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Medio Ambiente
La falta de neón y paladio compromete la fabricación de chips
Cien días después del inicio del conflicto de Ucrania, el número de materias primas comprometidas no para de crecer. Los metales críticos y los gases nobles se suman a la lista poniendo en jaque a la industria tecnológica mundial
A cien días de la guerra en Ucrania, ya es frecuente oír hablar no solo de conflicto militar, sino también de guerra del pan y de guerra del neón o de los metales. Lo cierto es que la escalada de precios y la carestía de muchos productos han ido de la mano desde que Rusia lanzara la primera ofensiva contra el país y en algunos ámbitos, como el tecnológico, la situación no ha hecho más que añadir leña al fuego de una crisis iniciada durante la pandemia.
Una de las últimas noticias es que el gobierno ruso ha restringido la exportación de gases nobles, incluido el neón, uno de los ingredientes que se usan en la fabricación de semiconductores. Informa el Wall Street Journal (WSJ) de que las restricciones responden a las sanciones impuestas por la UE en abril, entre las cuales está la prohibición de vender microchips y otros productos tecnológicos. De mediados de mayo es la noticia de que el ejército ruso estaba extrayendo piezas de lavadoras y neveras en desuso para hacer funcionar sus tanques. Gina Raimondo, secretaria de Comercio de Estados Unidos aseguraba en audiencia en el Senado americano que el ejército usaba semiconductores y microchips sacados de todo tipo de electrodomésticos para poder seguir adelante con la ofensiva.
¿Para qué sirve el neón?
El neón se utiliza en la fabricación de microchips y tiene un papel destacado en el refinamiento y la estabilidad de los circuitos grabados sobre ellos. Los proveedores ucranianos, las empresas Ingas y Cryoin, «suministran alrededor del 50% del gas neón del mundo para usos de semiconductores. Ambas compañías han detenido la producción debido al conflicto, lo que ha provocado que el precio mundial suba», informa el Wall Street Journal. «El gran yacimiento de Norilsk, situado en el país soviético, constituye el tercer productor mundial de níquel tras Indonesia y Filipinas, y el primero de paladio», afirma Javier Fernández Lozano, investigador del departamento técnico de Minera, Topografía y Estructuras de la Universidad de León.
No es la única materia prima que está afectando a los sectores industriales que dependen de los microchips como el de la automoción. Todo el grupo de minerales del platino, sobre todo el paladio, sufren las consecuencias de la guerra. Rusia es el principal proveedor de paladio del mundo. Este metal se utiliza en los catalizadores de los actuales coches diésel y gasolina y, junto al neón, es también esencial para la fabricación de microchips. «Las sanciones económicas que afectan al país soviético han producido un incremento del precio y escasez de materiales. Países como Taiwán, Corea y China llegan a controlar casi el 90% del mercado mundial en la fabricación de estos dispositivos. Son proveedores de diferentes sectores industriales, pero han visto paralizada su producción. La consecuencia de todo esto es un caos generalizado en todas las industrias que emplean microchips como base para sus manufacturas», recuerda Fernández. En el sector del automóvil faltan coches y los que se fabrican tardan varios meses en estar disponibles para sus compradores.
La crisis de los microchips no es nueva; lleva dos años en marcha, más o menos desde que empezaron los primeros confinamientos en Asia debido a la Covid-19. Antes de que estallara la guerra muchos analistas confiaban en que el problema se empezara a solucionar a finales de 2021. A mediados de 2022 el cuello de botella de los microchips parece seguir estrechándose. Solo como dato, menciona el WSJ, los envíos de teléfonos, nos inteligentes en China han caído hasta un 14,1% en el primer trimestre de este año.
Sin embargo, en los últimos días han aparecido algunas noticias que plantean la posibilidad de que la situación pueda aliviarse un poco. Un reciente informe de Morgan Stanley del que se hace eco la prensa americana afirma que la reapertura de China y la caída de la demanda de productos electrónicos de consumo ha liberado el acceso a semiconductores para la industria automotriz. «Otro banco de inversión, UBS, dijo que la oferta de semiconductores aumentará gradual y materialmente en el próximo año más o menos», comenta el WSJ. Pero, aún siendo optimistas, hasta 2023 la situación estará lejos de la normalidad prepandemia.
