Revolución
En octubre de 1934, estando en la presidencia de la II República Española Niceto Alcalá Zamora y en la presidencia del gobierno el recién nombrado Alejandro Lerroux, líder del Partido Republicano Radical, se produjo un golpe de estado revolucionario que se saldó con casi dos mil muertos y varias decenas de miles de detenidos.
Los socialistas, desde su expulsión del poder, en septiembre de 1933, por causa del triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, habían abandonado la vía parlamentaria para intentar imponer el socialismo apostando por la vía insurreccional armada. Para el PSOE la legalidad democrática, la república parlamentaria, quedaba descartada. En enero de 1934 Francisco Largo Caballero, líder socialista, justificaba con estas palabras el nuevo camino que emprendía el PSOE: “Nosotros fuimos a una revolución y el poder cayó en manos de los republicanos y hoy hay en el poder un Gobierno republicano y ya destruye lo que hicimos nosotros”. Pero para que la vía insurreccional fuera legítima, según los socialistas, debía mediar una provocación reaccionaria que la justificara, que fue, a sus ojos, la entrada en el gobierno de miembros de la CEDA, el partido más votado en noviembre del 33. Ha escrito Santos Julia: “Los socialistas no pretendían con sus anuncios de revolución defender la legalidad republicana contra un ataque de la CEDA, sino responder a una supuesta provocación con objeto de avanzar hacia el socialismo. En parte por ese motivo y en parte porque nunca creyeron que el presidente de la República y el propio Partido Radical permitieran el acceso de la CEDA al gobierno, se comprometieron solemnemente, desde las Cortes y desde la prensa, a que en el caso de que éste se produjera, desencadenarían una revolución. Esa decisión se vio reforzada por el activismo de las juventudes socialistas y por los acontecimientos de febrero de 1934 en Austria, cuando el canciller socialcristiano [el equivalente de la CEDA española] Dollfuss aplastó una rebelión socialista bombardeando los barrios obreros de Viena, acontecimientos interpretados por los socialistas españoles como una advertencia de lo que podía esperarles en caso de que la CEDA llegara al gobierno”.
Los líderes que incitaron al fracasado intento de revolución y al golpe de estado del 34, Largo Caballero e Indalecio Prieto, tras su derrota empezaron a trabajar para convertir a los golpistas en héroes del proletariado al tiempo que desataban una campaña para incriminar a los militares, guardias civiles y de asalto que, a las órdenes de un gobierno democráticamente elegido, habían restablecido el orden y la legalidad republicana.
Entre los delincuentes de la revolución del 34, convertidos en héroes del proletariado revolucionario, estaban cuatro militares que habrían de tener un papel destacado en la historia de España y en el desencadenamiento de la Guerra Civil: Fernando Condés, Carlos Faraudo, José del Rey y José del Castillo. Todos ellos vinculados estrechamente al PSOE y miembros de la UMRA, la Unión Militar Republicana Antifascista.
El teniente Condés estuvo destinado en el Parque de Automovilismo de la Guardia Civil de Madrid cuando llegó la República, tiempos en que trabó gran amistad con Margarita Nelken, con el líder ugestista Amaro del Rosal y con el mismísimo Largo Caballero. En la revolución del 34 se le encomendó la misión de ocupar el Parque de Automóviles de la Guardia Civil sin conseguirlo. Condés fue juzgado, condenado, expulsado de la Guardia Civil y del Ejército y enviado a prisiones militares. Con el triunfo del Frente Popular fue amnistiado, reintegrado al servicio en la Guardia Civil y ascendido a capitán. A su salida de la cárcel se convirtió, junto a su compañero Del Castillo, en instructor de una organización paramilitar de las Juventudes Socialistas madrileñas “La Motorizada” que se había fusionado con las Juventudes Comunistas para formar las Juventudes Socialistas Unificadas. Condés era uno de los escoltas del líder del PSOE Indalecio Prieto.
José del Castillo, durante la Revolución del 34, perteneciendo a una de las unidades militares que marcha sobre Asturias, se negó a cumplir las órdenes de sus mandos: “Yo no tiro sobre el pueblo”. Juzgado y condenado por un consejo de guerra, cumplió un año en una prisión militar. Al salir de prisión, en noviembre de 1935, se afilió a la UMRA. En enero de 1936 fue procesado por pertenecer a las Juventudes Socialistas, aunque fue absuelto por falta de pruebas. Con la victoria del Frente Popular solicitó destino en los Guardias de Asalto de Madrid. Su ingreso en este cuerpo se produjo el 12 de marzo del 36 siendo destinado a la 2ª Compañía de Especialidades del madrileño cuartel de Pontejos junto a la, entonces, sede del Ministerio de la Gobernación, tiempos en los que como miembro de la UMRA se ejercían abiertamente de instructores de las belicosas milicias de las Juventudes Socialistas.
