
Jazz
El músico Ambrose Akinmusire: «Soy simplemente un coleccionista de sonidos»
El trompetista estadounidense, que fusiona jazz con música clásica o hip-hop, actúa este lunes en el Teatro Lara de Madrid como parte de una gira por Europa

Cada vez que Ambrose Akinmusire (Oakland, California, 1982) iba al baño en casa de su abuela, tenía que pasar por el piano. Siempre se paraba y metía la mano por debajo para tocar las notas, le encantaba el sonido que hacía. Sus padres interpretaron eso como «una señal» y lo apuntaron a clases de piano. Luego, en la escuela, le obligaron a elegir un instrumento: se decidió por la batería, pero eso fue «demasiado» para su madre. «Así que, como forma de rebelión, elegí la trompeta, simplemente porque parecía fácil: tenía solo tres botones. Y me enamoré de inmediato», cuenta Akinmusire por videollamada unas horas antes de tomar un vuelo para hacer una gira con su cuarteto por Europa. El músico estadounidense de 43 años, de padre nigeriano, toca este lunes en el Teatro Lara de Madrid. Tras su aclamado «Owl Song», este año ha vuelto con «Honey from a winter stone».
En la habitación desde la que habla Akinmusire hay cinco cuadros –a los que hace referencia en la entrevista como fuente de inspiración– y un piano sobre el que descansa una trompeta. Lleva unos cascos y termina por usar un micrófono de última generación ante los problemas del sonido. Se le escuchaba muy bajito para todo lo que tenía que decir. Akinmusire es reflexivo: cuando habla se para a pensar, se corrige, repite para palabras para incidir en una idea. En la corta charla se abre sobre sus últimos trabajos –los dos hacen reflexiones sobre el tiempo, en esta época de redes sociales, de rapidez– sobre su repertorio tan amplio, que fusiona el jazz con la música clásica o el hip-hop, sobre los límites del jazz, sobre todo lo que le da tiempo antes de volar a Portugal.
¿Cuál es tu primer recuerdo de la música?
Mi primer recuerdo es de la iglesia. Estando allí con mi madre y mi abuela. Recuerdo el coro y recuerdo cómo se mecían hacia adelante y hacia atrás y cantaban las canciones y la gente se emocionaba. Así que fue este intercambio de energía lo primero que recuerdo. Ellos diciendo algo, cantando algo y luego la gente en el público sintiéndolo. Y luego también respondiendo, sabes, con un «wooo» o lo que sea. Y eso volviendo al coro y como una especie de cosa cíclica. Ese es mi primer recuerdo.
No será tu primera vez en Madrid. ¿Qué recuerdos tienes de la ciudad?
Simplemente... me da la sensación de que es un lugar que o bien acaba de tener una celebración hermosa, o está a punto de tenerla. Está en la cultura, que es tan rica... está en la comida, en la pasión con la que habla la gente, en la música, en los colores. Eso es otra cosa que recuerdo: los colores de la ciudad. Los colores que lleva la gente, los colores de los edificios, de las flores. Todo es tan vibrante. Esa es, más o menos, mi impresión de Madrid.
¿Qué significa actuar en el Teatro Lara, en un espacio tan íntimo?
Sí, me encanta tocar en lugares así por lo que dije sobre mis primeros recuerdos de la música. Realmente puedes sentir al público, y se convierte en un intercambio: el público empieza a formar parte de la música y los músicos se vuelven el público. Va y viene, y llega un momento en el que ya no sabes qué está influyendo a qué. Y cuando estás en un entorno íntimo como ese, creo que no hay nada mejor.
¿Cómo eliges qué tocar en los conciertos, teniendo una discografía tan variada?
Sí, mi discografía es variada. Pero a lo largo de todo ese recorrido, el cuarteto ha sido una constante. Al principio era un quinteto, y luego pasó a ser un cuarteto. Incluso antes de firmar con [el sello discográfico] Blue Note ya tocábamos juntos. Llevamos tocando juntos más de 15 años. Y tenemos muchísimo material que podemos tocar.
Ahora mismo siento que estamos entrando en un nuevo capítulo, una nueva etapa como banda, con nueva música, quizás para un nuevo disco, o simplemente como parte de nuestra evolución. Así que se escucharán composiciones nuevas y probablemente también algunas más antiguas. Pero lo que sin duda se va a escuchar es una banda que cree en la improvisación, en la belleza y el espíritu de eso. No estamos ahí para tocar las canciones “correctamente”. Estamos intentando empujar los límites, estirarlos, mostrar quiénes somos en ese momento y cuestionarlo todo. Creo que esa es la belleza de esta banda: cuatro individuos que se unen para convertirse en uno solo.
