Persecución
Salvador Galicia Castáñ nació en Fraga (Huesca) en el año 1884. Estudió en las Escuelas Pías de Fraga. Se preparó por su cuenta para poder desempeñar la profesión de pastelería en un comercio que abrió y regentó, con gran aceptación del público. Se casó con Manuela Asesio Mallén y de su matrimonio nacieron ocho hijos: Consuelo, Rosita, Salvadora, Jesús, Manolita, Ramón, Milagros y Ángel. Jesús sería sacerdote diocesano y Rosa religiosa.
Fraga era cabeza de Partido Judicial, tenía 7.480 habitantes en 1930 y pertenecía a la diócesis de Lérida. Su población se dedicaba mayoritariamente a la agricultura. Con motivo de la revuelta anarquista de diciembre de 1933, que fue importante en esta zona, la Guardia civil de Fraga se tuvo que emplear a fondo. También acudieron a reforzar tropas del Ejército acuarteladas en Lérida.
En abril de 1936, un suceso evidencia cuál era el ambiente: en el Centro de Izquierda Republicana, a un vecino se le cayó la pistola “encontrándose en un water” y se hiere la pierna izquierda (1). Si tenemos presente que en aquellos meses, grupos de izquierdistas actuaban atemorizando a la población, como auténticos grupos “paramilitares”, todo se explica mejor.
Los izquierdistas se hacen con el poder el 19 de julio.
El lunes 19 de julio de 1936 o el martes 20 acordaron el alcalde de Fraga, Joaquín Viladrich -maestro- y José Alberola -maestro-, la constitución de un Comité revolucionario, que contó con una presencia bastante paritaria de las fuerzas del Frente Popular y anarquistas. Se pusieron guardias en las entradas y salidas y se procedió a poner cerco al cuartel de la Guardia civil, que se puso de su lado el día 21. Esa noche, el Comité revolucionario ultimó la lista de las detenciones a realizar para el día siguiente, además de interrumpir por completo la vida ordinaria, obligados por la huelga.
En la mañana del miércoles 22 comenzaron las detenciones de vecinos y sacerdotes de Fraga. A Salvador Galicia Castáñ le detuvieron a la hora de comer. Salvador Galicia recuerda aquel momento en que los milicianos llamaron a su casa y detuvieron a su padre: “Antes de una hora ya nos llamó un Piquete con sus fusiles, diciendo que venían a prenderle porque era de derechas e iba a misa. Se levantó sereno y tranquilo y como mamá lloraba, nos dijo: No lloréis, no me pasará nada, ya sabéis que nunca he hecho nada malo, quedaos tranquilas”.
Hubo más detenciones ese día. Las familias de los detenidos les llevaron comida y otros objetos personales a la cárcel instalada en el palacio Montcada. Recogeremos la información de Dora Galicia, referida al mismo miércoles 22 de julio:
“Al atardecer le llevé algo de comida, pero con los otros familiares se nos crispó el corazón, al ver el comportamiento de los que allí se movían: Todo era gritos y empujones y lo que les llevamos de comida, lo removieron todo en busca de alguna arma, o cuchillo. No les pudimos ver, ya que estaban en un calabozo pequeño y sin entrada de aire, hacía un calor horroroso. Estaban más de 25 y no se podían mover, todos de pie. Los zapatos de todos en un montón, les negaban el agua, cuando alguno se atrevía a pedirla. Al verlos en estas condiciones, nos volvimos muertas de pena y al pasar por la plaza, vimos en un montón y a trozos el Retablo del Altar Mayor, las imágenes de la Inmaculada, tan grande y hermosa, la de la Virgen del Rosario, crucifijos, etc., todo destrozado e iba a ser quemado entre las risotadas, blasfemias y palabrotas de la gente”.
En todos los informes sobre la persecución en las parroquias aparece el dato de que todos en aquella improvisada cárcel del Ayuntamiento de Fraga se confesaron. En la mañana del día 24 ataron a todos los detenidos y los llevaron hasta las puertas del cementerio, llenas de espectadores silenciosos. Refiere el herrero fragatino José María Chiné:
“Según testigos del acto, los que lo observaban desde el exterior, cuando le tocó el fatídico turno al que era hasta aquellos momentos cura párroco de Fraga, al llegar al borde de la zanja dio un fuerte grito de “Viva Cristo Rey”, era lo último que expresaría pues a continuación sonó la descarga que le abatiría hasta caer en la fosa. Se dio otro caso, entre los detenidos había unos que eran padre e hijo, después de haber fusilado al padre, decidieron soltar al hijo, que era muy joven, no sé si tendría unos 25 años, pero él se negó diciendo que quería seguir la suerte de su padre, como así fue.
Como sea que algunos, después de los disparos, aún seguían con vida, no utilizaron el conocido tiro de gracia, si no que, previendo la cantidad que había, llevaron consigo unas latas de gasolina, con las que rociaron los cuerpos, abajo en la fosa, para prenderles fuego a continuación. (Otra vez me siento horrorizado al escribir lo que sigue).
Como antes he indicado, algunos estaban aún con vida y fueron las llamas las que terminaron con la existencia de los supervivientes entre trágicos y doloridos quejidos que fueron extinguiéndose con las últimas vidas”(2).
Don Antonio Montero describe en su libro los momentos finales con dramatismo:
“Hay un momento último: víctimas y victimarios se contemplan en silencio. Una voz les conmina al repudio de los “mitos” contra la tapia del cementerio. ¡Zafio goce desconocido! La expresión, desorbitada inversamente goyesca, porque el odio no está pintado en las pupilas de los mártires. -¡Viva Rusia! -¡Viva la Virgen del Pilar! -¡Seréis libres...! -¡Viva Cristo Rey! Vivas y disparos en claroscuro cierran la “conversación” desplomándose hacia la fosa abierta”(3).
El cuerpo de Salvador Galicia Castáñ reposa en el cementerio de Fraga. Se celebró un funeral solemne por los cuarenta vecinos asesinados el 24 de julio, en la mañana del 22 de julio de 1938, liberada la población. Se aprecia en la fotografía un momento de la oración en el cementerio de los familiares. Durante muchos años se han celebrado misas el día 24; la mayoría de ellas las celebró su hijo Jesús Galicia, sacerdote diocesano (primero de la diócesis de Lérida y luego de la diócesis de Barbastro-Monzón). El nombre de todos los fallecidos constaba en una lápida. Hace pocos años, el ayuntamiento decidió retirar la lápida, sin el consentimiento de los propietarios.