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Medio Ambiente

Guerra híbrida, el conflicto que se libra a través de las ondas

Las tensiones en Ucrania confirman que vivimos en zona gris: un espacio sin guerra ni paz en el que los bots que generan confusión en redes sociales y ciberataques capaces de dormir tecnológicamente un país son quienes deciden el paso o no a las balas

La guerra tecnológica valdrá unos 15.600 millones de dólares en 2030
La guerra tecnológica valdrá unos 15.600 millones de dólares en 2030DreamstimeDreamstime

Ucranianos! Vuestros datos personales han sido colgados en la red. Esto es por vuestro pasado, presente y futuro». Este mensaje aparecía hace unos días en la web del Ministerio de Exteriores de Ucrania. Varias páginas gubernamentales eran víctimas de un ciberataque, detrás del cual, el país ve la mano del Kremlin. La escalada de tensión con Rusia está complicando la vida a los ucranianos debido a decenas de ataques informáticos, según relatan varios testimonios. Esta semana, una profesora de español residente en Kiev se refería a ellos en el programa de Alsina en Onda Cero y calificaba la situación de guerra híbrida. A nivel académico este popularizado término no se considera preciso y prefiere hablarse de zonas gris; un espacio donde no hay paz ni guerra y que ya no se divide entre frente y retaguardia. «Los conflictos del mundo globalizado (como Chechenia, Afganistán, Irak o Ucrania...) son novedosos por varias razones: los actores involucrados van desde los Estados interviniendo de manera directa o delegando su actuación a agentes domésticos, guerrillas, terroristas, redes criminales... los medios utilizados también son variados: desde armas sencillas y pesadas a tecnologías de uso dual. Las tácticas empleadas incluyen acciones convencionales, actos terroristas, insurgencia, ciberoperaciones o propaganda multicanal. Se emplean sistemas de posicionamiento, redes sociales, drones o ciberataques. En los conflictos de la Era Moderna existía una declaración formal de guerra que impedía el surgimiento de estas zonas grises», explica el documento «Guerra híbridas», firmado por Guillem Colom Piella, doctor en Seguridad Internacional.

Si antes la amenaza eran las armas nucleares, ahora una parte importante del conflicto se libra en el ciberespacio, por un lado creando desinformación en redes sociales, por otro ayudando al espionaje y por último, atacando a las infraestructuras consideradas críticas. «Se pueden usar bots para hacer llegar mensajes a la población por redes sociales de forma rápida y barata para que generen cambios de opinión y, a largo plazo, de lealtades políticas. Cuanto más especializado esté el país más capacidad tiene de usar este tipo de armas. En los menos democráticos, además, se usan para controlar a la propia población», dice Félix Arteaga, investigador de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano.

Además, los ciberataques dejan consecuencias en todo el mundo ya que la economía depende de cadenas de suministro globales estrechamente conectadas. «Funcionarios de Reino Unido, Canadá y EE UU han instado a las empresas a endurecer sus medidas de seguridad para evitar una posible escalada de ciberataques respaldados por Rusia. La Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad de EE UU comparó los efectos del malware de Ucrania con el hack NotPetya de 2017. Ese ataque provocó cientos de millones de dólares en gastos y pérdidas de ventas en compañías como FedEx», explica en The Wall Street Journal.

Si hay un momento de inicio que marca el inicio de estas «contiendas híbridas» hay que situarlo en Estonia en 2007. Varias webs gubernamentales, medios de comunicación, cajeros automáticos y bancos fueron deshabilitados. Detrás se volvía a ver a Rusia interesada en desestabilizar el país sin consecuencias.

