Historia
El submarino que navegó en la Casa de Campo de Madrid en 1932
Adrián Álvarez probó en el lago un sumergible con un dispositivo para la regeneración del aire interior
Aquel día no podía haber más gente para contemplar una hazaña «que asombró al mundo», como apuntaban algunos diarios patrios por lo sucedido. Fue en 1932. El ferroviario Adrián Álvarez probó su prototipo de submarino en el lago de la Casa de Campo. Más de 15.000 personas acudieron a tan magno acontecimiento. Se hicieron las pruebas oficiales del «generador de aire por tiempo indefinido», que era invención de don Adrián. Este dispositivo, cuya finalidad era perfeccionar los sistemas de generación de aire respirable en las naves submarinas, era capaz de generar oxígeno y expulsar el anhídrido carbónico producido por la respiración. Fue un éxito, pues don Adrián permaneció al menos 5 horas en el interior del submarino. Quizá, desde la perspectiva de nuestros tiempos, un poco aburrido para los que esperaban fuera, pero un éxito en todo caso.
El tanque submarino en el que se habían de desarrollar las pruebas se situó, adornado con la bandera republicana, en el centro del lago. La nave, lentamente, se sumergió, pero cuentan las crónicas, y fueron muchas pues la Casa de Campo se llenó de testigos (tantos como 15.000, como decíamos), que, por falta de lastre, la nave pretendidamente submarina volvía a emerger una y otra vez. Para remediar este contratiempo se le cargaron dos toneladas de lingotes de plomo que evitaron nuevos inconvenientes y facilitaron «la gloria» de don Adrián.
Para la posteridad quedan también los mensajes del creador de este submarino castizo. El hombre lanzaba por medio de una compuerta habilitada al efecto una serie de esferas de celuloide que encerraban mensajes y que salían a flote. El primero fue dedicado al Presidente de la República, el segundo al Gobierno, y el tercero consistió en un recuerdo a las víctimas de los submarinos.
Sin embargo, a los 90 minutos empezaron los problemas. Una tuerca del submarino se aflojó y empezó a dejar paso al agua. Álvarez intentó en un primer momento expulsarla con la ayuda de una bomba que el submarino llevaba para prevenir este tipo de inconvenientes pero, agotadas las fuerzas, tuvo que maniobrar para elevarse a la superficie y solicitar ser remolcado hacia la orilla.
Una nueva prueba, realizada unos días después, y a la que acudieron representantes del Ayuntamiento de Madrid, verificó las bondades del invento, ya que tal y como informa la prensa del momento no se produjo problema alguno, pudiendo permanecer dentro del submarino más de cinco horas y media.
Todo un éxito de la ciencia española, de una creatividad pocas veces incentivada desde las esferas del poder político, y que bien hubiera podido tener un recorrido más ventajoso para la sociedad española si se hubiese apoyado a estos creadores. Aunque hubo varias empresas británicas y francesas interesadas en el invento, Álvarez quiso que su creación fuera aplicada en España. Sin embargo, los organismo oficiales en nuestro país, nunca terminaron de decidirse a su producción. Una vez acabada la II Guerra Mundial, don Adrián, infatigable, presentó su invención en el Reino Unido ante la Royal Navy, aunque de nuevo con poco eco también desde el Almirantazgo. Hay que decir que durante la contienda mundial se habían desarrollado los sistemas de reciclaje de aire, por lo que el invento ya era de poca utilidad. Por cierto, cabe apuntar que los únicos que se interesaron por su creación, antes y durante la II Guerra Mundial, fueron los alemanes... pero a esos, don Adrián prefirió ignorarlos.
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