El otro Vía Crucis

La hermandad madrileña al rescate de jóvenes como Abdul: "La administraciones me dejaron solo"

La Hermandad del Rosario acoge junto al proyecto Balimayá a personas que han llegado a España y necesitan asistencia hasta que se resuelva su situación legal

Silvia de Balimaya, trabajadora de un piso de acogida de la archicofradía del Rosario posa en la Basílica de Atocha con Abdul y Mandla, jóvenes africanos tutelados.
Silvia de Balimaya, voluntaria del piso de acogida con el que colabora la archicofradía del Rosario, posa en la Basílica de Atocha con Abdul y Mandla, jóvenes africanos que viven en el mismoAlberto R. ROLDÁNLa Razón

Abdul es de Senegal. Llegó a España hace unos años, tras un viaje que, aún hoy, le llena los ojos de lágrimas. Después de pasar por Marruecos, donde vivió cosas que prefiere «no recordar», llegó a La Línea en una patera que compartía con otras 13 personas. Pasaron varias horas en el mar con muy mal tiempo, cuando, por fin, llegó el barco de salvamento marítimo. «Ya había entrado bastante agua en la patera», dice Abdul, «lo pasamos realmente muy mal». Después de aquello, estuvo varios meses en un centro de menores porque la prueba para determinar su edad dio que tenía 17 años, cuando realmente pasaba de los 25. «Mi madre tuvo que mandarme mi pasaporte desde Senegal, porque yo no era menor, no quería estar ahí», recuerda. Lo malo, dice, es que después de aquello las administraciones le dejaron solo. Sin nada.

«Estuve una semana durmiendo en la calle, pasando muchísima hambre», recuerda. Hasta que un día se subió un autobús que venía en dirección a Madrid. «Me faltaban unos euros para pagar el viaje, pero el conductor me ayudó y pude llegar», dice. Ahora, es uno de los jóvenes que viven en el proyecto Balimayá, creado por la asociación El Atochar y con el que colabora la Real Archicofradía del Rosario de Nuestra Señora de Atocha, en el cual se oferta una vivienda a jóvenes migrantes o pendientes de asilo. Se les da, además de un hogar, la posibilidad de realizar cursos, estudiar y aprender el idioma para poder salir adelante. Abdul, de hecho, está estudiando jardinería. «Y está aprendiendo a tejer», apunta Silvia Torrijos, voluntaria del proyecto. Ella comparte su tiempo con estos jóvenes, atendiendo a lo que puedan necesitar. «Si hay que hacer un currículum, preparar una entrevista de trabajo o ayudarles a matricularse en algo, estamos aquí. Somos como una familia», asegura.

Mandla tiene miedo, y prefiere que no revelemos su nombre ni el país del que procede. Señala, sin embargo, que este lugar es de mayoría musulmana, y que vivía con su madre y su hermana. «Somos cristianos y en mi país, según la ley, cada persona que nace debe profesar el islam», explica. Viene de una familia acomodada, en la que sus padres son emprendedores y su abuelo –musulmán–, tenía varias escuelas en las que enseñaban el islam. Por eso, dice, teme que le reconozcan al contar su historia. «Gracias a Dios vivíamos bien, pero mis padres se divorciaron y mi madre comenzó a salir adelante sola», continúa.

«La persecución comenzó poco a poco», relata. «Después del divorcio, mi madre creó su propia empresa, y le fue muy bien. Por eso, mi familia musulmana, al ver que mi madre, una mujer sola y cristiana, estaba teniendo éxito, decidió denunciarlo a la policía», explica. Primero llegó una gran subida de impuestos para que la empresa no pudiera desarrollarse. «Yo había ido a marruecos para estudiar ingeniería, pero tuve que volver porque no había dinero para pagar a los empleados y tenía que echar una mano hasta que la situación mejorase», dice. Pero, un domingo, cuando se dirigían a la iglesia, la policía les detuvo. «Todo se fue complicando más y más, así que tuvimos que salir del país», sin embargo, su madre y su hermana regresaron al caer su abuela gravemente enferma. Con una visa que le facilitó salir de allí, llegó a Barcelona en 2021, desde donde intentó ir a Francia para hacer asilo, ya que habla francés con fluidez. «Pero la ley dice que tienes que pedir el asilo en el país donde llegas», señala, así que tuvo que quedarse en España a pesar de que no tenía a nadie ni conocía el idioma. Ahora, en Balimayá ha encontrado una familia. «Siempre doy gracias a Dios por haber llegado a España, aunque los primeros meses no fueron fáciles», asegura. «Aquí puedo estudiar, no tengo problemas para la comida, para dormir… la asociación me ayuda emocionalmente, socialmente… Es una familia», asegura, y apunta que ahora tiene también permiso de trabajo, y está buscando algo que pueda compaginar con sus estudios. «A nivel humano nos aportan muchísimo más ellos a nosotros que al revés», apunta Torrijos, «y nos hacen tener una conexión con la realidad». «Cuando pasas aquí tiempo puedes comprobar cómo las cosas cambian. Uno de los chicos es ahora voluntario y tutoriza a otro joven en este periodo en el que se resuelve su situación», explica.

De Madrid a las selvas amazónicas

Julián Castillo Palacios, presidente de la Archicofradía, explica la «gran importancia» que tienen para la misma los distintos proyectos que llevan a cabo. Además de Balimayá, llevan a cabo diferentes iniciativas que, a lo largo del año, les permiten colaborar con Cáritas parroquial para el reparto, sobre todo, de alimentos imperecederos. Además, participan en el proyecto en misión de los Misioneros Dominicos en las selvas amazónicas, con el objetivo de apoyar la labor evangelizadora, social y humana de esta congregación. Además, de forma periódica, participan en el reparto de alimentos a personas sin hogar que lleva a cabo la Asociación de Amigos de Mariana de Jesús.