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Jeff Tweedy (Wilco): “Creo que por fin estoy bien”

El líder del grupo, indispensable en las últimas décadas, publica sus memorias en España en las que se refiere a las múltiples inseguridades y las crisis de una personalidad míticamente tortuosa

Jeff Tweedy, cantante y compositor de Wilco
Jeff Tweedy, cantante y compositor de WilcolarazonWilco

De joven, un inadaptado Jeff Tweedy (¿por qué todos los genios en Estados Unidos sufren rechazo en el instituto?) se refugió en la música y concibió un plan de venganza: “Me gustaba la idea de ser un tío cantando una balada melodramática acerca de abandonar una ciudad llena de perderdores para un público formado por esa misma ciudad llena de perdedores. (…) Quería ser yo castigando con música a los chicos populares”, cuenta el líder de Wilco en sus memorias, “Vámonos (Para poder volver” (Sexto Piso) que se han traducido al castellano. “Quería avergonzarles públicamente y gritarles: ''¿Cómo no te diste cuenta, cuando me mirabas por encima del hombro en el colegio, de que me haría así de famoso y célebre, cantando canciones sobre cómo este pueblo enano no supo valorarme y por eso me fui? ¿No te sientes un poco estúpido ahora?”. Luego, Tweedy se dio cuenta de que la capacidad vengativa de la música es muy limitada, porque igual que no se enteraban en la secundaria, los zotes tampoco se dan por aludidos cuarenta años después. Reflexiones como esta ilustran unas interesantes memorias que tienen lo justo de desaguisados, su dosis de proceso creativo, una pizca de exención de culpas y tres partes autoflagelación.

Tweedy nació en una familia no particularmente desestructurada. Y si tuvo dificultades en su infancia no fue tanto por su entorno como por su particular psicología. El autorretrato que traza de sí mismo el compositor de “Yankee Hotel Foxtrot”, aún quitando dramatismo, es el de un muchacho un tanto especialito. Entre la tristeza y la depresión, cargando con migrañas y ataques de pánico, y después con sus adicciones y angustias, las cosas en los zapatos de Tweedy no son sencillas, pero de ahí ha extraído toda su fuerza creativa. “Lo que me hizo sentir que podía ser compositor es que está bien ser vulnerable. Mi grado de comodidad para ser vulnerable es probablemente mi superpoder. No era el chico guay, ni el que resolvía problemas, ni el masculino ni el deportista ni el listo o el cerebrito. Yo era el que podía romper a llorar delante de mis compañeros y no importarme lo que pensaran”, admite. Puede parecer una tontería, pero ser impermeable a las humillaciones de tus compañeros te puede ayudar a sobrevivir en un instituto del medio oeste americano lleno de garrulos. Y Tweedy se volvió compositor cuando supo que contar esos sentimientos que podrían avergonzar a cualquiera menos a él, era exactamente lo que quería hacer en su vida. Ésta es su fórmula: “Si te sientes expuesto cuando le estás cantando a alguien y cada palabra te produce diferentes emociones aterradoras parecidas a la vergüenza, es que estás haciendo algo bien”.

El final de Uncle Tupelo

Pero ser compositor es una cosa y tener una banda es otra. Aquí aparece un alma afín, alguien con quien hacer realidad la química del rock. El primero de los dos Jay de esta historia. Con Jay Farrar fundó Uncle Tupelo y con él quedó la leyenda de que siempre estaban enfadados. “No fue así. Tuvimos buenos tiempos”, escribe Tweedy, que los ubica un tanto con cuantagotas. Y eso que su faceta más atormentada todavía no había aparecido. Pero el final de su amistad sí que tiene coordenadas: sucedió una noche en la que Tweedy estaba borracho (dejó de beber a los 23 años porque su padre era alcohólico, buena persona, pero alcohólico) y le dijo a la novia de Farrar: “Te quiero. Siempre te he querido”. Y ella le correspondió con el tipo de “yo también te quiero” que se dice cuando no te tienes en pie. “Si hay una cosa cierta entre todos los borrachos del mundo -dice Tweedy- es que no debes hacerles caso cuando dicen que te quieren. La única diferencia entre tú y la porción de pizza fría es que todavía no han visto la pizza”. Sin embargo, aquel suceso precipitará el final de Uncle Tupelo. Tweedy era el bajista del grupo y su participación, originariamente secundaria, iba siendo creciente.