¿Es posible extraer materias primas de otros lugares?
No es baladí preguntarse si la transición ecológica o la digitalización, los dos grandes proyectos industriales del siglo XXI como los definen los analistas, pueden resentirse debido a este cúmulo de circunstancias. La movilidad eléctrica, por ejemplo, depende de materiales como el paladio, además del cobalto o el manganeso.
Otros minerales como el níquel se consideran críticos para el desarrollo tecnológico que viene. Están presentes en automóviles, ordenadores y hasta en los empastes dentales, aunque curiosamente hace 20 años de muchos de ellos, como de las tierras raras, ni siquiera se hablaba. «La transición ecológica es posible y el camino que hay que seguir, pero conviene ser conscientes de su dificultad, entre otras cosas porque requiere de la extracción de muchos metales. Es un problema latente que va a estar ahí. Los molinos, por ejemplo, son depredadores de metales», explica Rubén Piña, investigador del departamento de Mineralogía y Petrología de la Facultad de Ciencias Geológicas de la Universidad Complutense de Madrid.
En este contexto de presente y futuro es fácil entender que «la Comisión Europea se plantee, entre algunas medidas más, el reciclado de metales y la explotación de escombreras de antiguas minas y canteras que, gracias al avance y la mejora de los procesos de recuperación metalúrgica, están permitiendo recuperar nuevos elementos, como las tierras raras, fundamentales en los procesos de producción tecnológica», detalla Fernández.
Europa tiene potencial para extraer algunos minerales críticos. Sólo en España, según recuerda el Colegio de Geólogos, hay proyectos de tierras raras en Castilla LaMancha, de litio en Extremadura, de cobalto, coltán y wolframio en Galicia o de uranio en Castilla y León. «En España, por ejemplo, tenemos la mina Aguablanca en Badajoz. Fue la única mina de níquel de Europa Occidental. Abrió en 2004 y ha estado en funcionamiento hasta hace unos años. Ahora se podría hacer minería en profundidad en esa misma zona. También Finlandia tiene potencial para la extracción de níquel y de minerales del grupo del platino. El tema es que en Europa la minería tiene difícil desarrollo porque nadie la quiere. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las minas están donde se encuentra el recurso, no donde se elige. Eso significa que la única decisión que se puede tomar es si se explotan o no dichos recursos. Las alternativas no son sencillas, porque tanto para encontrar otros metales que sustituyan a los que consideramos críticos como para iniciar la explotación de una mina se necesitan muchos años», afirma Piña.
Otro reciente estudio, este de Transport and Environment, concluye que Europa tiene capacidad para fabricar hasta 14 millones de nuevos vehículos eléctricos en 2023 con las reservas actuales de níquel y litio.
Falta de uranio para las nucleares
Aluminio, hierro, carbón dependen en gran medida de Rusia. No hay que olvidar que se trata de un país eminentemente minero. También, mucho del uranio que mantienen en funcionamiento las centrales nucleares de Europa proviene de este país. El Center on Global Energy Policy de la Universidad de Columbia, afirmaba en un reciente estudio que Rusia poseía el 40% de la infraestructura total de conversión de uranio en el mundo en 2020 y el 46% de la capacidad total de enriquecimiento de uranio en 2018.
Algunos países europeos, como Bulgaria, República Checa, Finlandia, Hungría y Eslovaquia, tienen una elevada dependencia de la tecnología nuclear rusa. Sin embargo, para los expertos consultados no parece que Europa se vaya a encontrar con el problema de no tener con qué recargar sus centrales. «La producción está más dividida entre Estados Unidos, Sudáfrica, Australia», dice Rubén Piña, investigador de Mineralogía de la Universidad Complutense de Madrid.
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