¿Y cómo elijo el material? Depende del lugar, de cómo nos sentimos. A veces escribo un «set list» y empezamos a tocar, y después siento la energía del público y empiezo a cambiar el repertorio en el escenario. Eso pasa mucho, porque nunca sabes cómo va a sentirse realmente hasta que estás allí, en el escenario. Y esa es también la belleza de tener una banda: no sentirte obligado a tocar «el último disco» o algo por el estilo. Porque quizás ese último disco no sea lo que corresponde en este momento.
Cada uno de tus discos parece crear su propio universo. ¿Cómo decides hacia dónde ir creativamente?
Yo simplemente creo. Estoy creando, creando y creando, sin cuestionarme mientras lo hago. Y muchas veces, luego miro hacia atrás y me pregunto: ¿qué es esto? Me pregunto a mí mismo: ¿qué es todo esto que he creado? Y entonces puedo empezar a entenderlo. Pero no es como que me siente a decir: «voy a hacer esto ahora». Para mí no funciona así. Simplemente empiezo a escribir y, de repente, tal vez me doy cuenta de que estoy escribiendo para cuerdas, o para Bill Frisell y Herlin Riley, escribiendo estas canciones simples y hermosas. Así que solo creo. Mi trabajo no cambia. Y después, miro hacia atrás y me pregunto: ¿qué es esto que he hecho?
Tu estilo mezcla muchas influencias: hip hop, música clásica… ¿Es una necesidad expresiva, un gesto político?
Ninguna de las dos. Simplemente es lo que es. Y creo que siempre ha sido así. Soy un artista. Y pienso que los artistas siempre han tomado cosas de muchas fuentes diferentes. Yo soy simplemente un coleccionista de sonidos. Eso es todo. No importa de dónde vengan, mientras me conmuevan. No pienso en géneros ni en etiquetas.
Si miras a Picasso, Duke Ellington, Björk, Kendrick Lamar, Bach, Steve Reich… todos ellos están tomando cosas de fuentes que nunca imaginarías. Nunca podrías imaginártelo. Y creo que eso es lo que los hace únicos. No se trata tanto de cuánto puedes inventar desde dentro de ti, sino de cuántas fuentes puedes incorporar, cuántas influencias puedes absorber.
Y en cuanto a lo político… no es algo consciente para mí, porque no tengo el lujo de que lo sea. Es mi existencia. Mi existencia como hombre afroamericano ya es una cuestión de supervivencia frente a todo eso. Mi existencia es política. Así que cuando estoy en un escenario, siendo libre, expresando libertad —libertad para estar en el escenario, libertad dentro de la música, libertad para estar en el momento y construir un legado— esa existencia ya es política en sí misma. No tiene que serlo de forma consciente.
Me hablaste de tu identidad afroamericana: ¿qué historias quieres contar?
Bueno, en realidad, estoy tratando de contar las historias de la humanidad. Tiene que ser sobre la humanidad, porque necesitamos vernos a nosotros mismos en los demás. La verdadera igualdad no puede existir hasta que yo pueda mirar a alguien de Angola y verme a mí mismo. Hasta que pueda mirar a cualquier persona y reconocerme en ella. La verdadera empatía consiste en poder ponerse en el lugar del otro. Así que para mí tiene que ver con la humanidad. Estoy intentando contar la historia de todos.
Por tu origen familiar [su padre es de Nigeria], ¿sientes que África está presente en tu música?
Sí… no lo sé. [Se ríe]. Quiero decir, creo que a veces la región influye más que la raza. Ser de la zona del Área de la Bahía de San Francisco (Bay Area) influye más en quién soy que el hecho de que mi padre sea de Lagos, Nigeria. La cultura es algo muy profundo. Y creo que hoy, en estos tiempos, tenemos que pensar más en lo que nos une que en lo que nos separa.
Tenemos que pensar más en nuestras similitudes que en nuestras diferencias. Porque hay tantas guerras, tantas locuras políticas pasando… como lo que ocurrió en Portugal el otro día… Hay tantas cosas locas sucediendo con elecciones y todo eso, y al final todo viene de no poder vernos reflejados en los demás. Todo viene de ese pensamiento de «tú eres eso y yo soy esto». Pero no: somos lo mismo. Todos somos humanos viviendo en el mismo planeta. Es una locura.
Quizá la música sea el lugar perfecto para no sentir esas diferencias.
Exactamente. Exactamente. Y creo que muchas veces, especialmente cuando estás intentando construir una carrera o un perfil profesional, pasas mucho tiempo preguntándote: «¿en qué soy diferente del resto?» ¿Cómo puedo destacar? ¿Cómo puedo vender eso? Y creo que muchas veces ese enfoque va contra el verdadero propósito del arte.
