cortesanos, el ayuntamiento decide, por un lado, llevar un libro registro de la leña que se da y a quiénes, y otro libro en el que se anoten los ingresos por esas ventas, o por multas, o las órdenes municipales e incluso las cédulas reales que afecten a tan preciado bien. Además, para dar solemnidad a todas las comunicaciones, determinan que nada saliera del ayuntamiento, referente a leña, sin ir rubricado por los regidores y el Corregidor, el presidente del Ayuntamiento.