Y es que una de las características que tienen estas actuaciones que están por debajo del umbral legal de la guerra es que «se hace difícil saber quién ataca. Supone un peligro si hay una acusación que no se puede demostrar, porque una falsa autoría solo aumentaría la escalada tensión. Un gobierno puede encargar a un grupo criminal que haga algún tipo de acción o a un grupo de hackers universitarios sin que se pueda demostrar que está detrás de un ataque orquestado. Esto para la OTAN supone un problema, también porque cuesta catalogarlos dentro de la categoría de ataque armado», comenta Arteaga. En este sentido, hay que tener en cuenta que, en muchas muchas ocasiones, los ataques no están enmarcados dentro de un conflicto y se producen solo con el fin de desestabilizar social y económicamente un país o agitar a la población. Son acciones en la llamada zona gris y como son tan constantes, algunos expertos hablan de que estamos antes las puertas de una nueva guerra fría, en la que cada contrincante enseña lo que es capaz de hacer si se siente empujado a ello. «Es una forma de sacar músculo por parte de las potencias», opina Víctor Villagrá, experto en ciberseguridad de la Universidad Politécnica de Madrid. Por ejemplo, el hackeo de los correos del Comité Nacional Demócrata de los EE UU o los anuncios en Facebook durante las presidenciales se salen de lo que sería un conflicto como tal.

Aun así, la llamada guerra tecnológica, publica la revista Army Technology, ya en 2020 suponía un mercado de 12.800 millones de dólares. En 2030 habrá alcanzado los 15.600 millones. « Se espera que las armas de energía dirigida y la preocupación por la protección electrónica impulsen la demanda global», dice el texto. Y es que «a diferencia de las armas nucleares que cuentan con regulación que restringe su uso, en el empleo de estas tecnologías no hay restricciones ni interés por parte de ningún país de ponerle límites», comenta Arteaga.

Otra de las características del hackeo ofensivo es que va dirigido a las consideradas infraestructuras críticas, sobre todo las de energía y las bancarias. «Si tuviera que compararlo con las guerras convencionales sería como el sabotaje. Hay que estudiar muy bien el objetivo antes de atacar, porque no es lo mismo hackear el software de un reactor que una base de datos de Sanidad. También hay que tener en cuenta que en Ucrania, Rusia tiene la capacidad de entrar en los sistemas informáticos muy fácilmente debido a la cantidad de prorrusos que hay en la población», comenta Yago Rodríguez, doctorando en Estudios Estratégicos por la Universidad Pablo de Olavide y director de Political Room. El abaratamiento de la tecnología y el desarrollo de drones, robots (Reino Unido habla de que un 25% de sus soldados ya son máquinas) o ahora de la IA están ampliando el catálogo de armas que se pueden usar durante un conflicto o para disuadir a un futuro enemigo. « El armamento de largo alcance durante la primera Guerra del Golfo solo estaba al alcance de EE UU. Ahora gracias al desarrollo de la microelectrónica y la reducción de costes, hasta los grupos armados más pequeños pueden usarla. Cualquiera puede meter un chip a un misil. Ahora, el siguiente paso será el uso de láser en lugar de balas, una tecnología que a día de hoy tiene EE UU», detalla Rodríguez.

Armas sónicas y síndrome de la Habana

El inicio de los ciberataques se sitúa en Estonia en 2007
El inicio de los ciberataques se sitúa en Estonia en 2007DreamstimeDreamstime

Hace escasos días, la agencia de Inteligencia estadounidense CIA descartaba que el síndrome de la Habana que sufren algunos de sus diplomáticos pudiera deberse a un ataque extranjero. En 2016 se detectaron decenas de casos de una extraña dolencia entre diplomáticos estadounidenses y sus familiar en la Habana (Cuba). Los afectados presentaban náuseas, mareos, dolores de cabeza, de oído y fatiga... Desde entonces se han presentado hasta mil casos en China, Austria, Alemania y Washington. El Gobierno barajaba la posibilidad de que fueran ataques acústicos o sónicos y aunque ahora descarta la implicación extrajera, también asegura que seguirá investigando el origen de esta patología. Hay mucha opacidad respecto a ciertos desarrollos armamentísticos, aunque sí hay muchos indicios acerca de armas basadas en radiaciones de alta frecuencia o microondas capaces de achicharrar su objetivo. Incluso se especula con el desarrollo de pulsos electromagnéticos que podrían causar un apagón tecnológico y dormir una sociedad entera.