Historia

Cuando el fuego acabó con un símbolo de Madrid en 1582: la Puerta de Guadalajara y su reloj

Con su destrucción se quemó también un icono de la nueva ciudad: la pérdida del reloj en la Puerta de Guadalajara era un descalabro social.

Incendio en Collado Villalba
Incendio en Collado VillalbaplatónLa Razón

En el verano de 1569 estaba ocurriendo algo extraño en Madrid. A finales de agosto se reunieron los regidores bajo los auspicios de un delegado real que les mandó que «por parroquias se guarden las calles y plazas de esta Villa de noche para que se procure prender los que hacen estas quemas en las casas, o al menos, se evite que no pase más adelante el daño». ¿Pirómanos o fiestas?

En julio de 1577 ardió parcialmente la Puerta de Guadalajara. El desánimo cundió en la Villa y más aún en el Ayuntamiento: «En este ayuntamiento se trató y confirió sobre la necesidad que hay de que esta Villa esté proveída de todos los materiales necesarios para poder socorrer los fuegos cuando suceden en esta Villa, atento que por experiencia se ha visto lo mucho que importa. Y aunque otras veces se ha acordado que se compren estos materiales, no ha habido efecto y se ha visto los inconvenientes que ha resultado de no los haber, por los fuegos que han sucedido en lo de la puerta de Guadalajara y casa de don Pedro Zapata y para otras...».

Por ello se ordenaba comprar más bombas, más aguatochos, más útiles e incluso hacer un alarde, una exhibición de todo ello un día al año: que se «compren doce aguatochos grandes y veinte y cuatro cubetas de cuero y seis garfios con sus picas largas, que estén armados de ordinario, y una docena de palanquillas de hierro con sus horquillas y una docena de azadones de monte con petos de cortar y una docena de piquetas y media docena de maromas delgadas y dos escaleras largas de a veinticuatro pasos cada una en tres trozos con encajes y aldabillas, seis chirriones con sus cubetas de a treinta cántaros que de ordinario estén con agua para que siempre que suceda la necesidad se acuda a ellos así para que se hagan balsas donde echar el agua con seis aguatochos y para coger con dos cubetas y para ir trayendo lo que fuere necesario para que, comprado y traído, tome asiento con los carpinteros y oficiales y alarifes que se han de encargar por escritura pública de tenerlo y guardarlo y acudir a los fuegos por la orden que se les dará y hacer alarde cada un año de los dichos instrumentos a día cierto, y asimismo, se dará orden con algún número cierto de aguadores repartidos por cuadrillas que acudan al mismo remedio».

Cinco años después quedó destruida. No parece que de las buenas intenciones de 1577 se ejecutaran las decisiones. Así que el 3 de septiembre de 1582 «se acordó que se repartan entre las personas que anoche domingo se hallaron en matar el fuego que se encendió en la puerta de Guadalajara, 200 escudos, aventajando en la paga de ellos a Arroyo, soldado, y a Martínez Tudesco, lacayo de don Pedro Zapata y a otro mulato y a otro de que se ha hecho averiguación e información de lo mucho que trabajaron y el gran beneficio que hicieron en apagar el dicho fuego…». ¡He ahí unos héroes de Madrid!

Con la destrucción de la Puerta de Guadalajara, no sólo se quemó uno de los símbolos de su perímetro medieval (tampoco fue mal que se quemara la puerta, porque así quedaba expedito el paso de o hacia Madrid), sino que desapareció uno de los símbolos de la nueva ciudad que iba haciéndose: se derritió el reloj. «Que las herramientas e instrumentos que hubieran quedado y procedido del reloj que se quemó en este incendio y los que hubiere del que se quitó de la iglesia de San Salvador y con la campana que en la dicha iglesia está, se haga un reloj en la dicha iglesia que sirva en el entretanto que se pone y hace el principal que ha de haber en una de las torres de la puerta de Guadalajara. Y que esta obra se haga con muy gran diligencia y brevedad».

En efecto, estos años del siglo XVI fueron de un cambio cualitativo monumental en Europa: aunque las gentes seguían acostumbradas al diálogo con las campanas de las iglesias, los ritmos de la vida, los ritmos del día y de la noche, empezaban a marcarlos unos artefactos novedosos, los relojes, que se podían poner en fachadas civiles y no solo religiosas y que marcaban el tiempo por horas (que eran las mismas en verano e invierno) y no por las tareas que permitiera la luz (que no eran las mismas en verano que en invierno). La pérdida del reloj en la Puerta de Guadalajara era un descalabro social. La instalación de un reloj, de nuevo, en la torre de la iglesia, era dejar a lo religioso seguir marcando los ritmos del quehacer cotidiano.

Sin embargo, el descalabro pudo aprovecharse en el camino hacia la modernización, sin grandes alharacas, ni grandes manifestaciones, sino con normalidad. De nuevo me seduce el acuerdo municipal y tal cual te lo transcribo: «En este ayuntamiento se trató cómo habiéndose cometido a los señores don Pedro de Ribera y San Juan de Sardaneta que hiciesen poner un reloj en la iglesia de San Salvador entretanto que se determinaba lo que se había de hacer en las torres de la puerta de Guadalajara, habiéndolo conferido los dichos señores comisarios y el señor Corregidor con el señor licenciado Jiménez Ortiz y hecho ver la obra a artífices, y tratado y conferido largamente de lo que más convenía, ha parecido que, teniendo consideración a las trazas que se han platicado y advertido para la forma en que ha de quedar la dicha puerta de Guadalajara después que se ensanchó, la mejor y más conveniente de todas será hacer un cubo entre las casas de Argüello y Vega, donde ahora está el cubo derrocado, que corresponda con el otro que está entre las casas de Antonio de Vitoria y Jerónimo de Soto, y que del uno al otro se haga un arco grande y suntuoso cuanto es menester, pues esta forma es la que más ha agradado universalmente...», etc., etc.

Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de investigación del CSIC