Como decíamos, dejó de beber por sus antecedentes familiares, lo cual acrecentó su lado sensible, que no duda en admitir: “Sí que lloraba mucho y con frecuencia. Mis amigas y los amigos varones que estaban más en contacto con su lado femenino solían atenderme de manera fraternal. Puedo recordar la desesperación que sentía porque no quería llorar. Incluso sin alcohol. Todavía siento a veces el impulso de lamentarme y autocompadecerme y quiero que me cuiden ¿La cura? Mi brutal esposa. Ella no permitirá esa mierda. Ni siquiera un poquito”, cuenta Tweedy de Susie, su mujer, una persona dura e inteligente a quien detectaron un cáncer nueve meses después de que ambos empezaran a salir, cuando él tenía 23 años y ella algunos más. Superarán ese cáncer y la recaída, en 2014.

Cuando dejó Uncle Tupelo, Tweedy ya intuía que podía hacer canciones por su cuenta. Y uno de sus grandes méritos como compositor era evitar las formas prefabricadas de hacerlas, buscar el camino menos previsto, el más largo y tortuoso, o, cuando menos, el más inesperado. Jay Bennet, de nuevo un alma gemela llamada Jay, será su compañero de fatigas en su nuevo proyecto, Wilco, banda que, casi antes de nacer, se involucró en un proyecto que la definirá para siempre: fue el “Mermaid Avenue” , un trabajo de versiones de Woody Guthrie junto a Billy Bragg, que les dio una nueva visión. Mientras las bandas del momento se esforzaban por parecer auténticas adaptando su estilo de country rock a la moda, ellos buscaban otro camino, se esforzaron por tomar esas canciones clásicas de tres acordes de folk rock y retorcerlas, mancillarlas, distorsionarlas.

Opiáceos maternales

Sin embargo, en la aparente euforia del nacimiento de una banda, Tweedy se siente de otra manera: “Puede que yo nunca hubiera estado tan triste como en aquel momento. Me sentí triste inseguro y estaba enganchado a las drogas”. Estaba paranoico, infeliz, inseguro. Siente esa soledad pertinaz que no es real. “Tenía más amor que nunca en mi vida, pero me sentía solo. Me convertí en un maldito bebé celoso. Ahora me resulta nauseabundo, pero tomé decisiones muy estúpidas porque no estaba recibiendo la suficiente atención”, reconoce. Su carácter, en todo caso, era un tanto mercurial. “He estado en cenas y otras situaciones en las que apenas puedo fingir que sé mantener una charla trivial. No puedo. No puedo sin más dirigirme bruscamente a la persona que está a mi lado y decirle ¿Adónde crees que vamos cuando nos morimos?”.

