Opinión
Spinning Boris
En 1996, el antiguo dirigente comunista ruso Borís Yeltsin se enfrentaba con el reto de las elecciones presidenciales. La desmembración de Rusia y la crisis económica eran tan pavorosas que todo indicaba que el partido comunista regresaría al poder. Además, esta vez, los rojos no se impondrían con las bayonetas y los tiros en la nuca sino mediante unas elecciones limpias. Que una nación que se había visto libre del yugo del sistema soviético decidiera volver a uncírselo por voluntad propia era cuestión delicada –ya varios habían escrito del final de la Historia, por ejemplo– de manera que Bill Clinton, a la sazón presidente de Estados Unidos, decidió enviar a Rusia a un equipo de expertos en campañas.
Se mirara como se mirara, la acción de Clinton implicaba una intromisión en las elecciones de una nación supuestamente soberana, pero nadie se detuvo a pensar en ese aspecto en la convicción de que, al menos esta vez, el fin justificaba los medios. La labor de los tres técnicos norteamericanos no fue fácil. Yeltsin ciertamente procedía de la nomenklatura de un régimen siniestro, pero se dio la circunstancia de que tenía reparos morales. Por ejemplo, no estaba dispuesto a formular promesas que no pudiera cumplir ni a mentir ni a ceder a maniobras electoralistas rayanas en el ridículo. No lo sabía, pero unas condiciones muy similares puso Adolfo Suárez a su director de campaña cuando se presentó por el CDS. Los tres enviados de Clinton chocaron con no pocos problemas en los que medió más de una vez la hija de Yeltsin. Con todo, al final. Yeltsin fue remontando la campaña y ganó las elecciones.
A nadie le pareció inmoral el apoyo extranjero recibido e incluso los enviados de Clinton lo contaron y llegó a filmarse una película extraordinaria sobre el episodio. Años después, una enfurecida Hillary Clinton seguida por un partido demócrata que no ha logrado metabolizar la derrota electoral de hace más de un año comenzaron a acosar a Trump porque, supuestamente, Putin lo había ayudado a llegar a la Casa Blanca. Hasta la fecha nada se ha podido demostrar al respecto y lo más posible es que así siga porque nunca existió esa colaboración. No obstante, de haberse producido, ¿por qué encuentra mal la señora Clinton que Putin hubiera hecho mucho menos en favor de un candidato de lo que hizo su marido por Yeltsin?
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