Historia

BNE: las guardianas del conocimiento en Madrid y Alcalá de Henares

La Biblioteca Nacional de España, más allá de su sede de Colón, comparte fondos con el espacio de Alcalá de Henares

Sala de lectura de la Biblioteca Nacional en Madrid
Sala de lectura de la Biblioteca Nacional en MadridBNE

Una institución clave en la cultura y el conocimiento decimonónico. Pero también en el actual. La construcción de bibliotecas nacionales, como la de pinacotecas u otro tipo de museos, no ha pasado de época. Se mantiene en el tiempo. La mejor prueba es que ese deseo de guardar y salvaguardar el conocimiento y sus «instrumentos», los libros, se ha mantenido con fuerza hasta nuestros días. Ahí está, por ejemplo, la sede de la Biblioteca Nacional de España en Alcalá de Henares. Un espacio que es una sede «secundaria» de la Biblioteca Nacional de España, en la ciudad de Cervantes, en la que desde 1986 están depositados una parte importante de los documentos del organismo. Un espacio de conocimiento que se encuentra distribuidos en seis torres, una de ellas robotizada.

Biblioteca Nacional de España en Alcalá de Henares
Biblioteca Nacional de España en Alcalá de HenaresEp

El edificio, diseñado por el arquitecto Francisco Fernández-Longoria, ha tenido varias ampliaciones para alcanzar los 40.000 metros cuadrados construidos. Cabe apuntar que en 1993 finalizaron las obras de las tres primeras torres. En un proceso constante, en el año 2004 se abrió al público su Sala de Lectura, y en 2009 se construyó la sexta torre de este impresionante complejo arquitectónico. Actualmente alberga gran parte de la colección de la Biblioteca Nacional de España, unos 14 millones de documentos, distribuidos en 51 depósitos, uno de ellos, como apuntamos, robotizado con los mayores avances técnicos. Pero andemos un poco más atrás en la historia de la Biblioteca Nacional de España. A aquellos momentos primigenios que llegaron con los Borbones a España, con Felipe V y su deseo de alumbrar una Real Biblioteca. Después de mucho azares y cambios, el 2 de enero de 1716, el monarca nacido en Versalles firmó el Real Decreto fundacional, que especificaba el carácter público de la biblioteca, abierta a «todos los estudiosos» y establecía las normas fundamentales para su funcionamiento.

Un devenir histórico y bibliográfico que recibió el impacto directo de los cambios políticos que trajo el siglo XIX. En ese momento, la Biblioteca cambió varias veces de sede. Primero en 1809, cuando, durante el reinado del «hermanísimo», José Bonaparte, se trasladó al convento de los trinitarios calzados en la calle de Atocha. Luego, en 1819, de nuevo modificó su asiento, pues hubo de cambiar de sede al palacio donde celebraba sus sesiones el Consejo del Almirantazgo Real. Por fin, en 1826 se produjo un tercer traslado a la antigua casa del marqués de Alcañices, en la actual calle de Arrieta, lugar donde residió durante casi todo el siglo. Y con todo, no sería la última, pues los terrenos donde se ubica actualmente la Biblioteca Nacional es el mismo en el cual estaba el antiguo convento de Copacabana o Convento de Recoletos de Madrid. Un cenobio que, como tantos, sufrió la Desamortización de 1835, fue vendido y destruido. A partir de ahí, los libros y archivos españoles comenzaron un largo peregrinaje de edificios y absurdas decisiones hasta que, en un momento determinado, se determinó la construcción de una sede permanente -y nueva- a aquel compendio de conocimiento impreso. Así las cosas, tal que un 21 de abril de 1866, la por entonces reina Isabel II colocó la primera piedra del Palacio de Archivos, Bibliotecas y Museos. Terremotos económicos aparte, que provocaron retrasos, en 1892 se finalizó la construcción del edificio y el 16 de marzo de 1896 se abrió al público. Con todo, aquel año de 1892 fue clave para el impulso final de la gran Biblioteca Nacional pues se «subió» a la ola de los magnos fastos del IV Centenario del Descubrimiento de América. Desde el principio, la institución estuvo, pared con pared, con los fondos arqueológicos nacionales. Todo hasta que el legado bibliográfico -inmenso- de España obligó a crecer en dirección a Alcalá de Henares y alumbró los dos polos del conocimiento almacenado en Madrid.