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Deshielo coreano, invierno americano

El efusivo apretón de manos entre el presidente surcoreano, Moon Jae In, y la «hermanísima» de Kim Jong Un quedó empañado por el boicot del vicepresidente Pence a la cena inaugural para evitar el cara a cara con los norcoreanos

Bajo la misma bandera desfiló ayer el equipo olímpico de las dos Coreas en la ceremonia de inauguración de los Juegos de Invierno de Pyeongchang
Bajo la misma bandera desfiló ayer el equipo olímpico de las dos Coreas en la ceremonia de inauguración de los Juegos de Invierno de Pyeongchanglarazon

El efusivo apretón de manos entre el presidente surcoreano, Moon Jae In, y la «hermanísima» de Kim Jong Un quedó empañado por el boicot del vicepresidente Pence a la cena inaugural para evitar el cara a cara con los norcoreanos.

Han tenido que pasar más de diez años para que las dos Coreas vuelvan a caminar unidas bajo una misma bandera, la de la Unificación. Ayer, ambos países repitieron ese histórico gesto después de que, en el estadio donde se celebró la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang, se anunciara por megafonía en tres idiomas el turno para desfilar de «Corea». Fue escucharse esa palabra, y las gélidas temperaturas subieron repentinamente al calor de un público que aplaudía y vitoreaba a los atletas coreanos que ondeaban la enseña blanquiazul. En el palco, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae In; el jefe de Estado honorífico de Corea del Norte, Kim Yong Nam; y la hermana del dictador norcoreano, Kim Yo Jong, se levantaban efusivamente a su paso. Momentos antes, Moon había dado un caluroso apretón de manos a la hermana del «amado líder», quien con su visita al sur se ha convertido en el primer miembro de la dinastía Kim en poner un pie en territorio surcoreano desde el armisticio de 1953 entre ambos países.

Sin embargo, ese deshielo en las relaciones intercoreanas nada tenía que ver con la fría y tensa situación que, al mismo tiempo, se vivía en la sala acristalada en la que también se encontraba el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence. Con una distancia de apenas dos metros entre los representantes de Washington y Pyongyang, que no se cruzaron un saludo, la situación recordaba al telón de acero de la Guerra Fría. Tanto Pence como Kim desaprovecharon una oportunidad única y se mantuvieron firmes a los mandados de sus jefes máximos, el presidente Donald Trump y el líder Kim Jong Un, quienes el año pasado se enzarzaron en una grave batalla dialéctica con intercambios de insultos y amenazas nucleares. Desde que las dos Coreas comenzaran sus conversaciones a principios de enero con el objetivo de que el norte participara en la Olimpiada, EE UU no ha cedido un ápice y ha insistido en mantener la política de «máxima presión» hacia Pyongyang que persigue aislar internacionalmente al régimen Juche mediante duras sanciones, de manera que acabe renunciando a su programa nuclear. Hasta que eso suceda, en sus planes no entran ni posibles acercamientos ni sentarse en la mesa de negociaciones. Por su parte, Corea del Norte tampoco se plantea abandonar una carrera armamentística que se ha convertido en su herramienta de supervivencia e identidad. Ante esta situación, los analistas debaten la posibilidad de que Washington asuma que Pyongyang es una potencia nuclear y se siente a negociar bajo esa condición. No obstante, esa idea parece muy alejada de la realidad. Especialmente estos días en los que que Pence ha anunciado nuevas y duras sanciones contra el reino Ermitaño. Tan distante se ha mostrado que incluso ayer se ausentó de la cena de gala de bienvenida que su aliado Moon había preparado para sus invitados y en la que, según informó la agencia surcoreana, estaba previsto que se sentara en la mesa principal frente a su contraparte norcoreana. La razón: reunirse con el equipo norteamericano de atletas, algo que algunos expertos tacharon de excusa para evitar un cara a cara con la delegación de Pyongyang.

Precisamente, en ese evento Moon insistió en que esperaba que los Juegos Olímpicos de Invierno fueran recordados como el «día en que comenzó la paz», deseos a los que se unió el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, en su discurso inaugural. En la consecución de ese fin, el mandatario surcoreano, partidario del acercamiento a Pyongyang, se ha topado con la oposición dentro de su país y la de su principal aliado, Washington, con quien tiene previsto realizar las tradicionales maniobras militares conjuntas una vez los juegos terminen, unos ejercicios que enfadan enormemente a Kim y que pueden echar por tierra todos los esfuerzos hasta ahora realizados. Entre ellos, el almuerzo y la reunión que hoy mantendrá Moon con la delegación norcoreana, un encuentro que se convertirá en la cumbre intercoreana de mayor rango jamás celebrada en territorio surcoreano y dará continuidad a los saludos intercambiados ayer entre ambas partes.

Hay grandes expectativas, incluida la de que Kim Yo Jong traiga un mensaje de su hermano con el que invite al presidente surcoreano a visitar el norte. Hasta que no se haga público el contenido de esa entrevista sin precedentes, será necesario «seguir unos eventos cruciales para comprender los desarrollos futuros. Incluso el menor signo de presión por parte del Sur sobre la desnuclearización en el diálogo con Pyongyang podría hacer que el Norte detenga este acercamiento», declaró a LA RAZÓN la experta Maria Rosaria Coduti.