Opinión

Los Forrenta Años

Cuando Franco murió, Forges sacó a la calle una historia de España que nuestros padres compraron y fue tebeo despiporrante para nosotros, los niños. Nunca supe si «Los Forrenta Años» era de izquierdas o derechas, ni me importaba, sólo me reía. Aprendí cosas inauditas, inimaginables para una niña del boom de los 60. A saber, que los piojos verdes asolaron la infancia de los mayores y que eran gordísimos (Antonio Fraguas los pintaba más grandes que las cabezas). Le agradezco a Forges mi primer contacto con la Historia, porque fue sin ira. Sus personajes no conseguían odiar, sólo aparecían mortalmente perplejos, resignados con sabiduría ancestral ante un poder absurdo. Recuerdo ventanillas de ministerios habitadas por funcionarios que daban explicaciones dignas de Pirandello o Becket. O presos sabios y lacónicos colgados de las paredes de una ergástula. Mariano, perennemente aplastado por la inmensa Concha, su mujer, a la vez bastante más inteligente que él. Y viejas de pueblo más listas que Sócrates. De mayor, he podido entrevistar a Forges muchas veces. Él le dibujó entonces un chiste a mi padre. Son casi parejos, éste del 40, Antonio del 42, y compartieron hambre, piojos y desprecios, como también Sancho y Don Quijote. A esa generación le debemos el perdón, la prudencia y la coña. Conviene dar las gracias.