Historia
La cerca de Madrid, control e impuestos
Una «muralla», de la que quedan escasos vestigios, que rodeaba la Villa y Corte con voluntad recaudatoria y de seguridad
No hablamos de las murallas romanas de Lugo ni de las imponentes medievales de Ávila. Esto es otra cosa. Más administrativo, de control ciudadano -y de la delincuencia-, de economía e impuestos... Lugares por todos conocidos hoy en día, pero antes «campo», o casi, como la Cuesta de la Vega, rondas de Segovia, Toledo, Valencia y Atocha, plaza del Emperador Carlos V, avenidas de la Ciudad de Barcelona y Menéndez Pelayo, Alcalá, plaza de la Independencia, Serrano, Jorge Juan, plaza de Colón, Génova, Sagasta, Carranza... Y muchos otros, están ligados a una historia de las fronteras de Madrid que pocos guardan en la memoria ya. Por esas calles y aledaños discurría la cerca de Madrid, que no muralla, aunque en lo que sí tuvo relación con aquellas altas murallas de otros burgos, fue en su fin.
Forzadas unas y otra por la necesidad de crecer las urbes, por abrir nuevas calles y avenidas. Levantar ensanches y nuevas construcciones. Todo aquello fue el fin de las cercas y murallas.
En esta que nos ocupa, la cerca o tapia de Madrid es el nombre genérico de los sucesivos muros que al ampliarse la villa y sumar territorio de sus arrabales y pueblas, marcaron el límite del perímetro municipal de la ciudad de Madrid, luego Villa y Corte, desde la Edad Media hasta el XIX, siglo este último en el que todavía conservamos imágenes fotográficas de aquellas «divisiones». Las cercas no tenían funciones defensivas ni militares de ninguna clase, sino de mero control urbanístico o tributario.
Fueron desapareciendo, como apuntamos, con los sucesivos ensanches urbanos o por dificultar el aumento del tráfico rodado. En 1782, hay testimonios de viajeros que apuntaron que algunos tramos de la cerca apenas eran un muro de ladrillo y adobe.
Para ser exactos, la cerca de Felipe IV o Real Cerca de Felipe IV rodeó la ciudad de Madrid entre 1625 y 1868. La ordenó construir el rey Felipe IV para sustituir a las anteriores cercas, las de Felipe II y del Arrabal, que habían sido superadas ya por el crecimiento de la población y de la Villa. No se trataba de un muro defensivo, como apuntamos, sino que tenía fundamentalmente un carácter fiscal y de vigilancia: controlar el acceso de mercancías a la ciudad así como asegurar el cobro de impuestos, y vigilar quien entraba y salía de Madrid. Un fielato en el que asegurarse ingresos y controlar mercaderías. Los materiales empleados para la construcción fueron el ladrillo, la argamasa y la tierra.
Las salidas de Madrid, en aquellos tiempos, estaban vigiladas por cinco puertas reales o de registro, esto es, en las que se pagaban los impuestos: Segovia, Toledo, Atocha, Alcalá y Bilbao (o de los Pozos de la Nieve), y catorce portillos de menor importancia o de segundo orden, abiertos en distintas fechas del año: Vega, Vistillas, Gilimón, Campillo del Mundo Nuevo, Embajadores, Valencia, Campanilla, Recoletos...
Las puertas permanecían abiertas hasta las diez de la noche en invierno y en verano hasta las once. Pasado este horario, en caso de necesidad, un retén permitía el paso. Los portillos se abrían al amanecer y se cerraban con la puesta del sol, permaneciendo cerrados toda la noche. La falta de luz de la época daba cobijo a todo tipo de abusos, de ahí que se cerrase a cal y canto.
Hoy en día, en Madrid, quedan dos restos visibles de esta cerca. Uno formando parte del muro de contención del parque de la Cornisa, junto a las escaleras de acceso al mismo, en donde se halló en su momento la Casa de Gil Imón. El otro está adosado al parque de bomberos de la ronda de Segovia semiesquina a la glorieta de la Puerta de Toledo. En realidad forma parte de la reconstrucción del siglo XVIII. En 2009 se encontró un nuevo tramo durante las obras de la calle Serrano. Poco más. Un recuerdo de una Villa que ha crecido de manera desbordante.
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