Opinión

¿Vida al margen de la política?

Viviendo en Cataluña en los últimos años, además de preguntarme si es posible vida más allá de nuestra galaxia, me atrevo a sugerir si es factible al margen de la política. Vivimos estos días una situación excepcional o crítica y no sé si calificar de excepción, porque se prolonga en tiempos históricos recurrentes. Nos invade la tristeza hasta el llanto, a algunos les lanza a las calles. Nos angustiamos, odiamos, tememos, afirmamos sin esperanza aunque con consentimiento. Pero también vacilamos, dudamos, nos mostramos inquietos, deseamos perdernos en otros paisajes, otear distintos horizontes, odiamos fronteras, contemplamos un mar muy azul aparentemente pacífico, tumba de tantos seres que día a día prefieren la política aquí demoledora a soportar la muerte de hambre, las degradaciones, violaciones, la eliminación de la infancia. Vivimos en el torbellino de una política casi inexistente o que se disimula entre sentimientos primitivos. Pero se entendió en el mundo antiguo y hasta el Renacimiento como un arte que practicaban minorías más o menos inteligentes. También la medicina fue considerada como tal en el pasado, aunque resultara menos eficaz. El arte de la política fue diálogo, persuasión, moderado entusiasmo por las ideas y abundantes guerras como culminación. En Cataluña se vendió el seny, aunque cundió la rauxa. Su historia no ha sido ni pacífica ni generosa, aunque productiva. El ser humano nunca se manifestó ajeno a cierta violencia individual, al asesinato masivo, incluso al exterminio. Sigue África dando ejemplo de toda suerte de infamias, aunque sus ecos se nos antojen lejanos. Pero Oriente Medio, las destrucciones en Siria, los sufrimientos de los palestinos y la bota de un sector dominante en Israel no pueden resultarnos tan lejanos.

Asoma su oreja el fanatismo que soporta la feliz Europa, cuna de arbitrariedades y propósitos de enmienda. Pero la política se ha considerado también como el método para fomentar la convivencia, una resolución pacífica de problemas que pueden sentirse íntimos hasta alterar conductas y convertir pacíficos ciudadanos en auténticos bárbaros. Mientras contemplaba por televisión hace pocos días cómo ardían contenedores en las calles barcelonesas y neumáticos en algunas carreteras para impedir la circulación por desaforados grupos que calificamos de radicales, aunque sus partícipes sientan en sus entrañas el desgarro de acontecimientos que culminan aquel largo proceso, cuyos orígenes advertiríamos en el feudalismo, me preguntaba si al filo del descanso de otra semana santa, celebración de ritos tradicionales más o menos católicos, la política podía seguir detentando de forma tan desorbitada nuestra atención. Sin duda lo es para los encarcelados, huidos, manifestantes o para cuantos desde el sillón de sus casas se sienten también conmovidos, irritados o indiferentes. No cabe duda de que Cataluña se ha partido –y no es la primera ocasión– en dos mitades. Pero, a su vez, cada parte se ha fraccionado en varias, sin olvidar divisiones históricas como las diferencias sociales o económicas, la condición no resuelta de los sexos o las posibles y múltiples visiones del mundo como escenario inmóvil, en proceso y regreso, según la perspectiva que adoptemos. A las teorías tradicionales sobre Cataluña, otro «enigma histórico», cabría añadir esta nueva percepción que desborda la política. Jaume Vicens Vives advertía, con sentido profético, que tras las revoluciones de septiembre de 1878 o la Restauración los catalanes no se habían encontrado todavía a sí mismos. Todo, en definitiva, puede ser convertido en política o metafísica política y hasta rara erudición, como se advierte en el libro de Joan Perucho, «Teoría de Cataluña» (en castellano, en 1987); pese a que los profesionales que a ella se dedican la vomiten visceralmente en lugar de servirse de la palabra ajustada, orientadora y pacífica. Cuanto nos rodea puede ser integrado en un ámbito político o en la más o menos injusta justicia, fruto asimismo de las mentes no siempre lúcidas de los políticos. Los de ahora ya sólo demandan depositar una papeleta en una urna cuando conviene, mientras observan pronósticos electorales con el rabillo del ojo.

La política puede teñirlo todo como un barniz o entrañarse hasta la desesperación, la tragedia o el desengaño. Se nos aconseja desconfiar de ella, observarla con recelo, pero hay momentos históricos que parece irradiar toda suerte de materias contaminantes. Gana y hasta triunfa, pero también pierde y pervierte. Cabe observarla con precauciones y puede resultar entusiastica o entenderla como fiebre juvenil, aunque poco tenga que ver con la edad. Es una perspectiva social, comunicativa, que conviene no perder nunca, pero tampoco perderse en ella. Podemos observarla como un laberinto pero, situada en su tiempo, ha de ofrecernos la adecuada salida y no enaltecerla como ciencia: cualquier experimento puede explosionar. ¿Hay vida al margen de la política? Tal vez sí, aunque menos atractiva.