Sin embargo, el punto álgido de las miserias de Tweedy llega cuando se engancha al Vicodin, un calmante opiáceo, que tomaba originalmente por las migrañas, pero que en realidad anestesia su propia depresión. Y entonces, un día, va a la farmacia y el chico que le atiende reconoce “al tío de Wilco” y en agradecimiento le regala bolsas enteras de pastillas. Y un teléfono por si necesita “algo” más. Y ese pasaporte de fama a la adicción está sellado para el embarque. El cantante admite que había un fuerte contenido psicológico en su adicción. “Una de las razones por las que los calmantes eran una muy buena droga para mí, es porque son muy maternos. Hay una cálida sensación de bienestar que aparece con el uso de opioides”, confiesa el músico, que añade que las migrañas le atormentaron de niño hasta el extremo de hacerle vomitar durante días e impedirle abrir los ojos. Una vez pasó 40 días en la cama y tuvo que volver a presentarse a sus compañeros de clase. De adulto, una espiral de migrañas, ataques de pánico y trastorno del estado de ánimo se sucedían hasta el miedo a la muerte propio y de terceros. Su padre tenía un tratamiento para ese desarreglo: el alcohol. Pero Jeff lo deja con 23 años. ¿Porros? Fumarlos provocaba un ataque de pánico instantáneo. Así que tampoco. Pero, un día, la banda viaja a Canadá. Allí descubrirá el Vicodin, que le proporcionaba una extraña energía. “Como despertar de una noche de sueño del tirón”, describe. Estaba alerta, motivado y lúcido. Me sentía ''normal''. Ahí entra en juego el chico de la farmacia, el fan feliz de suministrarle pirulas a su ídolo. Se presentaba en su casa con una bolsa hermética llena de pastillitas de colores. Percocet, Lortab, Vicodin, Lortab, Norco... por centenares. Cuando Tweedy preguntó al muchacho si alguien iba a notar la falta de pastillas, la respuesta es demoledora para la sociedad americana: “Este año han entrado 250.000 recetas de Vicodin. Nadie va a echar de menos unos cientos de pastillas”,

Tweedy llegó al punto de pensar que iba a morir. Se mantenía alerta durante la mayor parte del dia, trabajando funcionalmente, cumpliendo con su ética de trabajo pero sin hablar con nadie. Sin embargo, la inminencia de su desaparición física, “al borde de la sobredosis”, permeó las canciones de “A Ghost Is Born”, pues Tweedy se convierte en un fantasma de forma literal. Pero, al margen de la poesía, ¿buscamos un poco de sordidez? Bueno, cuando la madre de Susie se moría de cáncer de pulmón en casa, empezó a desaparecer la morfina que debía mitigar el dolor de sus últimos momentos. Exacto. Era Tweedy

Pasa temporadas enganchado, otras que lo deja momentáneamente, y vuelve a recaer. “Siento como que me persigue un oso”, le dice a su mujer, al borde del infarto. Recibe medicación intravenosa contra la ansiedad pero nada funciona hasta que encuentra la clínica definitiva. Mejoró lo justo para ayudar con la recaída del cáncer de su mujer, a tiempo de ser un padre decente y de ver al suyo morir. “Creo que he dejado de preocuparme por regresar de un lugar menos cómodo, un lugar en el que estoy convencido de que seré desgraciado. Creo que estoy empezando a estar ''bien'' dondequiera que esté”.

Comunicaciones fallidas

Para los muy aficionados, el libro contiene algunas gemas de contenido sobre los discos y canciones que han permitido a Wilco inscribir su nombre en la historia. Por ejemplo, Tweedy habla de la importancia del hallazgo de un CD con grabaciones de mensajes de radio de onda corta, de murmullos indescifrables, órdenes cifradas, malas recepciones de transmisiones de radio militar. El CD se llamaba “The Conet Project” y obsesionó al artista hasta el punto de ser el punto de partida de “Yankee Hotel Foxtrot” y que cualquier fan reconocerá al instante. Esas comunicaciones fallidas tenían mucho de simbólico y de reflejo de la propia vida de artista, como él confiesa en el libro. A Tweedy le gustan las cosas inacabadas, que no han sido pulidas o han recibido el barniz y todavía contienen todas las posibilidades. “Luego la gente las escucha y lo arruina todo”. Pero también le gusta robar y no le importa confesar que “Ashes Of American Flags” sale de las 150 primeras páginas de “Trópico de Cáncer”. También revela que “Heavy Metal Drummer” va del esnobismo de Uncle Tupelo, que miraban por encima del hombro a la escena heavy. “Es una canción... ¿basada en qué? ¿en nuestra incapacidad para pasarlo bien? Ese es el tipo de mierda que necesito para recordarme a mi mismo, con una canción si es necesario, que no debo dejarme enredar”. Pero aún hay más: como la noche que Puff Diddy le confunde con un acomodador...