Eso de «soy diferente porque hago esto», o «soy diferente porque soy músico de jazz, así que no hago hip hop», o cualquier otra cosa que nos separa… Quizá, de forma inconsciente, mi música siempre ha tratado de lo que nos une. Y a medida que envejezco, pienso cada vez más en eso. Así que también estoy cambiando un poco.
Dijiste que Steve Coleman había sido importante en tu desarrollo, ¿qué aprendizajes te han quedado de él?
Me alegra que lo preguntes. Nunca he dicho eso. Todo el mundo lo dice. [Se ríe]. Bueno, en realidad estoy medio bromeando. Pero tengo que decirlo: ahora tengo 43 años y sólo toqué con Steve Coleman una vez. Hice una gira con él cuando tenía 19 años. Solo una. Aún hablamos sobre música y esas cosas. Y claro, a esa edad fue muy influyente ver a alguien tan comprometido con su arte, con un sonido tan increíble. Pero lo que más me marcó fue que, incluso al bajar del escenario, seguía practicando. Nunca estaba satisfecho consigo mismo. Y eso fue increíble de ver con 19 años. Me enseñó lo que significa estudiar de verdad. Pero desde entonces he tenido influencias más grandes, como Herbie Hancock, Wayne Shorter o Joni Mitchell. Personas con las que he pasado más tiempo y que me han influido más, tanto como músico como ser humano.
¿Ves hoy a algún joven músico de jazz que te recuerde a ti cuando empezabas?
Vaya, esa es una gran pregunta. Y un poco aterradora, la verdad. Porque sabes, hacemos estas entrevistas y hablamos durante 30 minutos y luego, cuando se publica, queda en una sola frase.
Prometo que no va a ser el titular.
[Se ríe y piensa un rato]. Bueno, no voy a decir nombres, pero diría que... ¿cómo decirlo? Sí, los veo. Están por todas partes: en Europa, en Asia, en Japón, incluso he estado en algunas partes de África. Y, por supuesto, en Estados Unidos. Hay gente que me dice que se ha sentido influida por mí, y luego los escucho tocar, y lo entiendo. Ahora estoy enseñando en el Herbie Hancock Institute, tengo muchos estudiantes allí. Así que sí, están ahí. Pero para mí, eso no significa que yo sea especial. Solo quiere decir que, cuando ellos estaban creciendo, yo era uno de los trompetistas más visibles. Como cuando yo crecía, y los trompetistas visibles eran Roy Hargrove, Nicholas Payton o Wynton Marsalis. Así que sí, los veo.
En «Owl Song» hablaste de la necesidad de crear un espacio seguro. ¿Cómo se construye eso a través de la música?
[Piensa un rato]. Al menos en ese proyecto estaba trabajando con el tiempo, tratando de manipular el tiempo. Y con ese álbum, lo que realmente intentaba era ralentizar el tiempo. Siento que vivimos en una época en la que todo es ir, ir, ir, correr, correr, pasar a lo siguiente. Y en «Owl Song», todo empieza con ese «boom, schack, boom, boom, shack…». Eso es lo primero que se oye: solo la batería haciendo ese patrón. Luego entran la trompeta y la guitarra con una melodía muy simple y bonita. Es como una meditación.
Quería crear algo que se sintiera así, tanto para quien toca como para quien escucha. Que dijeras: «esto es simplemente una investigación del momento». No quería hacer un disco con una canción rápida, otra lenta, otra de estilo global, otra balada… No. Esto es como «Kind of Blue» [álbum de Miles Davis en 1959]: una exploración de una sola cosa. Y esa cosa, en «Owl Song», es el acto de ralentizar el tiempo, desprenderse de las redes sociales, de todo eso que nos acelera. Recuperar nuestro tiempo y nuestro espacio.

¿Y cuál es la historia de ‘Honey from a Winter Stone’?
Es un poco más compleja. Es una investigación sobre los opuestos, sobre cosas que parecen opuestas: como la música clásica y el hip-hop, el arte "alto" y el arte "bajo"... Y también, como en «Owl Song», quise trabajar con el tiempo. Vivimos en una era donde no podemos simplemente estar en el momento. «Owl Song» es muy lenta y te obliga a quedarte en ese momento. Pero en Honey, las piezas son largas, muy largas, y eso también te obliga a enfrentarte a ellas. Es una investigación sobre todas esas cosas: lo alto y lo bajo, lo opuesto... Es una exploración de procesos que parecen opuestos, sucediendo al mismo tiempo.
Has trabajado con artistas muy distintos. ¿Qué te lleva a salir de los límites del jazz?
