Ya te llamo yo
Mil ovejas en Sol
A mí me parece bien que pastoree una mujer, pero tanto como que pastoree un hombre.
Que mil ovejas crucen por Sol, en principio, tiene su gracia. Pero solo porque estas hacen beeee y andan a cuatro patas. Las de cada día andan sobre dos, miran su móvil y tienen prisa. Pero no hacen caca mientras andan, la mayoría. Estas sí, pero a cambio son suaves. Ayer era la XXX Fiesta de la Trashumancia. Y por primera vez pastorea una mujer. A mí me parece bien que pastoree una mujer, pero tanto como que pastoree un hombre. O sea, que me da igual quién pastoree. Como si pastorea el perro. A mí lo que me mola es ver la ciudad tomada por las ovejas, qué ricas, porque es como un río de lana. Y porque todo lo que tenga que ver con recuperar, preservar y reivindicar tradiciones, a mí me gusta. Más ahora, que parece que todo lo que pueda oler levemente a raíz, a historia y a costumbres hay que denostarlo. De la tauromaquia a la familia, de nuestro pasado a nuestros ritos. A eso ahora le llaman progreso: a rechazar todo lo que nos ha enriquecido y nos ha hecho ser lo que somos. Por eso a mí que las ovejas recuperen antiguos caminos en desuso, aunque sea un día, me gusta. Como cuando crece una brizna de hierba entre dos losas o tras una tormenta el agua corre por donde se supone que no debe. Yo no sé si debajo de los adoquines, como decían aquellos en el 68, estará la playa. Tampoco me importa, la verdad, porque no me voy a levantarlos con mis manos para comprobarlo. Pero mil ovejas en Sol, una vez al año, me recuerdan que ahí, debajo de los adoquines, están los viejos caminos que recorrieron otros. Y a mí me gusta.
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