Historia
La "afrancesada" Rosaleda del Retiro de Madrid
Desde 1915 el espacio está adornado con estatuas y fuentes que jalonaban el palacio del marqués de Salamanca en el Paseo de Recoletos. Cosas de la ruina y las subastas de su fortuna
Demasiado calor en Madrid. Y eso, a las rosas del Retiro no les sienta bien. A las del Retiro y a todas. Lo cierto es que para estas flores, la primavera es la estación más indicada. En ella muestran el espectáculo más colorido, aunque se pueden encontrar rosas en otras épocas de año. Con el calor en descenso en la capital, en estos días finales de agosto, vuelven a tomar protagonismo.
La Rosaleda madrileña está muy cerca de la escultura del Ángel caído, y ocupa algo menos de una hectárea. Tiene forma elíptica y la disposición de sus parterres es simétrica. Está delimitado por un seto perimetral con cuatro aberturas que sirven de acceso al recinto. En el centro hay un pequeño estanque y a los lados de éste dos fuentes de piedra caliza blanca. De estas fuentes caen varios hilillos de agua que dan al entorno un ambiente más relajante, a pocos pasos del Madrid más trepidante.
Respecto a sus orígenes, la Rosaleda del Retiro fue diseñada en 1915 por Cecilio Rodríguez, célebre jardinero Mayor de la Villa que da nombre también a otros jardines dentro del mismo pulmón verde madrileño. Según parece, Cecilio Rodríguez tomó como modelo otros espacios similares europeos y en particular la rosaleda del Bois de Boulogne en París. En este mismo lugar, además, hubo antiguamente un invernadero, cedido por el Marqués de Salamanca. Y antes hubo un pequeño estanque, donde se podía patinar cuando helaba en invierno. Este espacio de hielo y diversión era algo similar a lo que existió en lo que hoy es el Lago de la Casa de Campo, levantada por ingenieros y fontaneros holandeses por orden de Felipe II.
Por lo demás, aquel parque parisino de Bagatelle, situado en el corazón del Bosque de Boulogne, diseñados en 1775 -tanto el parque y como su castillo- fueron construidos en 64 días, como consecuencia de una apuesta entre la reina María Antonieta y su cuñado, el conde de Artois. Un tiempo y un esfuerzo mínimo que quedó para la posteridad unido al término “bagatela”, como algo sin importancia.
Las rosas “madrileñearon”, un primer momento, con el nombre de “Roserie” o “Rosaría”, pero pronto se castellanizó su nombre gracias a una campaña del periodista Mariano de Cavia. El mismo al que se le dedicó una plaza no muy lejos de allí. Con todo, el galicismo no respondía sólo a una moda: es que las rosas fueron traídas expresamente de Francia por el jardinero mayor, Cecilio Rodríguez. Y el proyecto, además, se inspiró, como apuntamos, directamente en la Rosaleda de La Bagatelle de París, cuyos concursos anuales de rosas daban la vuelta al mundo.
Las rosas se dispusieron en un espacio circular en torno a la Estufa Fría, un invernadero de plantas exóticas que había pertenecido al Marqués de Salamanca y que desapareció tras la Guerra Civil. Esa estufa de hierro y cristal, que había sido adquirida en Londres, presidía el jardín del Palacio del marqués en el Paseo de Recoletos hasta que la crisis financiera forzó al Banco Hipotecario a desahuciar al millonario aristócrata y a quedarse con el edificio.
Por azares de la vida. Económicos, obviamente, la Estufa Fría y dos fuentes del Palacio, la del Fauno y la de Cupido, fueron compradas por el Ayuntamiento e instaladas en La Rosaleda. Las fuentes del Marqués permanecen ahí un siglo después, pero el invernadero resultó muy dañado durante la Guerra Civil y fue desmantelado. Aún podemos observar su basamento de piedra circundando el estanque de nenúfares en el centro de La Rosaleda. Está documentado el funcionamiento de la Estufa Fría desde 1913. Según la prensa de la época se organizaban exposiciones de crisantemos, pero el proyecto de Rosaleda no fue encargado oficialmente por el Ayuntamiento hasta 1914. La plantación de los rosales comenzó el 29 de marzo de 1915. Al mes siguiente, en abril, la Rosaleda era ya una realidad para el disfrute de los madrileños.
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