El 14 de abril, durante el desfile militar conmemorativo del 5º aniversario de la República, fue linchando y asesinado por una turba situada junto a la tribuna presidencial el alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes al protestar por los abucheos a la Guardia Civil. El gobierno frentepopulista de Azaña hizo todo lo posible para que el entierro del alférez De los Reyes pasase desapercibido, pero sus compañeros se echaron el féretro a hombros por las calles de Madrid camino del cementerio. La comitiva fue atacada a tiros en Manuel Becerra produciéndose enfrentamientos al defenderse los guardias civiles, militares y civiles que iban en el entierro. Los Guardias de Asalto mandados por el teniente Castillo arremetieron contra el cortejo fúnebre en lugar de defenderles de sus atacantes. Durante estos sucesos cayó muerto por disparos de los hombres de Castillo el falangista Andrés Sáenz de Heredia, primo del fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera, resultando también herido en la refriega el teniente Castillo y el joven estudiante carlista, que no iba armado, José Luis Llaguno Acha. Algunas fuentes indican que el teniente del Castillo fue autor de los disparos que mataron e hirieron a Sáenz de Heredia y a Llaguno. Castillo estuvo a punto de ser linchado por los manifestantes y tuvo que ser sacado del lugar por los agentes bajo su mando que lo trasladaron a la Dirección General de Seguridad, donde prestó declaración y para ser puesto en libertad sin cargos. El 7 de mayo, el capitán Carlos Faraudo de Guardias de Asalto fue asesinado en una represalia por falangistas. Era instructor de las milicias de las Juventudes Socialistas para los preparativos de la revolución de octubre de 1934. Por negarse a hacerse cargo del servicio de tranvías en huelga en la madrugada del 5 de octubre de 1934 había sido llevado a prisiones militares. Con la llegada del Frente Popular fue reincorporado a los Guardias de Asalto con todos los honores.
El 12 de julio pistoleros no identificados acabaron con la vida del teniente Castillo. Esa madrugada se congregaron en el cuartel de la Guardia de Asalto de Pontejos paisanos pertenecientes a las milicias socialistas, de “La Motorizada”, destacado socialistas como Santiago Garcés y Luis Cuenca, junto al capitán Condés y al oficial de los Guardia de Asalto José del Rey. De la sede policial salió este grupo en un vehículo policial camino de la casa de Gil Robles, líder de la CEDA, y, al no encontrarle en su domicilio, continuaron a casa del jefe del Bloque Nacional (Derecha Monárquica) José Calvo Sotelo, donde lo detuvieron y poco después asesinaron.
El teniente José del Rey era miembro de los Guardias de Asalto y había sido condenado a 6 años de cárcel por los sucesos de 1934. Con la llegada del Frente Popular fue reintegrado al servicio, siendo destinado como escolta de la diputada socialista Margarita Nelken. Al día siguiente de su activa participación en el asesinato de Calvo Sotelo Del Rey partió para Irún a recibir a Margarita Nelken que llegaba de un viaje a París y no regresó a Madrid hasta el 17 de julio con la sublevación militar iniciada. Al no encontrarse en la capital no fue interrogado por los sucesos de la noche del 13 de julio que llevaron al asesinato de Calvo Sotelo.
Nuestros protagonistas Condé, Del Rey, Faraudo y Del Castillo eran militares prestando servicio en la Guardia Civil y en los Guardia de Asalto, pero estrechamente vinculados al PSOE y a personalidades de este partido como su líder Largo Caballero o la diputada Margarita Nelken, poniendo por encima de sus obligaciones como militares y agentes de la ley su vinculación y militancia en el PSOE que les llevó a disparar, a asesinar, a los enemigos de su partido. Todos ellos participaron de forma activa en la revolución de 1934 siendo juzgados y encarcelados, separados del servicio, por estos sucesos. Con la llegada del Frente Popular al poder en febrero de 1936 fueron amnistiados y regresaron al servicio, pero ya incuestionablemente unidos a los proyectos revolucionarios del PSOE. Los cuatro desempeñaron un trágico protagonismo en la violencia que se producía en la calles de Madrid a partir de febrero de 1936, lo que terminó por provocar el asesinato de Calvo Sotelo, la gota que, finalmente, decidió a los militares más remisos y que conspiraban contra el gobierno del Frente Popular a alzarse en armas el 17 de julio de 1936.