Ya te llamo yo

Odiadores profesionales

A poco que se participe, de una manera u otra, en el debate público, le surge a uno su odiador propio

El Gijón ha retomado esta semana su actividad como último café literario, tras el cierre, a finales del mes de julio, del Café Comercial
"El Café Gijón era, a los 70 del siglo pasado, parece, lo que las redes sociales son a los 20 de este"larazon

Contaba Umbral, allá por el 77, que el Café Gijón andaba lleno de odiadores profesionales. Buero Vallejo tenía el suyo, aunque él ni siquiera le conocía. «Era el hombre maduro y gris, enfermo y silencioso, que estaba en otro rincón diciendo cosas terribles del autor famoso», describía. No responde ese odio, lo sabe Umbral, a algo concreto. No se sabe muy bien de dónde nace: «de un amor contrariado, de una rivalidad, de un premio disputado a medias o, lo que es más terrible y sobrecogedor, de la pura nada, de un designio sobrenatural que había creado a aquel caballero para odiar a aquel otro y nada más».

El Café Gijón era, a los 70 del siglo pasado, parece, lo que las redes sociales son a los 20 de este. A poco que se participe, de una manera u otra, en el debate público (o se publique un libro), le surge a uno su odiador propio, como por arte de magia. Como si, debido a una especie de profecía, todos tuviésemos asignado uno desde la cuna, por si llegara el caso de que diese por escribir. Algunos, incluso tienen destinados varios. A Sergio del Molino o Juan Soto Ivars me remito. Otros se tienen que conformar con un único y anónimo personajillo sin demasiado ingenio ni influencia, odiadores mediocres (disculpen la redundancia), de andar por casa. Hombres maduros y grises, enfermos y silenciosos, en el otro rincón. Diciendo cosas terribles. Parece una criatura despreciable, el odiador, pero a mí me parece entrañable. Entrañable y digna de conmiseración. El odiador es como una mosca de esas gordas batiéndose en duelo contra su propio reflejo en un cristal, inconsciente de lo inane de su empresa, inmerso en un conflicto que solo existe en su cabeza. ¿Cómo no sentir lástima por ellos, grises y enfermos?