Opinión

La cárcel quema

Hubo un tiempo de tan buenista que hizo que el mundo fuera a peor en el que se abogó por abrir las puertas de las cárceles y los manicomios. Una especie de tabla rasa médica y moral sobre la que construir una sociedad nueva. La bondad sería el ama de llaves de todos los castillos. Es cierto que la medicina ha tenido que recular. Lo que un día fue un loco hoy puede ser un genio que con dos pastillas te hace la compra en el supermercado sin que haya que avisar a los antidisturbios.

De la misma manera, hay delincuentes ocasionales y criminales de una sola cabeza que han sabido volver a llevar a sus hijos al colegio. Y luego está la maldad absoluta. Los ogros que se comen a los niños que siempre en algún momento de su vida se perderán por el bosque y encontrarán la casa de Hansel y Gretel o la de la abuela de Caperucita. El hecho de que exista un código penal duro no consigue que los monstruos no salgan de su guarida. Pero una vez cazados nos deja más tranquilos. Saber que mis sobrinos no se cruzarán jamás con ese asesino de criaturas. Esa idea de compadecer al malo y dar el pésame a los buenos es política que el tiempo ha demostrado torpe, incongruente y maligna. Porque nos deja huérfanos de una mínima seguridad. El hombre o la mujer del saco seguirán estando ahí, mirándonos al acecho de un cachorro.

Entre los mitos contemporáneos, el erudito Carlos García Gual ha incluido al demonio en la última edición de su libro clásico. Satanás era el mito que dominaba el universo conocido. El gran héroe, dice, ya no es posible. Los partidos de la izquierda, tan mitómanos, tan de cartel y de hacer caso a un grupito que se manifiesta frente a una farola, no conecta sin embargo con la gran mayoría de las voces de la calle. Hasta piden un referéndum. Como si esto fuera la OTAN. A sabiendas de que esa consulta no se celebrará. Se comportan con tanta coherencia como equivocación. Hay almas que arderán en el infierno. Se pongan como se pongan.

El caso de Gabriel ha venido a aventar el azufre en un tema que siempre está caliente. Saben perfectamente que no se trata de que los presos se pudran en la cárcel sino de que no hagan «running» con los vecinos hasta tener la convicción inequívoca de que esa maldad se ha ido por el desagüe de los años. Cuesta entender que la izquierda, tan solidaria, no entre por el ojo de esta aguja con la que el PNV quería pinchar el encarcelamiento perpetuo de los etarras, esa escoria.