Es que yo no reconozco límites. No lo hago conscientemente, simplemente no los veo. Hubo un mes de junio, no recuerdo en qué año, en el que toqué con Roscoe Mitchell, luego con Joni Mitchell, y después con un rapero cuyo nombre no recuerdo. Y para mí, todo era lo mismo. Son personas que se entregan al momento, como yo. Entregarse al momento y poner la belleza en primer plano. No pienso en categorías. Mira este cuadro que tengo en la pared [y lo señala]: está Roy Hargrove. Y aquí hay otro con Clifford Brown, Joni Mitchell, James Baldwin y Louis Armstrong. Todos ellos son influencias enormes para mí. Y para mí, no son distintos. Son lo mismo.
¿Y qué otro tipo de arte también te ha influido?
La danza, las artes visuales... todo. Pero diría que en algún momento me di cuenta de que el arte, para mí, siempre intenta representar la naturaleza. Y hoy en día, la naturaleza es lo que más me inspira. Es la madre de todo arte. Ahora paso mucho tiempo caminando en la naturaleza. Me gusta estar cerca del agua. Sentarme junto al agua y dejar que eso me inspire. Todo lo que sea bello, todo lo que se haga con la intención de ser bello, me influye.
¿En qué estás trabajando ahora?
Estoy centrado en desarrollar de nuevo este cuarteto. Estoy muy entusiasmado porque habíamos hecho una pausa. El último álbum con esta formación fue para Blue Note, hace ya cuatro o cinco años, justo antes de la pandemia. Lo grabamos en enero, y en marzo empezó todo. Desde entonces solo hemos hecho un par de giras con la banda original. Ahora quiero escribir para ellos de nuevo, explorar nuevos sonidos.
También he estado trabajando con coreógrafos. Colaboré con Aszure Barton y escribí mi primer ballet para el Hamburg Ballet, que se estrenó en diciembre. Y el fin de semana pasado terminé otro con Alonzo King, aquí en San Francisco. Me interesa colaborar con gente que permite que mi música se vea en el mundo físico: ya sea en pantalla o en danza.
Estoy centrado en el cuarteto y en la docencia. Me encanta enseñar. Tal vez empiece a dar clases en una universidad. Y también diré algo más: estoy intentando valorarme más. Como artista, a veces caemos en esa trampa de producir sin parar. Y yo ya he logrado muchas cosas, pero a veces estoy agotado. Cansa subirse a un avión, cruzar el Atlántico y al día siguiente ya estar tocando y viajando de ciudad en ciudad. Quiero cuidarme más. Y ojalá también inspirar a las nuevas generaciones a que se cuiden.
¿Qué papel crees que puede jugar el jazz en el mundo de hoy? Tal vez algo relacionado con el tiempo.
Para mí, no es una cuestión del jazz. Esa pregunta la oigo como: ¿qué papel puede jugar el arte en el mundo? Creo que el arte nos obliga a ver lo esencial, lo que somos de verdad. Y al mirar eso, recordamos que nos parecemos más de lo que creemos. Mira este cuadro [vuelve a señalarlo]: ¿de qué país es? No lo sabemos. ¿Qué idioma habla la persona que lo pintó? No sabemos. Pero cualquier persona del mundo puede venir aquí, mirarlo y sentir algo. ¿Qué edad tiene la persona que está retratada? ¿Es hombre o mujer? No sabemos. Y eso es lo poderoso. Eso permite tener la conversación más honesta. El arte también nos recuerda que las partes «feas» son tan importantes como las «bellas». Y por eso todo es bello, si se presenta con honestidad. Mira esto: ¿es feo o es hermoso? Para mí es muy bello. Pero otros dirán que es feo. Quizá sea ambas cosas. El arte tiene ese poder de ir más allá de todas nuestras construcciones humanas, de lo que creemos y de lo que nos enseñan a sentir.
Si alguien viene a tu concierto en Madrid sin conocerte, ¿qué te gustaría que se llevara de la experiencia?
Quiero que se sienta inspirado para ser uno mismo. Eso es todo. Lo feo y lo bello. Vivimos en una sociedad donde todos estamos en Instagram, subiendo diez fotos y eligiendo la que más favorece. No. Sube la maldita foto como está. Esto es lo que soy. Así me veo hoy, con esta cámara, desde este ángulo. Y cuando escuchas a mi banda, eso es lo que oyes. No estamos intentando tocar perfecto. Estamos improvisando. Y eso puede ser caótico y desordenado a veces. Pero eso es lo bello: el intento es bello. La intención es bella. Presentarte tal como eres, al 100%, es bello. Casi no importa qué digas o qué hagas. Así que sí, ojalá alguien nos escuche y se sienta más libre para mostrarse entero, con todas sus partes, siempre.
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